Es cierto que, en sentido estricto, el régimen franquista ya no existe. En 1976, debido a la fuerte presión de la oposición política, social y ciudadana, se aprobó la Ley para la Reforma Política, que era el principio del fin del régimen franquista.
Hasta ahí, todos de acuerdo.
Pero el final del régimen no significó que todas sus señas identitarias desapareciesen. Algunas cosas han cambiado, pero otras se mantienen más de cuarenta años después. Se han vuelto democráticas (de nuestra imperfecta democracia). Y gran parte de los problemas que la dictadura dejó en nuestra sociedad no se han corregido con la democracia.
“Hay franquismo en cada rincón de este país. Y la batalla de la memoria la ganó Franco” (José María García Márquez)
No podemos seguir culpando al franquismo de esas imperfecciones: no todo lo que denominamos franquista lo es, sino que deriva de la imperfecta democracia española que tenemos. Las desigualdades sociales, los problemas educativos y culturales, las tensiones territoriales, el retraso, en general, en referencia a Europa, son sólo hasta cierto punto herencia de la dictadura. Muchos de esos problemas son el reflejo de una democracia que ha fracasado, porque no ha conseguido solventarlos en sus cuarenta años de existencia.
Sí, hay cosas que podemos incidir que hemos heredado directamente del franquismo. Los privilegios de la Iglesia Católica, la monarquía, la corrupción empresarial, la intimidad entre lo político y lo judicial, etc., son aspectos que no sólo pervivieron al final del régimen, sino que se han consolidado en democracia. Además, en las cunetas de toda España sigue habiendo miles de desaparecidos que ya han pasado más años en las fosas en democracia que durante la dictadura.
>El poder económico de España tiene su origen durante el franquismo<<
En definitiva, parece que en el paso de la dictadura a la democracia no sólo no hubo ruptura, sino que tampoco se dio un proceso de “desfranquistización”, similar al proceso de desnazificación que se llevó a cabo en Alemania.
La presencia física
Esa presencia es real en muchas calles y plazas de España (incluso en algunos pueblos nombrados por la gracia del caudillo), en los que sus ayuntamientos se han opuesto a quitar los restos de la dictadura. Y todo ello, a pesar de tener una (más que deficiente, pero aún así ley) ley de memoria histórica que establece que las administraciones públicas deben eliminar esos restos. Es sintomático que, tras cuarenta años de democracia, sólo se hayan suprimido algunos de esos restos cuando les han obligado los tribunales.
Pero no se trata únicamente de los vestigios físicos y tangibles. El franquismo sigue presente en lo cotidiano.
“La justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley” (art. 117)
A pesar de lo que afirma la Constitución, aún hay 265 normas preconstitucionales vigentes: 169 fueron aprobadas durante el franquismo; 66 no han sufrido ninguna modificación desde 1975; más de 40 fueron firmadas por el propio dictador. Esta vigencia de la norma franquista, la podemos encontrar en todos los ámbitos de la vida cotidiana: desde el préstamo de libros en bibliotecas públicas, a las cláusulas administrativas para la contratación de obra pública, o la Ley sobre Secretos Oficiales.
El franquismo sociológico
La pervivencia del franquismo se puede considerar como una especie de substrato cultural. Una actitud mental de parte de la sociedad que, en muchos casos, se relaciona con una determinada opción política (la del PP hasta hace poco, la de VOX recientemente).
“El PP representa, hasta cierto punto, una nueva derecha faldicorta y consumidora de divorcios y preservativos, [pero] no es menos cierto que ha reintroducido el nacionalcatolicismo cultural, educacional y mediáticamente. Reintroducido y extendido cual mancha de aceite, un efecto irreparable impuesto por la lógica del mercado, de España, país católico por historia y porque sí” (Manuel Vázquez Montalbán, 2002).
Queda plantearse seriamente la reforma de las políticas de Estado que siguen vigentes desde la época del franquismo. Unas prácticas que han sido constantemente denunciadas por grupos sociales y ciudadanos, como la ley mordaza, la ausencia de una ley de víctimas del franquismo, la imposibilidad de reformar la Constitución, etc.
A pesar de que fue redactada tras su muerte, la Constitución consolidó, en gran medida, ideas similares y sus líneas políticas: el mantenimiento de la monarquía, la importancia del Ejército (antes, incluso, que el pueblo). Queda también la represión contra las nacionalidades –País Vasco, Catalunya y Galicia-, que son consideradas como un intento de socavar la soberanía española.
