Mientras una quinta parte de la población española se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social, un privilegiado diez por ciento acumula el 24% de la riqueza total. Más de dos millones y medio de personas que trabajan en nuestro país son pobres, los empresarios no pagan el 44,6% de las horas extra que realizamos semanalmente y los más ricos siguen multiplicando su patrimonio.
Y no estamos en las calles.
Los ahogos del día a día hacen difícil pensar más allá de cómo llegar a fin de mes, en el mejor de los casos. Estamos tan ocupados por sobrevivir que hemos perdido nuestra capacidad de lucha. ¿O nos la han quitado? Uno de los grandes éxitos del capitalismo ha sido hacer perder a los oprimidos su conciencia de clase. A base de falacias y lenguaje eufemístico, el capitalismo ha conseguido que muchos trabajadores no tengan conciencia de pertenecer a la clase obrera. Mientras ellos, los explotadores, saben perfectamente a qué clase pertenecen y qué hacer para perpetuarse, nos intentan convencer de que la lucha de clases es algo del pasado.
Y nos lo hemos creído.
Estamos tan alienados que hemos perdido nuestra capacidad crítica: asumimos tesis, hechos o situaciones intolerables sin pestañear. Aceptamos que el CEO de una gran empresa se quintuplique el sueldo mientras ejecuta un ERE a miles de empleados; soportamos que nuestro sueldo sea de 1.000€ y nuestro alquiler de 900; criticamos las huelgas de otros trabajadores porque nos fastidian las vacaciones sin conocer los motivos de sus quejas; observamos desahucios diarios sin inmutarnos; aplaudimos que utilicen a una niña con Asperger para vendernos el nuevo capitalismo verde; toleramos que le pongan adjetivos al feminismo para convertirlo en un mercado de vientres para uso y consumo del gran capital.
El discurso neoliberal ha calado de forma tan profunda en nuestra sociedad que ya ni lo cuestionamos, sino que lo asumimos como algo sin remedio y contra lo que no podemos luchar.
¿Somos una generación confundida y derrotada? ¿Hay futuro? Sin cuestionar la realidad, sin preguntas, no existe el pensamiento crítico; sin este pensamiento crítico, sin este despertar individual y colectivo, estamos perdidos. Porque el pensamiento crítico es el único remedio para superar el pensamiento único que el capitalismo ha impuesto.
Oímos el ruido de fondo, incluso a veces nos escandalizamos. Pero seguimos sobreviviendo, que bastante tenemos con lo nuestro. De vez en cuando, aquel amigo al que vemos dos o tres veces al año vuelve a recordarnos que el problema es del sistema, que la lucha de clases sigue vigente y que somos marionetas en manos del capital. Que las formas de explotación han cambiado y cuesta percatarse, pero que -en realidad- todo sigue igual. O peor. Y nos reímos, claro, porque -aunque sabemos que en el fondo tiene razón- ¿qué vamos a hacer nosotros? De hecho, él –tan comunista– tampoco hace nada. Eso de la conciencia de clase ya es cosa del pasado.
Sabemos que el ruido existe, sí, pero llega poco a poco y hacemos como que no lo escuchamos. Precariedad laboral en forma de economía colaborativa, recortes sociales sin precedentes, reformas laborales para favorecer a la patronal, rescate bancario, reducciones de sueldo por una supuesta bajada de la producción. Pero no hacemos caso; sabemos que existe, sí, pero a lo lejos, como un ruido lejano.
Y es así como nos puede sorprender la derrota: a través de un ruido lejano que se va acercando poco a poco, que se ha ido haciendo más y más fuerte, hasta resultar ensordecedor, pero de una forma tan sutil, tan lenta, que no nos habremos dado cuenta. Recuperar nuestra conciencia de clase es el primer paso para saber descifrar este ruido que cada vez sentimos más cerca y combatirlo antes de que el capitalismo nos gane de nuevo la partida.