Tucídides no hubiese podido decidirse.
Hay que decir, para los más desmemoriados de nuestros queridos seguidores (muy comprensible dado el tiempo transcurrido y la actividad frenética de nuestra vida diaria), que en el siglo V antes de nuestra era, en la democracia directa más perfecta que han conocido los siglos, el tal Alcibíades era:
- El más bello.
- El más inteligente.
- El más rico.
- El más adorado por el pueblo.
- El más valiente en la guerra (Sócrates le salvó al parecer la vida, aunque este grandioso hombre consiguió que la medalla al héroe se la diesen finalmente a Alcibíades.
- El que en Olimpia (más que las Olimpiadas de hoy, el equivalente a nuestro futbol planetario), consiguió que sus carros quedasen primero, segundo, y, aquí hay disparidad en las fuentes, tercero o cuarto.
- El mas adorado por Sócrates (en aquellos tiempos, y sobre todo en aquel lugar, no era ningún problema que este no fuese
- en absoluto un amor secreto).
- El más deseado por todas las atenienses y por casi todos los atenienses.
- Y… el más ambicioso y egoísta de todos ellos.
Por lo tanto, por desgracia, inevitablemente, por esto último, a Alcibíades le cabe el dudoso honor pese a los ostracismos y destierros a que fue sometido y condenado, de ser el máximo responsable de la decadencia de Atenas, a quien como sabéis traicionó, y encabezar la nomina de traidores ilustres, junto a Bruto, Bellido Dólfos, Antonio Pérez, Francisco Franco y otros de similar calaña.
Esperemos que solo uno de estos dos personajes actuales engrose el equipo, pero ojo, ¡hay que tener cuidado!… podrían ser los dos.
Para los amantes de la historia (que deberíais ser todos), resulta muy curioso constatar, no la falacia de la que la Historia siempre se repite (nunca lo hace), sino como las debilidades de la conducta humana, afloran para frustrar, una y otra vez, las oportunidades que la casualidad, el destino, la sagacidad de los votantes o los anhelos de un pueblo brindan al destino común de un estado que resulta, por avatares de la misma, ser el lugar común de una serie de grandes, y no tan grandes, naciones.
Don Pedro, no emplearé demasiado tiempo en analizar su comportamiento; todo aquel que haya tenido la oportunidad de leer el magnífico libro de nuestro querido director sobre las cien mentiras del PSOE (constatadas), cuya lectura recomiendo, encontrará la explicación.
Eso sí, me resulta sorprendente su mezquindad, su cortedad de miras, y…. permítame decirlo sospechar de su interés por que en la mesa en la durante cuatro años se han de tomar las decisiones más importantes para este país no estén sentados más que sus palmeros.
¡Egoísta!
¡Pedazo de Alcibíades!
Don Pablo, parece mentira que Vd. provenga de la Complutense, donde es bien conocido, y hemos podido admirar al egregio Juan Pablo Fusi o entre otros, al gran Antonio Lopez Vega. Por desgracia, poco se le he pegado. Con sinceridad, no me veo capaz capaz de expresar mi santa indignación, ni tampoco de superar en este humilde artículo, el brillantísimo y posiblemente el mejor discurso de su vida, del Sr. Rufián al respecto en el Congreso de los Diputados.
Un tipo entrañable, al que pese a sus planteamientos primarios y pueblerinos de otras ocasiones, no cabe negar su llaneza y sinceridad. Este no tiene sus dobleces, pese a no pode evitar, como todos los seres humanos, ser como apuntábamos antes, en ocasiones subjetivo.
Algo en su caso perfectamente explicable precisamente por sus orígenes y otras razones. Más admirable todavía si cabe, cuando, como en esta ocasión, se eleva sobre el resto de parlamentarios y consigue ser absolutamente preciso en su análisis y le muestra el camino: ¡trabaje, coño, con lo que le den!, y demuestre que valemos más que ellos.
Y aunque esto no es una página rosa, lo único que por otra parte me hace reflexionar y me conmueve, aunque no venga en absoluto al caso, es la grandeza del amor, que es el único sentimiento que distingue creo yo a los seres humanos. Muy, muy bonito. Nadie lo dice pero creo que todos lo pensamos. Aplaudo su renuncia para facilitar el ascenso de su prevista sucesora, pero por favor, ahora no se trata de eso. Échele un par de pelotas y póngase a trabajar, y tenga por seguro que nunca se sentirá solo. Lo que no queremos son excusas.
Ya sabíamos desde antes de empezar esta película que los otros son peores. Y los medios que tienen.
Me dolería ver durante tres meses, en todos los medios de comunicación excepto en el nuestro y un digno par de ellos (no más), la misma matraca diaria que han aplicado a Vox (con toda razón), en este caso aplicada a usted. ¿Es que no lo ve?
Delenda est Moscardó.