Los votos están condicionados por una conciencia o sentimiento colectivo, un sentimiento que puede ser muy diferente hoy y tener un sentido incomparable al de ayer. El voto a partidos de extrema derecha muy a menudo se considera un voto “emotivo”, basado, por ejemplo, en el miedo o la ira. Pero esas características son muy incompletas como determinantes de ese comportamiento electoral.
Los parámetros políticos que, hasta hace unos años, habían funcionado para analizar el voto de la clase obrera se demuestran ahora completamente inútiles, porque la composición del electorado y el territorio ha cambiado profundamente, tanto a nivel demográfico como socioeconómico y político. Ahora, el lazo “natural” entre estructura social y tendencia de voto está en entredicho.
Desde comienzos del siglo XX, el capitalismo y los partidos políticos conservadores, ante el auge del dominio socialdemócrata sobre la clase obrera, aprendieron a dominar el discurso político y controlar la orientación del voto de esos sectores sociales. El objetivo principal de ese control de los mecanismos democráticos era implantar unos planteamientos, basados en el miedo o la represión, entre los sectores populares y la clase media.
Europa se encuentra en un proceso de transformación para el que no se encuentra ni económica ni política ni mentalmente preparada, después de dos crisis tan graves como la económica de 2008 y la pandemia de 2020. Estas crisis han erosionado las bases del Estado del Bienestar sobre el que ha descansado, históricamente, el compromiso de clase, del que la socialdemocracia formaba parte. Este proceso ha desembocado en que, desde hace años hayan surgido partidos neo-fascistas en Francia, Italia o España, beneficiándose del desencanto con la socialdemocracia, mientras en otros países, como Alemania o Austria, esos partidos se nutren de los temores de la clase media, que están preocupadas por su declive socioeconómico.
En este proceso, el papel de la clase obrera es un tema de gran importancia, e ideológicamente comprometido. Incluso la noción de “clase obrera” es engañosa, ya que en su comportamiento electoral existen considerables diferencias entre sus votantes. Esas diferencias responden a consideraciones de género, localismos, niveles educativos, sectores económicos o seguridad laboral.
Si reflexionamos sobre el voto de la clase obrera, especialmente cuando se refiere a su tendencia a votar a la derecha o la extrema derecha, debemos tener muy presentes las diferencias existentes dentro del colectivo de clase obrera, que no es lo mismo que el movimiento obrero. Marina Subirats señalaba que es un error considerar que la clase trabajadora es intrínsecamente progresista, debido a su posición dentro de la jerarquía social y su enfrentamiento con el capitalismo.
“No obstante, este principio no se cumple en todas las situaciones históricas. Para que la clase trabajadora actúe como una clase social progresista es necesario que exista una conciencia de clase, es decir, unas condiciones no sólo materiales, sino también un reconocimiento de una diferencia como clase y de la especificidad de sus intereses y objetivos”.
En la ideología neoliberal, la clase trabajadora se ha quedado sin instrumentos para elaborar su ideología propia, y ha quedado inmersa en una deriva plagada de discursos patrioteros como los que está poniendo en marcha la extrema derecha en la vida política y social del país.
Actualmente, la derecha extrema y la extrema derecha necesita atraerse el voto popular, un voto que, tradicionalmente, se había concentrado en la izquierda del espectro político. Es un proceso que ya llevó a cabo Le Pen, que ha convertido al Frente Nacional en el “primer partido obrero de Francia”.
También en Italia se ha producido un proceso similar, que busca seducir el voto popular y de clase obrera, que siempre había estado vinculado a partidos de izquierda. En Austria, el FPÖ liberal tuvo una fuerte tendencia hacia ese tipo de populismo a finales de los 1990, que le llevó a conseguir sus mejores resultados electorales. En España parecía que aún no había conseguido captar el voto obrero de forma importante, pero sus estrategias apuntan a esta línea de actuación en los últimos años, llegando, incluso, a crear un “sindicato” afín, Solidaridad.
Este proceso se ve afectado por la cambiante situación socioeconómica del territorio. Han ideo desapareciendo los cinturones industriales en las grandes ciudades españolas, dejando grandes zonas desindustrializadas. Barcelona es un ejemplo de este proceso. Lo que antes había sido el cinturón metropolitano “rojo” ha ido pasando, en pocos años, a tener primero algunas manchas naranjas y azules, llegando a introducirse, incluso, un tenue tono verde.
