Si finalmente la investidura logra los síes y las abstenciones necesarias para salir adelante, el ejecutivo estaría en manos del PSOE -mayoritariamente-, y de Unidas Podemos (con menor cuota de poder, pero igualmente importante).
Pese al silencio que rodea a las actuales negociaciones, y a la más que posible unidad que se daría de puertas para afuera por parte de las dos fuerzas, las dinámicas que se van a generar, no solo por las condiciones subjetivas que vayan apareciendo, sino también por las objetivas que vendrán del interior del gobierno, se producirá una batalla dialéctica entre las dos organizaciones, que podrá ser más o menos velada, más o menos limpia, dependiendo de los escenarios en los que se dé, por la dominación del relato.
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El gobierno durante su desempeño va a conseguir aciertos y también errores. Cómo se perciban socialmente (¿gracias a quién son los aciertos? ¿De quién es la culpa de los errores?) es fundamental para el posicionamiento de las dos fuerzas de cara al siguiente ciclo electoral, cuestión fundamental para ambas fuerzas que aún no han establecido su posición social desde el estallido del 15M.
El PSOE, tras una recuperación electoral -meteórica en el actual contexto, pero muy insuficiente al valorarla de manera objetiva- en abril, volvió a caer en noviembre, mientras que Unidas Podemos no termina de recuperar a los dos millones de votantes que se han ido a la abstención o al PSOE a causa del voto útil.
Por lo tanto ambas formaciones necesitan consolidar su posición en el relato que impactará en la hegemonía cultural. Por un lado el PSOE, sabiendo que deberá hacer recortes porque su posición de subalternidad respecto al IBEX35 así lo exige, necesita que el debate gire en torno a que UP participa de ellos al ser parte del gobierno que los aplica, para que sean los de Pablo Iglesias los que tengan que responder ante esa política.
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Mientras tanto UP está obligada a demostrar el discurso con el que espera recuperar posiciones perdidas, el que establece que solo con ellos el PSOE tomará medidas de izquierdas, -una razón que los podría postrar a una eterna posición subalterna porque los muestra como la conciencia del PSOE, no como su sustituto como líder del campo progresista-. Deberán usar su poder institucional para aprobar medidas que impacten positivamente en la realidad cotidiana de la mayoría social, y luchar para que los de Pedro Sánchez no se apropien de ellos, o los hagan servir como motivo de ruptura como sucedió en Andalucía durante el cogobierno del PSOE de Susana Díaz y la IU de Diego Valderas.
Como ambas fuerzas son conscientes de que existen influyentes personalidades políticas que ya han mostrado su oposición a este acuerdo en construcción, la batalla no se planteará en unos términos parecidos a los que se ven durante las campañas electorales, sino que tendrá lugar de puertas para adentro, con expresiones públicas moderadas en forma -no en contenido- mediante sus portavoces, en determinadas entrevistas y en los debates del Congreso de los Diputados.
Esta situación se dará porque Pedro Sánchez quiere ser el presidente de España, siendo secundario quién le acompañe para conseguirlo, y porque Unidas Podemos debe demostrar que es la opción política del campo progresista, dejando en evidencia que estando en el gobierno son ellos lo que adelantan una agenda progresista frente a la neoliberal del PSOE.
La conquista del relato se producirá no por las dinámicas creadas por las medidas tomadas desde el gobierno, si no por quién las conquiste mediáticamente, sin importar quién las produjo. Al estar limitados por un contexto adverso -las fuerzas del Régimen del 78, también presentes en el interior del PSOE-, las expresiones para ello deben tener forma moderada y ser escasas y acertadas, o de lo contrario quién quiera hacer valer sus políticas podría dar munición a quienes quieren terminar con el posible “gobierno de progreso“, convirtiéndose en el culpable de su -doblemente- hipotética caída.