Después de largos días de ardua búsqueda, se ha hallado el cuerpo sin vida de la esquiadora y medallista olímpica Blanca Fernández Ochoa. La deportista se encontraba en paradero desconocido desde el 24 de agosto.
A la espera de certezas forenses, lejos de advertir y analizar su vida privada, no es menester recordar que Blanca Fernández Ochoa fue la primera mujer española en conseguir una medalla Olímpica (bronce), en los juegos de invierno de 1992 en Albertville.
La prueba del slalom gigante fue frenética y permitió a la deportista a resarcirse de la decepción en Calgary. Aquel fatídico 1.988 parecía tener garantizada una plaza en el podio, ya que en la primera fase de la prueba había registrado el mejor tiempo, pero una caída la apartó de conseguir la merecida medalla.
Cuatro años después en el descenso, en Albertville, la esquiadora marcó un tiempo acumulado fenomenal de 1:33’35. Por delante tan solo la austríaca Petra Kronberger y la neozelandesa Annelise Coberger.
Las rotativas de los principales diarios del país a regañadientes mostraban la gesta de Blanca Fernández Ochoa, los más progresistas con un poco más de ahínco. No obstante había algo en común en todos ellos. No se trataba de una noticia más, se trataba de un hecho realizado por una mujer.
Aquellos diarios que gozaban de un carácter más “moderno” se encargaban en repetir lo mucho que lloraba al recibir la medalla y seguidamente la utilizaban como imagen de una importante marca de productos dietéticos. Por otro lado, aquellos más conservadores, incluso me atrevería a tildaros como ultranacionalistas católicos y conservadores, como no podría ser de otra manera, ponían la noticia empequeñecida al lado de una medalla de plata de un competidor italiano.
Hoy, lejos de toda la carnaza amarillista, es un día para recordar a Blanca Fernández Ochoa en grande, con toda plenitud y despojada de todo rastro patriarcal. Tanto hombres como mujeres necesitamos de referentes femeninos y ella lo fue, lo es y lo será como deportista.