Con las instituciones europeas de nuevo en marcha, Europa continúa afrontando retos grandiosos, incluso, algunos de ellos veremos si serán insostenibles por la escasa capacidad política de la Unión. Este será el tema a abordar en este artículo: capacidad política y sostenibilidad del proyecto Europa.
El nuevo “equipo gubernamental” parece otro juego de equilibrios que mezcla “más burocracia“, la aparición de viejos elementos extraños al intento de renovar la Comisión (Josep Borrell, Gentiloni) o afines a la ultra derecha de Orbán (László Trócsányi).
Tampoco los resultados de las pasada elecciones en el continente europeo suscitan ningún cambio de movimientos políticos.
Ni la ultra derecha consiguió formar un grupo homogéneo -quizás el más listo de la clase ha sido Farage con su alianza con el Movimento 5 stelle para formar grupo propio-, ni Macron consiguió formar un grupo parlamentario que incluyera formaciones de corte “centro liberal y progresista” que impidiera el paso al poder de la derecha liderada hasta hace poco por Merkel.
Tampoco es una novedad que Martin Schulz presida el Parlamento europeo, forma parte de los pactos de la gran “koalition” alemana y alguien le tenía que dar una salida al fracaso político del liderazgo del SPD.
En resumen, en este caso el dicho popular italiano “oppur si muove”, otra vez, no es precisamente lo que define el nuevo cuadro directivo de la UE.
Pero los problemas como también los retos siguen ahí. La Europa que habíamos vivido como un supuesto espacio de paz y bienestar no está ni se le espera. Es más, a día de hoy la idea impuesta por los grandes liderazgos europeos respecto a esa Europa valiente que emergió después de la Segunda Guerra Mundial y que construyó ese espacio de convivencia y de cohesión, forma parte de un imaginario ciertamente engañoso y poco exhaustivo con la realidad histórica de los europeos, y no solo de los estados que la conforman.
En Europa conviven infinidad de desigualdades. El 20% de la población con la renta disponible más alta en la UE en 2016 recibió unos ingresos 5,2 veces superiores que el 20 % con la renta disponible más baja. En la UE, la tasa de riesgo de pobreza (después de las transferencias sociales) se mantuvo invariable en 2016, en el 17,3%.
La deuda pública continúa incrementándose en países como en Italia (132,20% del PIB), España (97,70% del PIB), Bélgica (102,00% sobre el PIB) y Grecia (181,00%).
Y ni que decir tiene las grandes desigualdades entre los Salarios Mínimos (SM) que pueden oscilar entre los 124€ y los 2000€. En la cabeza de los países con un SM más alto están Alemania y Luxemburgo, y entre los más bajos se encuentran países como Lituania, Albania y Rumanía.
A todo esto hay que tener muy en cuenta el envejecimiento de la población (1 de cada 5 europeos tiene más de 65 años), lo que representaba ya en 2017 el 19,2% de la ciudadanía.
La Europa global que mira al mundo
La irrupción de Trump, el tradicional “encaje de bolillos” entre los mandatarios europeos y la Rusia de Putin o la triste figura jugada, y que consecuentemente, jugará Europa en la negociación del Brexit, son algunos de los grandes retos políticos que afrenta la UE. Pero existen grandes desequilibrios en la competitividad de los productos europeos en el resto del mundo, así como la diplomacia europea sigue siendo casi marginal en la mayoría de causas internacionales.
Europa continúa manteniendo una estructura diplomática enormemente débil, incluso marginal en algunos casos (miremos el papel de Europa en la mayoría de tratados internacionales, o el papel europeo en muchos conflictos armados en el mundo). El peso de los estados lo condiciona todo y provoca que Europa disponga de un nivel diplomático de perfil bajo.
Europa no es la solución a todos los problemas
El nivel de desligitimación de las instituciones europeas es muy alto, solo es necesario mirar la participación en las últimas elecciones europeas y veremos como este tanto por ciento no llegó en muchos países ni al 50% de la participación ciudadana.
Tampoco debemos olvidar el NO al Tratado constitucional europeo -porque es eso, solo un tratado entre estados y no una constitución con entidad jurídica propia- de la ciudadanía francesa y holandesa.
Se podría decir que se viene cocinando un rechazo cada vez más popular al modelo de Unión Europea que viene siendo impuesto desde las máximas instancias políticas. Y esta “cocina” ha creado, en parte, la aparición de nuevos populismos, algunos de ellos de carácter racista.
Quizás Italia -sí, con Salvini a la cabeza- emprendió una nueva senda en la desobediencia a las imposiciones económicas de la Troika, ampliando su capacidad de gasto público por encima de los límites que marca la UE. Todo al contrario de lo que ha ocurrido en Grecia donde el gobierno Tsipras acató, y las elecciones lo castigaron.
Que el espacio europeo no es un ente geográfico homogéneo es evidente, pero ¿es sostenible? Muchos expertos advierten de las grandes y casi insalvables desiguadades entre países, el euro no ha acabado de arrancar nunca y por más que los ciudadanos adviertan del malestar a las élites europeas, no cambian ni una coma.
Cabe hacer esta pregunta porque lo que estamos viendo es el debilitamiento del poder de los estados para delegarlo -solo en algunos casos porque los estados siguen siendo muy fuertes en sus pilares básicos (justicia, seguridad, sanidad, educación)-, a un ente mayor (UE) el cual sigue debilitando un espacio de convivencia ya muy frágil internamente.
Los ciudadanos deben expresar su malestar pero hay que continuar enviando mensajes. Mensajes de desobediencia a las continuadas imposiciones presupuestarias que crea desigualdades. El rechazo a un modelo político comunitario deficitario y lleno de incertidumbres. Se debe imponer la pluralidad política y la mayor capacidad de juego de la inmensidad de regiones y la participación sea como sea de los ciudadanos europeos.