Ecuador es un país con una historia marcada por la extrema explotación de la clase obrera y trabajadora por parte de los grandes empresarios, en alianza con la clase política, la fuerza pública y los medios de comunicación. Uno de los ejemplos más ilustrativos de esta situación ocurrió el año de 1922, durante la presidencia de José Luis Tamayo.
Desde los albores de la república, el principal producto de exportación del Ecuador fue el cacao. Quienes se dedicaron a la producción y exportación de esta “pepa de oro”, amasaron enormes fortunas que les permitieron invertir en la banca nacional y extranjera (aunque parezca insólito, alguna familia cacaotera ecuatoriana llegó a ser propietaria de un banco en Francia) y en menor medida en el sector industrial.
Si bien, esta riqueza se generó en parte gracias a un mercado internacional altamente favorable, no es menos cierto que su crecimiento se sustentó sobre el trabajo que los indígenas y nativos de la sierra y de la costa ecuatoriana hacían en condiciones de absoluta precariedad.
La bonanza del cacao duró aproximadamente un siglo. Para 1922, el contexto internacional, marcado por el fin de la Primera Guerra Mundial y por una importante bajada en los precios del cacao, determinó la crisis del sector agroexportador, misma que arrastró a los otros sectores vinculados a los dineros del auge cacaotero.
Al verse frente a esta situación, los empresarios ecuatorianos comenzaron a presionar al gobierno para que adoptase medidas que les protegieran de la inminente quiebra económica de sus negocios.
El presidente Tamayo no dudó en cumplir con la consigna. Lo impresionante de este caso, es que las decisiones del gobierno no estuvieron orientadas a cambiar el giro del negocio o a apoyar a la industria local, sino a cargar el peso de la crisis sobre los hombros de sus trabajadores, mediante la reducción de sus salarios y de sus beneficios laborales, para sostener los habituales márgenes de ganancia de los empresarios. En consecuencia, las medidas adoptadas fueron en detrimento de la clase más pobre.
Influido por las ideas socialistas y la revolución rusa, el pueblo reaccionó organizando la primera huelga nacional del Ecuador.
Fueron los trabajadores ferroviarios de Durán los primeros en paralizarse, el 7 de noviembre, a estos se sumaron los chóferes urbanos y los trabajadores de la empresa eléctrica. ¿Cuáles eran las demandas de los trabajadores? Que los empresarios respetasen las 8 horas de trabajo diario, que se mejorasen los salarios, que se bajase el precio del dólar y que se liberase a los compañeros apresados durante las manifestaciones.
¿Cómo reaccionó el gobierno de Tamayo ante la protesta popular? Primero, aumentó el precio del transporte público; y el 15 de noviembre de 1922 ordenó al jefe del ejército que reprimiera a los manifestantes. El saldo de la eficiente gestión militar fueron 1500 muertos que se registra como la mayor matanza de obreros en toda América Latina.
¿Qué dijo la prensa sobre lo ocurrido? Algunos medios culparon a los manifestantes por salir a las calles a protestar, exhibiendo titulares como “La policía de Guayaquil atacada por los obreros, repele el ataque apoyada por el ejército”.
Este episodio conocido como “noviembre negro”, en lugar de estar presente en la memoria nacional, ha dejado de ser un referente de lo que no puede volver a ocurrir: que la política, la fuerza pública y los medios de comunicación actúen en contubernio al servicio de los intereses de los grandes capitales y en desmedro de los más pobres; pero, ahora, la historia se vuelve a repetir.
Casi un siglo después, Lenín Moreno, un presidente cuya apariencia es de completa inocuidad incluso por su condición física, en su manejo de la crisis actual parece empeñado en re-editar el pasado:
Primero, dicta medidas económicas que son recesivas en derechos: disminuye los salarios para los empleados públicos en 20% -lo que incluye maestros, médicos, enfermeras, entre otros-, duplica el precio de la gasolina y duplica el precio del diesel, lo que tiene un alto impacto sobre el precio de todos los productos del mercado.
Simultáneamente, anunció la presentación ante el legislativo de un nuevo paquete de medidas económicas como: la reducción del tiempo de vacaciones y la condonación de un día de salario por mes para los empleados públicos; flexibilización laboral para el sector privado; aplicación de nuevas formas de jubilación patronal favorables a los empleadores; mejora de condiciones para el pago de impuestos de los grandes empresarios, entre otros.
¿Cómo reaccionó el pueblo ante estas decisiones? Desde el día siguiente al anuncio presidencial, estalló la primera huelga nacional después de 14 años. Esto implicó que 20 provincias queden paralizadas con vías y carreteras bloqueadas, y miles de personas protestando en las calles. Para contextualizar, después de 14 años sin revueltas sociales, Ecuador vio crecer a toda una generación que no conocía una protesta social de estas magnitudes y que solo conoció la estabilidad del período correísta.
Estabilidad imperfecta, pero continua y prolífica, donde no fue necesario paralizar a todo el país para defender los derechos.
¿Cómo reaccionó el gobierno de Moreno ante la protesta popular? Al igual que Tamayo, subió el precio del transporte y sacó a la Policía y a las Fuerzas Armadas para reprimir la protesta y para resguardar el palacio presidencial. El saldo de un día de protesta: 350 detenidos, decenas de heridos, y enormes pérdidas económicas. Y esto aún no termina.
¿Cómo reaccionaron los empresarios? Satisfechos y complacidos por la “valentía” del presidente, con excepción de los empresarios-aspirantes a candidatos para las próximas elecciones.
¿Cómo reaccionó la prensa ante lo ocurrido? Como siempre ¡Encubrió la verdad! Disminuyó el impacto de las medidas económicas en sus titulares; ocultó la dimensión de las protestas sociales en las calles; se enfocó en los actos de vandalismo para desacreditar a los manifestantes.
Ecuador retrocedió un siglo. Volvimos al ayer: al país donde la política garantiza la estabilidad de los grandes capitales aún sobre la explotación del pueblo, donde la fuerza pública está para aporrear a los que protestan, donde la prensa es cómplice y encubridora de la injusticia y de la inmundicia. A Moreno solo le falta una decisión para re-editar por completo el guión de Tamayo: masacrar al pueblo, y ya ha comenzado a hacerlo.