La Huelga General Revolucionaria de octubre de 1934. La revolución olvidada (II)
Se cumplen 85 años del movimiento huelguístico revolucionario que se produjo entre el 5 y el 19 de octubre de 1934, durante el bienio radical-cedista de la Segunda República española.
La Revolución de Octubre en Asturias
La acción coordinada de los trabajadores, con los mineros como núcleo principal, puso cerco a los principales cuarteles de la Guardia Civil en las zonas más pobladas de las cuencas mineras.
Lo que permitió que la revolución mantuviese toda su fuerza en Asturias no fue sólo la mayor preparación de los sectores implicados, sino un hecho crucial que no se repetiría: el acuerdo entre las principales fuerzas del movimiento obrero en la década de los años 1930, entre socialistas, anarquistas y comunistas.
Se forjó a través de la organización Uníos Hermanos Proletarios (UHP). En esta Alianza Obrera se encuadraron la Federación Socialista Asturiana del PSOE, la UGT, la Confederación Regional del Trabajo de Asturias, León y Palencia de la CNT, el Bloque Obrero y Campesino, Izquierda Comunista y el Partido Comunista de España.
La unión entre UGT y CNT en Asturias se había fraguado a través de diferentes huelgas conjuntas, como las de 1901 y 1917. También entre comunistas y anarquistas había fuertes relaciones, a través del Sindicato Único Minero (SUM). De este modo, comunistas, anarquistas y socialistas iniciarían con fuerza la revolución de octubre. La CNT fue más proclive a la formación de alianzas que en otras zonas de España, lo que llevó a un pacto con el PSOE y otras fuerzas obreras y de izquierda. Los mineros disponían de armas y dinamita, y estaban bien organizados.
Otro aspecto esencial fue la influencia de la prensa obrera, especialmente el órgano socialista Avance. Este diario, que llegó a tener tiradas de hasta 25 000 ejemplares, llevaba semanas informando de la situación, pero también sobre lo que acontecía en Alemania e Italia, sobre el ascenso del nazismo y el fascismo. Por eso, la entrada en el gobierno de la CEDA se podía considerar un movimiento más del fascismo, que supondría el final de la República, tal como había ocurrido en otros países europeos.
En total, fueron convocados a la huelga general revolucionaria más de 60 000 trabajadores (36 000 de la UGT, 20 000 de la CNT y 5 000 del SUM). Estas fuerzas consiguieron tomar más de una veintena de cuarteles de la Guardia Civil de las cuencas mineras de forma casi simultánea. Tres días después del inicio de la revolución, casi toda Asturias estaba en manos de los mineros, incluyendo las fábricas de armas de Trubia y La Vega. Diez días después, unos 30 000 trabajadores integraban el Ejército Rojo Asturiano.
La CNT aprovechó la Revolución para construir experiencias de revolución social, de comunismo libertario, como en el barrio de El Llano, en Gijón, o en la localidad minera de La Felguera, que se denominó “La Comuna de La Felguera”. En estas experiencias se aplicó la ideología anarquista: experiencias de autogestión que no se repetirían hasta la creación de colectividades libertarias durante la Guerra Civil.
El gobierno republicano consideró que la revolución es una auténtica guerra civil, y comienza a adoptar medidas enérgicas. Los generales Goded y Franco (que ya había participado en la represión de la huelga general en Asturias en 1917) fueron llamados para dirigir la represión desde el Estado Mayor de Madrid. Éstos recomiendan traer tropas de la Legión y Regulares desde Marruecos.
Los esfuerzos militares de los revolucionarios se centraron en la toma de la capital asturiana, y en detener la entrada del ejército gubernamental desde León. En Oviedo llegaron a darse breves experiencias de comunismo libertario. Sin embargo, la ciudad quedó destruida, en gran medida.
El general Eduardo López Ochoa, junto al coronel Yagüe y sus legionarios, con el apoyo de la aviación, asaltaron Oviedo e iniciaron una feroz represión. La columna de Yagüe empleó las tácticas de terror que después aplicarían durante la Guerra Civil, para que el miedo detuviese al pueblo en armas: fusilaron sobre la marcha a casi un centenar de personas (milicianos, civiles e, incluso, dos niños).
Los mineros consiguieron resistir en Oviedo hasta el 16 de octubre, cuando la columna de Yagüe consiguió doblegar la resistencia de la ciudad. La ciudad quedó destruida en buena parte, incendiándose la Universidad, el Teatro Campoamor y dinamitándose la Cámara Santa de la Catedral. Muchos edificios de Oviedo y Gijón quedaron destruidos y se perdieron muchos documentos y reliquias.
Las consecuencias
Las dos semanas que duró la revolución arrojan cifras impresionantes: miles de muertos, represaliados, ciudades y pueblos arrasados. Se estima que en los quince días revolucionarios de octubre de 1934 se produjeron, en toda España, entre 1 500 y 2 000 muertos (aunque algunos autores elevan la cifra hasta 4 000 muertos), entre ellos 350 Guardias Civiles y 35 sacerdotes.
