El golpismo está enfocado en celebrar elecciones. Tanto, que no le importa aparecer desesperado en el poder legislativo de mayoría demócrata, ni reprimir abiertamente causando más de 30 muertos y cientos de heridos graves en apenas diez días. El motivo es que el tiempo corre en su contra, y seguirá haciéndolo hasta que exista un resultado electoral.
¿Por qué? Porque Jeanine Áñez es una dictadora que ha usurpado el poder, el propio golpismo se está encargando en que así sea percibida, dándole titulares en los que aparece como la principal responsable. De esta manera cuando las elecciones den como ganador a otro golpista, de perfil bajo, puedan decir que la dictadora ya se ha ido, permitiendo el regreso de la democracia, ¿o es que las elecciones no son la mayor expresión de la democracia en el neoliberalismo?
Estados Unidos ya ha reconocido a Jeanine Áñez, por lo que lo hará con el resultado de las elecciones, y Rusia, su acostumbrado oponente en la geopolítica, ya ha expresado que también dará su visto bueno al resultado de la jornada electoral.
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Sin embargo, es muy difícil creer que quienes están derramando sangre inocente por las calles bolivianas, precisamente porque no aceptan el resultado de unas elecciones limpias, vayan a ser los indicados para organizar unas nuevas. Sobre todo cuando ya se han saltado la constitución decidiendo quién no va a ser el candidato de sus opositores, y cuando van a escoger a dedo a unas autoridades electorales que no deberían ser purgadas en base a las leyes del país.
Frente a este escenario de posible fraude y reconocimiento del mismo por parte de la Comunidad Internacional, la izquierda boliviana tiene dos opciones: el regreso de Evo Morales o la participación en las elecciones golpistas con otro candidato.
La vuelta de Evo Morales a Bolivia supondría la rotura del contexto político boliviano, otorgando un liderazgo al movimiento popular que sin él está siendo capaz de arrinconar al golpismo, abriendo la posibilidad de regresar al poder gracias a la mayoría en el poder legislativo, pero entraña riesgos ahora que el Ministerio Público golpista ha aceptado la demanda del fascismo contra el presidente constitucional, precisamente formulada para evitar su posible regreso.
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Si el presidente no regresa, el golpismo habría conseguido vencer ya que apenas anunciase al ganador de las elecciones, los países más importantes del mundo lo reconocerán, por lo que la izquierda se vería obligada -para no perderlo todo- a participar en unas elecciones en las que se hará fraude, y además sin su cabeza visible en la papeleta. Aún así es la mejor opción si no se da el regreso de Evo Morales, ya que no participar llamando a la abstención no tiene impacto en la realidad, tal como demostró el anterior precedente de esta situación: Honduras en el año 2009.
El problema de presentarse a unas elecciones en las que se sabe de antemano que la probabilidad de ganar es muy pequeña, lo supone el hecho de que al hacerlo se otorga credibilidad institucional a los golpistas, por lo que hablar de fraude aunque lo haya, será utilizado por los medios de comunicación de masas como una pataleta de quienes tuvieron el poder y lo perdieron “por su mala gestión“.
La Organización de Estados Americanos (OEA), plegada al discurso del gobierno de turno de Estados Unidos (EEUU) ya habló de repetición electoral antes incluso de conocer los resultados definitivos, usando una retórica que señalaba un posible fraude del que aún no ha presentado pruebas, por lo que, al pedir lo mismo que los golpistas, el foro diplomático más importante de América está de parte de una de las partes. Si la dictadura de Jeanine Áñez comete fraude, la OEA lo ocultará, como lo hizo en 2017 con el fraude mediante el que Juan Orlando Hernández se perpetuó en el poder hondureño.
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Participar por tanto en las elecciones, sabiendo que las pruebas del fraude no serán tenidas en cuenta, y que Evo Morales no podrá presentarse, hará que la izquierda, de facto, otorgue su credibilidad al proceso. Si lo pierde, Evo Morales pasará de ser presidente constitucional a expresidente.
Un cambio pequeño en las formas pero profundo en el fondo. Hablar de presidente constitucional implica una disputa de la batalla porque indica que lo sigue siendo, y por lo tanto, quién está en el poder es una usurpadora o la continuación directa de ella -en el caso de que se celebren elecciones-. Pero hablar de expresidente significa que lo era antes, por lo que no hay disputa.
La izquierda boliviana debe decidir si arriesgarse a traer de vuelta a Evo Morales y disputar el poder en las calles, o hacer frente a un proceso electoral que inicia viciado y que, de perderlo, habrían sido partícipes del asentamiento del golpismo.