Hace ya años que, para estas fechas, me siento ante el ordenador y escribo sobre Auschwitz y sobre la memoria de los campos de concentración y exterminio, y sobre el horror del nazismo. Cada año se conmemora, con solemnidad y emoción, el aniversario de la liberación de los campos de la muerte. El 27 de enero, una fecha instaurada como Día Oficial Internacional de la Memoria del Holocausto y la Prevención de Crímenes contra la Humanidad, que la ONU introdujo en 2005.
Cada año se dan las mismas discusiones sobre si el Ejército Rojo fue un “liberador de Europa” o el opresor de la misma, con personas cuyo único interés es la desinformación, la desmemoria. Cada año vemos las mismas imágenes. Los dirigentes de numerosos países con caras serias, circunspectas, solemnes (algunos de ellos dormidos), representando un papel. Simples marionetas que sólo buscan salir en la foto, mientras, algunos de ellos, siguen pactando con los cachorros, con la serpiente del fascismo que, de nuevo, asoma la cabeza por toda Europa.
Algunos me dirán que no es lo mismo. Otros dirán que los viejos fascismos han desaparecido. Pero que no se engañen: son los hijos y nietos de los que auparon los totalitarismos por toda Europa. Y el mejor ejemplo lo tenemos en nuestra casa. Hemos visto a los reyes, los representantes de “todos” los españoles, en esas celebraciones. Con caras serias, circunspectas, solemnes. Como todos los demás. Depositaron coronas de flores en los monumentos más importantes.
Como todos los demás. Asistieron a los discursos pronunciados por los supervivientes, los escasos supervivientes que aún nos pueden dar su testimonio, que nos pueden prestar sus vivencias. Como todos los demás. Se estima que ya sólo quedan 200 supervivientes del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau… 200 voces que desaparecerán en poco tiempo… 200 testimonios que se perderán las futuras generaciones.
El rey de “todos” los españoles firmó en el libro de honor del campo, ¡cómo no! Y escribió, en inglés: “las palabras son poderosas si están seguidas de acciones”. También instaba a actuar con verdad y solidaridad, para preservar la memoria de lo que ocurrió en Auschwitz. Bonitas palabras. Bonitas y vacías.
Vacías porque, mientras el rey de “todos” los españoles se pasea por Auschwitz, conmemorando la memoria del Holocausto, o por París el año pasado, en la conmemoración de la liberación de la ciudad, en la que tomó parte activa “La Nueve”, se olvida de que muchos de los que murieron en el campo de Auschwitz (o en Buchenwald, Mauthausen, Ravensbrück, Dachau, Sachsenhausen, Neuengamme, etc.) fueron republicanos españoles que huyeron del terror franquista.
O que muchos de los que liberaron París con “La Nueve” eran republicanos españoles que siguieron su lucha contra el fascismo, más allá de 1939 y el final de la Guerra Civil Española.
Así, mientras el rey de “todos” los españoles reclama la dignidad de las víctimas, reclama la preservación de su memoria. Se le olvida que muchas de esas víctimas fueron condenadas por el mismo dictador genocida que las abandonó para que fuera el otro genocida, el alemán, el que hiciese el trabajo sucio. Se le olvida también, parece ser, que también puede poner coronas de flores en los antiguos terrenos de los campos de concentración, en las prisiones, que se extienden por toda la geografía española, no tan conservados como los memoriales que guardan la memoria de los deportados en Europa, pero igual de válidos.
Tal vez el rey de “todos” los españoles tenga que estar presente en estos actos internacionales. Tal vez sean necesarias esas bonitas palabras que ha escrito en el libro de honor. Pero también debería presentar los mismos respetos a los que padecieron la persecución, la represión y la muerte en los campos de concentración de la dictadura franquista. Una dictadura que, dicho de paso, nunca ha condenado la casa real, en un acto de una enorme miseria moral, y que podría servir para sanar algunas de las tan cacareadas heridas de la sociedad española.
Parece ser que está bien recordar a las víctimas “cómodas”, las del “otro” dictador, pero no a las propias, a las que tenemos en casa, a las que fueron perseguidas por el fundador de nuestra actual dinastía borbónica.
Mientras esta situación no cambie radicalmente, la reconciliación sólo será un espejismo, una imagen deformada que servirá para que, unos y otros, la utilicen a su antojo, según el interés del político del momento.
El recuerdo de las víctimas, de todas las víctimas, debe volver a ser una prioridad para los gobiernos de Europa. Sin embargo, el partidismo, la búsqueda del poder, la defensa de la “poltrona” ha hecho que en algunos países de Europa (y el nuestro ya no se escapa de ese mal ejemplo) se haya permitido que la serpiente vuelva a entrar en las instituciones, a gobernar, a poner nuevamente sus huevos de odio, ignorancia y rencor.
Y eso es peligroso. Muy peligroso. Ya lo sabemos. Ya estamos advertidos.