El próximo domingo se celebrarán las elecciones presidenciales de Argentina, el país -junto con Brasil– con mayor peso diplomático de América del Sur. Los progresistas argentinos, representados en la candidatura de Alberto Fernández–Cristina Fernández de Kirchner, podrían recuperar el poder perdido frente a Mauricio Macri en 2015, que ostentaron previamente desde el año 2003.
La gestión neoliberal del presidente Macri ha empeorado todos los índices económicos, sociales y laborales de Argentina, por lo que las encuestas realizadas hasta el momento señalan una victoria inapelable del candidato a presidente Alberto Fernández, y su candidata a vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
>>Claves del fracaso económico y social de Mauricio Macri<<
El continente americano está totalmente pendiente del resultado de estas elecciones, que se celebran en medio de otras convocatorias de menor importancia geopolítica -generales en Bolivia con su segunda vuelta programada para diciembre, presidenciales en Uruguay el mismo día que las de su importantes vecino, y también el 27 de octubre tendrán lugar las regionales en Colombia-, a causa de la importancia internacional de la economía y la diplomacia de Argentina.
Existen muchas disputas fuera de los cauces democráticos en diferentes naciones americanas, impulsadas por las oligarquías nacionales de cada país, con apoyo -más o menos directo- de la administración de Donald Trump. La mayor de ellas la supone Venezuela, cuyo gobierno es aliado de la opción electoral que lidera Fernández, en cuanto a que la última vez que la izquierda argentina sostuvo el poder, dio apoyo diplomático al gobierno bolivariano.
El país socialista, hoy gobernado por Nicolás Maduro, está sufriendo un bloqueo externo conjuntamente con un boicot interno que impide el trabajo de los poderes electos por voto popular y las instituciones del Estado. Una victoria del campo progresista en Argentina supondría un nuevo impulso al diálogo que el gobierno y la oposición sostienen en Venezuela, que al estar ya apoyado por México, ha impedido que EEUU pueda culminar su, alargada en el tiempo, intentona golpista. Lo que terminaría por dar una mayor fuerza al grupo de países que, junto a la ONU, consideran el acuerdo negociado entre los dos sectores políticos venezolanos, es la mejor y única solución posible.
Argentina serviría además para evitar tentaciones golpistas de expresión violenta que EEUU desencadena de manera regular en países con ejecutivos de izquierdas, como la que perpetró durante el verano de 2018 en Nicaragua.
Por otro lado, su diplomacia, como lo ha efectuado la mexicana, abandonaría los foros imperialistas por los que EEUU impone la política exterior de los países latinoamericanos con gobiernos más o menos conservadores, lo que restaría todavía más fuerza a las pretensiones intervencionistas de Donald Trump en los países vecinos cuyos gobiernos no siguen la batuta que guía los intereses de las grandes empresas norteamericanas.
Dejar de apoyar los planes injerencistas de EEUU en la Organización de Estados Americanos permitiría a los gobiernos de izquierda desarrollar su programa de gobierno presentado en las urnas, sin verse obligados a gastar los recursos en defenderse de ataques cuyo impacto lo sufren los ciudadanos en falta de escasez de medicinas y alimentos, y en una reducción de su poder adquisitivo.
Además, una victoria de la izquierda en el país más al Sur del continente permitiría volver a dar un impulso a la agenda de unidad territorial sin EEUU ni Canadá que impulsó, junto con Lula y Chávez, el expresidente Argentino Néstor Kirchner.
Un renovado apoyo a instituciones como la UNASUR y la CELAC complicarían la existencia de la represión contra población civil, pacífica y desarmada que en los últimos días han sufrido los ciudadanos de Ecuador, Honduras, Chile y Haití.
Ambas instituciones supranacionales cuentan con cauces diplomáticos que, sin interferir en los asuntos internos de los Estados miembros, son capaces de interperlar a los gobiernos para que respeten los derechos básicos de sus poblaciones, tal como se demostró durante la pasada década, cuando la UNASUR y la CELAC lideraban el escenario diplomático de América, la pobreza se redujo en todo el continente gracias a las políticas económicas contrarias al neoliberalismo tomadas en ellas, existió una estabilidad política que la OEA no ha sido capaz de mantener, y los problemas sociales y políticos solían ser solucionados mediante el diálogo entre las partes implicadas, sin recurrir a estados de excepción que permiten la represión.