Bueno, hoy nos daremos un paseo por el Museo de Málaga, que espero os guste y os anime un poco si por desgracia a alguno de vosotros os afecta el confinamiento decretado por las autoridades de la localidad, región, o país donde viváis, como consecuencia de esta terrible pandemia que inclementemente nos azota.
Alberga las dos importantes colecciones que conforman el mismo; la interesantísima de Arqueología, y la muy completa de Arte. El museo está ubicado en el Palacio de la Aduana, mandado construir a los efectos que su propio nombre indica por Carlos III, inspirado en el de similar existente en Madrid creación de Sabatini, y que representa el más grandioso exponente del Neoclásico en la ciudad. El magnífico edificio es obra muy lograda de Manuel Martin Rodríguez.
Hay que hacer notar que el museo posee muy poca producción anterior al XIX; si bien es cierto que en calidad de préstamos o depósitos estatales podemos ver algo de Morales, del simpar Murillo, de Pedro de Mena. A partir del XIX, la representación es dignísima.
Ello se explica por la presencia a mediados del citado siglo del levantino Bernardo Ferrándiz quien creó una magnifica escuela de la cual merece destacarse a Moreno Carbonero, Belgrano y a Martínez de la Vega.
La fortuna pictórica sigue sonriendo a Málaga cuando, unos años después, se establece en la ciudad Muñoz Degrain, cuya influencia no solo es imposible que no se deje notar, sino que como amablemente me cuentan en el museo, además de impulsor del mismo fue la causa de que gracias a sus gestiones hoy podamos contemplar aquí obras de Sorolla, Ramón Casas. Emilio Salas o Cubells.
Vale, un poquito ya más centrados, vayamos sin más dilación con nuestro prometido paseíto:
Alegoría de Málaga del mencionado Bernardo Ferrándiz en colaboración con Muñoz Degrain (que yo sepa la única vez que esto sucedió).
Estudio para el techo del recién construido teatro Cervantes, que debía reflejar la pujanza económica impulsada por la nueva burguesía con alusiones al puerto y a la estación de ferrocarril.
“La bendición del campo en 1800”, de Salvador Viniegra y Lasso de la Vega.
La concibió y ejecutó en Roma y refleja la superstición popular. No lo puedo llamar de otra manera, como definir el hecho de cifrar el éxito de las cosechas a la fuerza de los rezos y al buen desarrollo de la procesión que contempláis. La obra tuvo en la época una gran repercusión internacional.
“La princesa de Kapurtala” (Retrato de Anita Delgado), de Federico Beltrán Masses.
Una historia de película. Retrato de la bailarina Anita Delgado, una sencilla y humilde muchacha de Málaga que enamoró locamente al marajá de Kapurthala, quien se casó con ella, la cubrió de joyas y se la llevó a recorrer mundo en los más lujosos hoteles antes de recalar en su principado de la India.
En una de sus estancias en Paris, este pintor, Federico Beltrán Massés , cubano hijo de españoles, logró este fantástico retrato.
Como curiosidad, señalar que este era el pintor preferido y recomendado por la jet de la época, y que el azul que utilizaba en su paleta se hizo también famoso (azul Beltrán), como el mismo lo definía, “como una noche de verano”.
“La última ola (Naufragio)”, de Emilio Ocón y Rivas.
Si, a mí también me recuerda la “balsa de la Medusa”, un poco la corriente de la época.
Pero aquí el pintor malagueño, alumno de Carlos de Haes, consigue además de un vibrante realismo con los golpes sueltos de color, un intenso dramatismo con el acertado tratamiento de los rostros de los personajes.
Lástima que no estemos en el museo para poder acercarnos un poquito más, y perdonad mi poca pericia como fotógrafo. De haberlo pensado en el momento hubiese acompañado un primer plano, recogiendo la angustia y el temor que reflejan los rostros de los personajes.
¡Y tenía corazón! (Anatomía del corazón) de Enrique Simonet y Lombardo
El tributo al realismo social inevitable en esta época, junto con su necesaria correspondencia con la también imperante corriente científica.
“Retrato de su madre y de muchacha” de Joaquín Martínez de la Vega
“Antonia Chércoles, la esposa del pintor”, de Fernando Labrada.
“La esclava en venta” de José Jiménez.
“Bebedor vasco”, de Sorolla.
“Ecce Homo y Dolorosa” de Luis de Morales. Por el algo le llamaban en su época “el divino”. Su esfumato recuerda a Leonardo.
“El pintor y la modelo”, de José Carlos Durán
Hasta la próxima