Tengo mis críticas y mis reparos ante el gobierno de coalición entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Unidas Podemos (UP), pero no puedo negar que se me dibuja una sonrisa en la cara cuando veo a Yolanda Díaz y a Alberto Garzón como ministros del Estado español. Lo siento como una pequeña dosis de justicia política.
Sin embargo hoy no vengo a analizar los entresijos políticos que pueden llevar a un escenario de ruptura tal y como pasó en Andalucía con el PSOE de Susana Díaz y la IU de Diego Valderas, sino a valorar que Rosa de Luxemburgo -referente comunista- y el triángulo boca abajo que llevaban en la chaqueta los líderes de Podemos (Pablo Iglesias) y de Izquierda Unida (Alberto Garzón), suponen -más allá de llevar dos símbolos importantes de un discurso que jamás había estado en el relato de la manera en que lo estuvieron hace unos días- una muestra de voluntad política.
La derecha está atacando al gobierno progresista de manera foribunda, pese a que en el programa que ambos han consignado no existen medidas que supongan una ruptura con el Régimen del 78, y si las hay, como la investigación del origen de la riqueza de los aliados del golpismo franquista, no cuentan con el apoyo social necesario para ser puestas en marcha. Uno de los principales argumentos consiste en que los de Unidas Podemos han cambiado en el sentido de que han traicionado a sus principios, la muestra es la promesa de su cargo ante el rey, ya que ellos son republicanos.
Los cambios en la realidad palpable, en el contexto político y social en el que se encuentra España, se aplican desde las instituciones o no se producen. La izquierda no ha creado un polo de poder alternativo que pueda disputar, e incluso vencer, en la hegemonía cultural que domina el imaginario colectivo, por lo que la idea de la república no está mayoritariamente aceptada, ni forma parte de la agenda política del país.
Perder la oportunidad de aplicar cambios que ayuden a las familias que sufren miseria y precariedad a causa del sistema neoliberal, sabiendo además que es la promesa electoral que vertebró la campaña de UP, por no saber gestionar una contradicción más sentimental que política, hubiera sido un error.
El error es centrar toda la actividad en el plano institucional y no desplegar una estrategia que sea capaz de conformar un movimiento social republicano, constituyente y antineoliberal que pueda interpelar a la sociedad de tal manera que en la próxima toma de posesión de los cargos exista la III República, o al menos ya sea un tema candente de la política española.
Volviendo al tema central de este texto, Pablo y Alberto quisieron llevar ese símbolo antifascista, e Irene Montero citó a Rosa de Luxemburgo para mandar un mensaje claro a la sociedad española: estamos aquí para hacer cumplir el acuerdo con el PSOE, intentando romper así uno de los principales argumentos en su contra, que va dirigido a la desmovilización de sus bases.
Sin embargo, que dispongan de esa voluntad no significa que la realidad les permita actuar en consecuencia, ya que la institucionalidad española está corrompida por sus relaciones con el poder económico, que lleva dando empleo a políticos de la oligarquía, creando una red clientelar que impide cambios en favor de la mayoría social, porque implicaría perder privilegios y poder.
Las medidas que van a lo superficial como aumentar las pensiones un insuficiente 0,9% se pueden aceptar porque no tienen la fuerza necesaria para afectar esos privilegios, pero la derogación de la última reforma laboral, la recuperación de derechos laborales, la investigación de las riquezas hechas durante la dictadura… Moverán editoriales de prensa que no encontrarán respuesta de igual magnitud enfrente al no haber movilización, crearán una realidad alternativa que impedirá los cambios a los que los de UP se han comprometido.
Ese momento será crítico porque estarán en el gobierno sin poder justificarlo, ya que no podrían llevar a cabo las medidas prometidas, abriendo un escenario de debilidad, ya que la derecha aprovecharía para profundizar en el argumento de la traición a sus principios y a sus votantes, a la vez que el PSOE podría romper el pacto asentando la idea-fuerza de que UP no sabe gobernar.
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