De familia republicana y catalanista, Francesc Boix (1920-1951) fue, desde muy joven, militante en las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña. El interés por la fotografía le fue inculcado por su padre, que le regaló su primera cámara. En 1934 comenzó a trabajar en la casa de fotografía Romagosa, en Barcelona.
Antes de la Guerra Civil colaboró como fotógrafo en la revista Juliol. Gracias a su trabajo, comenzó a ser conocido en el mundo fotográfico, especialmente por sus retratos de líderes políticos de la talla de Dolores Ibárruri y Francisco Largo Caballero.
En 1938 se integró en la 30ª División del Ejército Popular. Se desconoce si su paso por el frente lo hizo en calidad de combatiente o de fotógrafo, aunque sí realizó numerosas fotos durante ese período, sobre todo en los frentes de Aragón y del Segre.
En febrero de 1939 se exilió en Francia, y fue internado en los campos de refugiados de Vernet d’Ariege y de Septfonds. Poco después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, se incorporó a una Compañía de Trabajadores Extranjeros, integrada en el ejército francés. Tras la derrota de 1940, cayó prisionero de las fuerzas alemanas que invadían Francia, y pasó por un campo de prisioneros de guerra.
A principios de 1941 fue enviado al campo de concentración de Mauthausen, junto a otros 1.506 republicanos españoles. Allí estuvieron internados la mayoría de los republicanos españoles deportados: más de 7.000 españoles, de los que dos tercios murieron: 3.893 en Gusen, 431 en Hartheim y 348 en Mauthausen.
Olíamos a muerte, pensábamos constantemente en la muerte y convivíamos con la muerte. La temíamos mucho menos que al dolor o a las humillaciones, era nuestra compañera, nuestra amiga y, a veces, nuestra única posibilidad de escapar (Lope Massaguer)
En el momento de llegar al campo, Boix declaró que era fotógrafo y que hablaba alemán. Gracias a eso y a la intervención de otros españoles, poco después consiguió trabajar durante la mayor parte de su internamiento en el laboratorio fotográfico del campo.
El Erkennungsdienst, destinado a usos policiales y de archivo, realizaba fotografías de identificación de los internos. En ese puesto Boix se encontraría con varios españoles, como Antonio García Alonso y José Cereceda. Poco a poco, y gracias a su habilidad como fotógrafo, Boix se ganó la confianza del oficial a cargo del servicio, el suboficial de las SS Paul Ricken, y pasó a ser un preso con ciertos privilegios, algo que sucedió a muchos de los presos españoles.
En 1943, tras la derrota de Stalingrado y ante la posibilidad de la derrota definitiva del Tercer Reich, se ordenó que todos los negativos de los servicios fotográficos del campo fuesen destruidos. Todos los negativos comprometedores debían desaparecer.
Durante ese período, hasta la liberación el campo, en 1945, Boix, junto a otros compañeros de internamiento, consiguieron ocultar un gran número de negativos fotográficos (unos 20.000, aunque muchos se perdieron posteriormente). Boix y otros presos empezaron a esconder los negativos de las imágenes más crudas, una tarea que se llevó a cabo en colaboración con los camaradas del Erkennungsdienst y el resto de españoles, que escondieron las fotos por todo el campo.
También contaron con la colaboración del Kommando Poschacher, un grupo de españoles que trabajaba fuera del campo, en régimen de libertad vigilada. Eso permitió que un paquete con algunos negativos fuese entregado a Anne Pointner, una austriaca que vivía en el pueblo de Mauthausen, en el otoño de 1944. Pointner colaboró con los republicanos españoles y ocultó las fotos, a riesgo de su vida y la de sus hijas. Actualmente, una placa recuerda su acción en el lugar en el que estuvo su casa.
Esas imágenes mostraban aspectos de la cruda realidad de la vida cotidiana en el campo, así como el proceso de exterminio de los presos. En muchas de las imágenes aparecían los responsables de las SS del campo, junto a altos jerarcas nazis (Himmler, Kaltenbrunner, Speer), que visitaron sus instalaciones. Una vez liberado el campo, Boix tomó fotografías de los supervivientes y del estado del campo en aquellos días.
Poco después se trasladó a París, donde trabajó como reportero gráfico para la prensa cercana al Partido Comunista Francés (L’Humanité, Ce Soir, Regards). Ese período estuvo marcado por un rechazo inicial por parte del PCF, dominado por los estalinistas, que desconfiaban y despreciaban a los antiguos presos de los campos de concentración. Algunas de las fotos del campo de concentración las publicó Boix por su cuenta, principalmente en la revista Regards, lo que provocó una gran conmoción en la sociedad.
En 1946 fue llamado por la acusación francesa para testificar en el juicio del Tribunal Militar de Nürnberg y en el proceso de los Estados Unidos en Dachau, contra criminales de guerra nazis. En Nürnberg, testificó contra altos jerarcas nazis que habían pasado por Mauthausen, y que habían negado su presencia en el mismo.
