El sábado 6 de junio reabrió sus puertas el Museo del Prado, el Reina Sofía y el Thyssen-Bornemisza, pero la experiencia no será como antes.
Tendremos que acostumbrarnos poco a poco a esta nueva forma de vivir. Toda la experiencia será más individualizada, menos colectiva y mucho más “fría”.
Se priorizan las obligaciones sanitarias: portar mascarilla es indispensable, gel hidroalcohólico a la entrada, esterilizador de suelas de zapatos, mamparas y vallas de separación y cierre de espacios.
El Museo Nacional del Prado ha elegido el tema “Reencuentro”, rememorando también aquella primera época en que contemplábamos con una sonrisa en unas simpáticas fotografías sepias, aquellos cuadros apiñados, encajados, diría yo, como en un gigantesco tetris que cubría cada centímetro cuadrado libre de pared.
Pero vayamos al grano, no sin antes felicitar al director, Miguel Falomir, por haber conseguido reunir un total de 190 cuadros en más o menos una cuarta parte del espacio anteriormente utilizado. Aunque en el arte todo es subjetivo, lo más importante y representativo de lo que para la mayoría de los aficionados es la primera pinacoteca del mundo.
Se accede por la Puerta de Goya y tras pasar la columnata y ver en este hall “El Descendimiento” de Roger Van Der Weyden, donde se destaca el “truco” dramático del pintor, el escorzo del cuerpo de la Virgen es idéntico al de su hijo, al objeto de identificarse completamente con su dolor.
Y frente a esta última apreciamos “La Anunciación” de Fra Angelico, la cual ha sido recientemente restaurada.
Casi lo primero que vemos, desgraciadamente de tremenda actualidad: “El triunfo de la Muerte”, de Bruegel el viejo. La galería central nunca estuvo tan espléndida. Hasta con “las lanzas” se ha enriquecido.
Antes de llegar a la sala abovedad de “Las Meninas”, nos deleitamos entre otras genialidades con “El lavatorio” de Tintoretto, obra que os aconsejo contemplar precisamente desde este ángulo, al objeto de apreciar la perspectiva tal y como era la intención del pintor.
Los fieles no podían verlo desde otro punto de vista ya que el encargo de la iglesia a que estaba destinada lo ubicaba a la derecha del altar. Y así Jesús, como personaje principal, también es lo primero que se aprecia, de otro modo el cuadro pierde bastante sentido.
Y frente a este, también en la galería central, este afortunado de Guido Reni. El referido autor realizó varias versiones, y esta sin duda es la mejor. Trata sobre sobre el desafío de Hipómenes y Atalanta en el momento en que Hipómenes arroja las manzanas de oro bajo esa luz lunar tan conseguida para distraer la carrera de Atalanta, y del que es obvio que dado el nivel nuestros lectores, el resultado estos ya conocen de sobra.
Pero lo que quizás no sepan muchos de ellos es que en la parte final de la historia, cuando los que suponemos gemidos eróticos de los amantes en el templo de la diosa ofendieron a su propietaria, esta decidió convertirlos en leones que tirasen eternamente de su carro, en efecto, estos dos son precisamente los que estamos hartos de ver trescientos metros más arriba del museo, en la plaza de la Cibeles.
Como madrileño sinceramente me agradaría que indicasen este extremo curioso con una pequeña referencia en la explicación que acompaña al cuadro. Al anterior director, le mandé una notita, pero no me hizo ni puñetero caso. A lo mejor un día voy y lo intento con este.
Y ahora la sala de “Las Meninas” que acoge como novedad también “Las Hilanderas”. Y en uno de esos tres puntos se tendrá que situar el visitante (cuando le toque).
No me resisto a comentar aquí el movimiento del mastín ante la patada que le acaba de propinar Nicolasito Pertusato (este enano proveniente del Ducado de Milán llegó a ser ayuda de cámara del rey, y falleció con setenta y cinco años).
Siglos antes de inventarse la fotografía, y como si la velocidad de obturación del diafragma fuese un poco más lenta, si uno lo observa con atención, parece que el citado mastín se está moviendo, molesto y a la vez displicente ante la agresión, tal creo yo es lo que desea hacer ver Velázquez con sus pinceladas sin concretar la definición de los contornos del can.
Y el ya manido hasta la saciedad juego de la incógnita de si el pintor retrata a los reyes, reflejados en el espejo, o a cualquier espectador que tenga la suerte de plantarse delante del cuadro, o de cómo el resultado es un cuadro asombroso y universal pese a que desde la posición en que el artista se retrata solo podría ver la espalda de las protagonistas.
Demasiadas reflexiones que dejo al interés de cada cual, y que ya han sido y seguirán siendo analizadas y debatidas por plumas a no dudar mucho más solventes que la mía.
Y al lado la serie de bufones (estos los pobres, un poco abigarrados), cuya figura central es el famoso retrato de Pablo de Valladolid, bufón en la corte del rey Felipe IV desde 1632, vestido de negro y en actitud declamatoria, en alusión a su oficio en Palacio.
Este último es uno de los máximos ejemplos de la habilidad de Velázquez para plasmar el carácter del personaje y transmitir la sensación de volumen y perspectiva, a partir de una gama de colores muy reducida. El espacio y la profundidad quedan sólo sugeridos a partir de la sombra del retratado.
Creo interesante hacer constar que el Gran Manet, ante su contemplación escribió a su amigo pintor Fantin Latour que era “el trozo de pintura más asombroso que se haya pintado jamás. Es aire lo que rodea al personaje, vestido todo el de negro y lleno de vida”.
Esta lección de quien llamaba “peintre des peintres”, la aplicó a su cuadro, el famoso Pífano, en el que el joven músico aparece en un espacio neutro, tan solo sujeto al suelo por la sombra de los pies.
Goya se encuentra también magníficamente representado, han ascendido a esta planta el 2 de Mayo y los fusilamientos, pero prefiero dejarles descansar y no aburrirles más. Otro día prometo un artículo exclusivamente de Goya. Y lo siento, como pueden ver, ya no podemos pasar