Podemos sufre una crisis interna que mantiene, desde hace varios meses, encendidas las alarmas en la dirigencia estatal de la organización progresista. La situación responde a varios factores que no son los protagonistas del presente análisis, por lo que simplemente se nombrarán las más importantes de manera superficial.
- Las promesas de democracia interna basada en el asamblearismo no han sido puestas en práctica. Los círculos están, en su mayor parte, muertos y enterrados tras comprobar sus miembros que sus propuestas no llegaban hasta arriba, desde donde solo se les interpelaba con emocionantes alocuciones de agradecimiento en los mítines y en las Asambleas Ciudadanas de Vistalegre.
- La salida de los principales fundadores ha dado una imagen de luchas internas por el poder que ha desmovilizando tanto a militantes como simpatizantes, que veían en Podemos una organización que por primera vez en muchos años ponía los intereses de la mayoría social por encima de anhelos de poder interno e institucional.
- Los bandazos ideológicos y estratégicos han pesado a la formación morada hasta el punto de romperla por ciertas partes. La salida de Íñigo Errejón, por ejemplo, responde a un cambio radical en la estrategia de Pablo Iglesias, que decidió abandonar el populismo de izquierdas en favor de una recuperación de los significados clásicos de la izquierda y de una alianza férrea con Izquierda Unida (IU) y el Partido Comunista de España (PCE). El cambio del discurso ha consistido en una incomprensión por parte de los votantes, que un día observaban una apuesta por la república, y al siguiente otra por la reivindicación de la Constitución monárquica de 1.978.
- La ausencia de mecanismos democráticos en la unidad electoral, tras haber nacido llevándolos como su mayor exigencia, ha terminado en un desgaste que todavía no parece haber hallado su suelo. Las negociaciones en mesas camilla entre las direcciones de las diferentes fuerzas que integran cada alianza, que usan el dedo para designar a los que ocuparán los puestos en lugar de primarias abiertas; la conformación de un programa electoral en el que no participan las bases ni activistas, y la inexistencia de una marca que identifique claramente a las fuerzas aliadas, que pueden ser enemigas de una provincia a otra, suponen unos errores colosales que se traducen en constantes pérdidas de votos.
Estas situaciones han provocado un malestar en el interior de Podemos, que al no haber sido solucionado a causa de un interminable ciclo electoral, ha ido creciendo como un copo de nieve empujado colina abajo por una suave brisa, hasta convertirse en un auténtico alud que podría llevarse por delante el liderazgo de Pablo Iglesias, cada vez más cuestionado.
El líder de la formación morada considera la crisis interna un muro que no es capaz de escalar con los recursos políticos que tiene a su disposición en el actual escenario. Necesita una herramienta que le sirva para escalarlo, y esa herramienta es la posibilidad de repartir los puestos institucionales perdidos en las sucesivas derrotas electorales. La única manera de lograrlo es entrar en el gobierno de Pedro Sánchez.
Por eso el líder de Podemos se ha enrocado en esa petición que, al ponerla frente a las necesidades de la sociedad española y el peligro que supone para ella un gobierno, tanto del PSOE con Ciudadanos como del Partido Popular, Ciudadanos y VOX, resulta no estar a la altura de las circunstancias.