Pero se trata de un texto que ya conviene a los sectores políticos implicados. A pesar de las denuncias sobre la necesidad de reformar el texto, esos partidos se han negado a discutir cualquier intento de reforma.
Queda que la derecha política española rompa definitivamente con la herencia de la dictadura, como ha pasado en Alemania. La falta de esa ruptura se ha hecho evidente durante años en el PP, que albergaba elementos de derecha y de extrema derecha hasta la irrupción de VOX, hace poco, que ha conseguido arrebatarle ese voto ultraderechista.
“¿Por qué voy a tener que condenar yo el franquismo si hubo muchas familias que lo vivieron con naturalidad y normalidad?” (Jaime Mayor Oreja)
El debate entre ruptura y reforma se solucionó con una reforma política pactada, a través del consenso constitucional. En unos momentos en que los partidos de izquierda eran conscientes de su debilidad para intentar hacer viable la ruptura que se necesitaba. Por eso se hizo evidente lo que se necesitaba: cambiar algo para que nada cambiase.
“Las clases dominantes necesitan cambiar algo para que todo siga igual” (Giuseppe Tomasi de Lampedusa, El Gatopardo)
Redefinición de las relaciones Estado – Iglesia
Queda la necesidad de una redefinición de las relaciones entre el Estado y la Iglesia, reguladas por unos acuerdos firmados en 1979, que mantienen en vigor la esencia del franquismo. Esa herencia deriva de la intensa relación del franquismo con la Iglesia, pero también del conservadurismo de la sociedad española. Sin embargo, la sociedad española ha pasado por un proceso de profunda laicidad que ha dejado un peso escaso de la religión, pero no de la Iglesia.
Una Iglesia que mantiene unos privilegios heredados del franquismo: no paga IBI, se ha apropiado de grandes propiedades gracias a una legislación franquista, recibe financiación del Estado (laico), se le protege desde el ámbito político y judicial, etc. Pero también se ha introducido en el ámbito político a través de determinados personajes que ajustan las leyes a sus preceptos morales y religiosos, como el caso de Jorge Fernández Díaz.
“En muchos sectores del franquismo sociológico han mitificado los años económicamente buenos, pero hay que recordar que éstos se basaron en exportar parados primero a Cataluña y al País Vasco y luego a Europa” (Manuel Vázquez Montalbán, 1992)
El franquismo también se ha convertido en sinónimo de “valores tradicionales”: la patria, el rey, la religión y la familia. Se trata de valores que se han convertido en sinónimo de conservadurismo, autoritarismo y patriarcado.
Algunos expertos señalan que también se debe atribuir al franquismo (más bien a la sociedad que creó) la actual apatía y despolitización de la sociedad, especialmente entre los más jóvenes. Frases que algunos hemos oído en boca de nuestros padres (“ten cuidado, no te signifiques”) proceden también de ese período.
En conclusión: heridas abiertas
Aún quedan más de 114.000 desaparecidos. Quedan multitud de crímenes, asesinatos, torturas, violaciones de los derechos humanos por investigar. Queda el Valle de los Caídos, un homenaje a los vencedores y una humillación a los vencidos.
>>La resignificación del Valle de los Caídos: necesidad democrática improrrogable<<
Pero también quedan muchos sectores sociales nostálgicos del régimen. Nos queda una Iglesia que, cuando llega el mes de noviembre, celebra misas de homenaje en su honor, a las que acuden los nostálgicos, con el brazo en alto y la camisa azul.
Nos queda la vergüenza de que, actualmente, la única causa abierta por los crímenes del franquismo sea la de la jueza argentina María Servini, un país que consiguió acabar con la impunidad de su propia dictadura.
En conclusión, si nos preguntamos ¿qué queda del franquismo? La respuesta es compleja. Queda una historia a la que le falta la reconciliación, que sólo será posible cuando el bando de los vencedores permita que se cierren las heridas, de verdad, no como a ellos les gustaría. Nos queda una cultura política que no llevó a cabo una ruptura con la dictadura, pero que supo reconducirse para mantenerse en democracia. Nos quedan instituciones que aún no han llevado a cabo ningún tipo de evolución, como la monarquía o la judicatura, que siguen anclados en el pasado en sus formas, tradiciones y visiones del mundo.
Y muchas cosas más.
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