El escenario político boliviano gira en torno a las elecciones que los golpistas están cerca de convocar. La dictadura sabe que una vez se celebren su golpe será legitimado, y con ello habrán desplazado del poder al presidente constitucional electo por el pueblo, obteniendo además una credibilidad democrática.
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La izquierda sabe que debe romper la coyuntura antes de las elecciones, también sabe cuál es la manera de hacerlo, pero aún no ha dado con la ejecución para llevarlo a cabo. Su victoria pasa, irremediablemente, por el regreso de Evo Morales a Bolivia, pero la vida del presidente constitucional corre peligro si esa posibilidad se diese.
Los golpistas, a su vez, conocen lo que sucedería con el regreso de Evo Morales, ahora que la dictadura ha provocado la movilización masiva de la izquierda boliviana, que tras sufrir una represión fuera de todos los límites no ya democráticos, sino humanitarios, está dispuesta a todo por terminar con el fascismo.
Precisamente para evitar el regreso de Evo Morales, la dictadura liderada por Jeanine Áñez le ha mostrado al exiliado en México lo que está dispuesta a hacer: reprimir una marcha fúnebre, en el momento en que los dolidos familiares y amigos de los asesinados por la represión bajaban con los féretros por las calles de El Alto; perseguir judicialmente a todas las organizaciones sociales y de Derechos Humanos que están ayudando a los demócratas a sobrellevar el nuevo contexto social en el que la violencia ha sustituido a la paz y la libertad.
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De esta manera, el golpismo lanza un aviso al presidente constitucional, si decide regresar la represión sangrienta continuará, y no le temblará el el pulso a la hora de ejecutar la demanda contra él admitida a trámite por el Ministerio Público, que ahora al estar dirigido por el fascismo, no necesita pruebas para meter en la cárcel a los que se opongan a la dictadura.