Las fotografías salvadas por Boix y sus compañeros sirvieron como base a esas acusaciones, y sirvieron para establecer las correspondientes responsabilidades. Sus declaraciones en los tribunales de la postguerra fueron parte de un momento clave de la historia.
Las relaciones entre Boix y Antonio García se fueron envenenando en la fase final de su cautiverio y, sobre todo, tras el final de la guerra. García llegó a acusar a Boix de connivencia con las SS, y a decir que apenas tenía conocimientos de fotografía.
Boix falleció en París, en 1951, probablemente a causa de los problemas renales relacionados con su paso por el campo de concentración. Fue enterrado en el discreto cementerio parisino de Thiais. Su repentina muerte impidió que pudiera defenderse de las acusaciones, que han recogido algunos historiadores.
En 2001, el ayuntamiento de Barcelona le realizó un homenaje, con la colocación de una placa en la fachada de su casa natal en el barrio de Poble Nou, y poniendo su nombre a la biblioteca de su barrio. Además, se implicó en la conservación de parte de su legado fotográfico.
Una parte de los negativos salvados de Mauthausen pasaron a ser propiedad de la Asociación Amical de Mauthausen, y se encuentran depositados en el Museo de Historia de Catalunya.
En junio de 2017, sus restos mortales fueron exhumados de su humilde tumba de Thiais y fueron enterrados, con honores, en el cementerio de las celebridades de París de Père Lacheise, algo que ninguno de los 9.300 españoles que pasaron por los campos de concentración nazis ha recibido de ningún gobierno español.
Si en su entierro en 1951 solo fue acompañado por un puñado de amigos, la mayoría expresos de Mauthausen, en 2017 su entierro fue un auténtico homenaje, con presencia de numerosas autoridades y ciudadanos anónimos. Al acto acudieron personalidades de la sociedad francesa, como la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, representantes municipales de Barcelona, de la Generalitat de Catalunya, los presidentes de las Amicales francesa y española, etc. El féretro llegó cubierto con la bandera republicana.
Este acto se llevó a cabo sin la presencia de una delegación oficial española de peso: solo acudieron el cónsul y el agregado cultural de la embajada española, a pesar de que aquellos días Mariano Rajoy se encontraba en París, y que en el Congreso se solicitó que se enviara al acto una delegación oficial con suficiente entidad.
A pesar de su importancia histórica, su figura pasó sin pena ni gloria, al menos hasta hace relativamente poco tiempo. En los últimos años, la publicación de biografías y películas, así como las exposiciones realizadas con sus fotografías, ha hecho que su historia haya llegado a un público mucho más amplio.
Esas imágenes se han convertido en iconos del Holocausto, de la historia del siglo XX. Explican las barbaridades y el horror del régimen nazi, que se ha extendido, a través de documentales, exposiciones, libros, etc.
Pero también es importante su perfil como cronista gráfico de la Guerra Civil, algo que, en muchas ocasiones, se difumina ante la importancia de su paso por Mauthausen.
Sus imágenes de ese período no retrataron los horrores de la guerra, sino la vida cotidiana de los soldados republicanos en el frente, imágenes incruentas. La mayoría de éstas se perdieron tras la guerra, hasta que aparecieron en 2010, en una subasta, aunque nadie las compró.
Volvieron a salir a la venta en 2013. En esta ocasión, gracias a Ricard Marco, presidente de la asociación cultural Fotoconnexió, fueron adquiridas por la Comisión de la Dignidad, junto a numerosos particulares, que adquirieron tres cajas, con 1.386 negativos: unos 700 de la guerra, y el resto de la Segunda República. En 2016 todos ellos fueron donados al Archivo Nacional de Catalunya.
A pesar del relativo olvido que provocó su muerte prematura, su recuerdo nunca se borró de la memoria de aquellos que pasaron por el campo de concentración, y de sus compañeros de militancia política.
Boix merece el reconocimiento que las autoridades españolas no le han concedido, aunque sí lo han hecho instituciones y asociaciones memorialísticas. Pasará a la historia como el “fotógrafo de Mauthausen”, aunque solo hizo un puñado de esas fotos. Pero pasará como uno de los que pudieron salvar esas instantáneas para la historia.
El Estado español no solo desprecia a las víctimas del franquismo, sino también a las víctimas el Nazismo. Son víctimas incómodas que recuerdan la complicidad del régimen con los peores crímenes del siglo XX y el abandono de sus ciudadanos a manos del Tercer Reich.
En otro país, el nombre y la historia de Francesc Boix estarían en el currículum escolar. En España su nombre solo ha sido rescatado recientemente del olvido. Pero no por el Estado, que incluso ignoró el homenaje que se le hizo en París.