También fueron detenidas y sometidas a juicio unas 30 000 personas por participar en la revolución. Con las cárceles ya llenas, el 5, 6 y 7 de noviembre el gobierno inició el castigo ejemplar, para que no se volviesen a repetir hechos semejantes. Más de 7 000 asturianos fueron condenados a penas de prisión de más de un año.
Estos datos son difíciles de comprobar, debido a la fuerte censura que se aplicó.
La revolución fue brutalmente aplastada, por los mismos generales que, menos de dos años después, se rebelarían contra el gobierno republicano, provocando la Guerra Civil. El historiador Paul Preston ha señalado que Franco trató a los asturianos como si fueran un enemigo extranjero. Sin mostrar ningún atisbo de piedad.
Para describir los hechos revolucionarios, especialmente en Asturias, los diarios y partidos políticos de derecha tendieron a un discurso que describía a los revolucionarios como “fieras” cuyo único instinto era matar y destruir, por lo que su destino solo podía ser la muerte o la prisión, y extendieron numerosas mentiras sobre su actuación durante esos días.
Esas mujeres y esos niños degollados y ultrajados bárbaramente por unos chacales repugnantes que no merecen ni ser españoles ni seres humanos (ABC, 16 de octubre).
La derecha solo vio en la huelga revolucionaria un mero afán destructivo, especialmente hacia la religión y la cultura, lo más santo de la tradición española. El elemento esencial de esa concepción era la percepción que consideró la Revolución de Octubre como un producto de la “anti-España”, definiendo el concepto de España, de la Patria, desde el punto de vista de los valores e ideales de la derecha. Esta idea también se concretaba en la relación de la Patria con el ejército.
Por otra parte, la dura represión gubernamental que sofocó la sublevación apenas fue mencionada en los medios de comunicación, como no fuese para alabar la labor de las tropas. Por eso, la destrucción de “Oviedo la mártir” fue solo atribución exclusiva de los revolucionarios.
Como un ejemplo de la “anti-España”, la revolución solo podía vencerse por la fuerza de las armas. Por eso, debía iniciarse una “revolución auténtica y salvadora para España”, es decir, según la concepción de la derecha más radical.
En definitiva, consideraban que la Revolución de Octubre había sido superada por la determinación del Ejército, que actuó de forma rápida y contundente, y no por la eficacia de las instituciones democráticas republicanas. Así, el ejército se convirtió en la “columna vertebral de la Patria” (según José Calvo Sotelo), y suponía la última garantía, la reserva del tradicionalismo, frente al cambio revolucionario.
Además, se llevó a cabo otra represión, de tipo social y económico. El 3 de diciembre se aprobaba el Decreto de Rescisión de Contratos Individuales, aplicado a la huelga general de octubre. Los empresarios se aprovecharon para realizar despidos masivos. En agosto de 1935, el gobierno tuvo que recordar a los empresarios que los nuevos contratos debían respetar las condiciones de trabajo anteriores.
La memoria de octubre de 1934
La Revolución de Octubre en Asturias evidenció que era posible una alternativa real al capitalismo, y que la habían tenido al alcance de la mano, a través de la huelga general revolucionaria. La revolución tuvo una intención transformadora de la sociedad que se pretendía implantar. Y es uno de los símbolos más destacados de aquella revolución.
Los hechos de octubre de 1934 aún son, en la España democrática, algo que no están presentes en una sociedad desmemoriada y desconectada con las luchas que llevaron a cabo las generaciones anteriores.
Ese desconocimiento no es casual. En mayor medida que la Guerra Civil o la dictadura franquista, la revolución de Asturias aún está ausente de la memoria social e histórica de España. La Guerra Civil y la represión, la dictadura y la Transición, ocultaron lo que sucedió en Asturias, lo que fue el último levantamiento obrero insurreccional de la historia española.
La carencia o la pérdida de testimonios orales y escritos de ese período, conlleva una dificultad a la hora de enjuiciar y recordar ciertos hechos. Este vacío ha privado a la sociedad española de una gran fuente de información, tan necesaria para las nuevas generaciones. También se han perdido los testimonios de los principales protagonistas. Estos documentos hubieran aportado detalles que enriquecerían nuestra memoria.
Los homenajes que, cada año, por estas fechas, recuerdan los hechos revolucionarios toman la forma de pequeños actos conmemorativos y mesas redondas que, muchas veces, no tienen repercusiones más allá del ámbito local en el que se realizan.
Aunque se reconoce la enorme importancia de la Revolución de Octubre en la posterior Guerra Civil, la historiografía más reciente ha descartado que los hechos de Asturias se puedan considerar como el “preludio” del conflicto de 1936. Esta idea ha sido fomentada desde la derecha, para justificar que fue la izquierda la que inició la Guerra Civil, en una interpretación torticera de la historia.