Estos cambios demuestran que el escenario político es muy fluido, muy variable, con cambios profundos en pocos años. La clase trabajadora está profundamente dividida, sin cohesión, con una representación política fragmentada y sin un proyecto único.
La derecha populista-radical como nuevo voto de clase
La evolución del capitalismo, desde comienzos de los 1980, ha provocado que las identidades sociales construidas sobre la base del trabajo han vacilado, debido a la multiplicación de las formas de precarización laboral, la transformación de los modos de producción y el creciente nivel de desempleo. Ha sido la clase obrera la que ha sufrido las mayores convulsiones: procesos de desindustrialización, globalización, deslocalización, etc.
Los partidos de extrema derecha se han beneficiado de la reconfiguración de esas identidades y la progresiva desaparición de las tradicionales identidades socioprofesionales. Su electorado ha pasado de los sectores compuestos principalmente por trabajadores autónomos a uno fuertemente representado entre la clase obrera.
Además de los aspectos emotivos, que centran muchos análisis, para analizar el voto de clase obrera y la extrema derecha, también debemos analizar las diversas condiciones de vida que apuntalan el comportamiento electoral: la exposición a los efectos de la globalización, la precariedad laboral, la naturaleza de la actividad profesional, el nivel de ingresos, etc. Todo esto son características que definen la postura de los individuos en las relaciones de producción y que afectan también al voto a la extrema derecha.
Por ejemplo, la actitud hacia la inmigración parece un factor relevante como elemento potencial de apoyo a la extrema derecha populista, ya que la xenofobia y el etnocentrismo son determinantes ideológicos principales para el voto a esos partidos.
La transformación socioeconómica está afectando los espacios políticos y permitiendo nuevas fracturas que emergen en los conceptos de “vendedores” y “vencidos” de la globalización. Los “vencidos” perciben un declive en su estatus social y económico, las hace más proclives al voto a la extrema derecha. Sin embargo, la pertenencia al heterogéneo grupo de los “vencidos” de la globalización no es suficiente para comprender el apoyo a las posturas etnocéntricas o el voto a la extrema derecha.
Las diferencias sociales crean resistencias al comportamiento xenófobo y reclaman una mejor comprensión del complejo entramado de identidades que conforman a un sujeto político.
Debido a la globalización y los cambios tecnológicos, el estatus de algunos trabajadores se ha considerado en peligro por la evolución del sistema capitalista. Esta amenaza material y de estatus tiene un impacto significativo en la percepción de su mundo social y en los posicionamientos políticos individuales. De este sentimiento de vulnerabilidad en el mercado de trabajo surge la xenofobia. El proceso de automatización influye fuertemente en el comportamiento político, y se muestra que el nivel de ingresos también determina el voto a la extrema derecha. Las personas que temen perder su estatus avivan el electorado de la extrema derecha populista, sobre todo cuando la población inmigrante es vista como una amenaza. La precariedad y el auto-emprendimiento forzado, junto a la inseguridad social, son determinantes de apoyo a la extrema derecha, pero también influyen en el incremento de la abstención.
El contexto local juega un papel significativo en la conformación de puntos de vista xenófobos. Es una actitud que emerge en zonas con una elevada densidad de inmigración (aunque no sea más que una apreciación), en tanto que se percibe como una amenaza, medida según el sentimiento de inseguridad en el espacio público, un argumento ampliamente explotado por la extrema derecha.
Contrariamente a lo que muchas veces se afirma, estudios recientes demuestran que los bajos niveles de ingresos no llevan sistemáticamente a percepciones negativas de la inmigración. La percepción del mundo como un espacio competitivo contribuye a las representaciones xenófobas en los barrios más económicamente favorecidos, porque en esas zonas desean limitar la llegada de personas que puedan hacer peligrar la preservación de su estatus social.
Los efectos negativos que afectan al mercado laboral se acentúan en las zonas más deprimidas. Sin embargo, el desempleo nativo no contribuye a los buenos resultados electorales de la extrema derecha, debido a los elevados niveles de abstención de las poblaciones más precarias. El voto de la extrema derecha decae cuando la población inmigrante ocupa una posición social o nivel de cualificación más bajo que la población nativa. Por tanto, es la subversión de la jerarquía social, anclada en la relación social y el temor a la pérdida de estatus, lo que representa un campo fértil para las posturas de extrema derecha.
Conclusión
La afirmación de que los perdedores de la globalización constituyen una reserva de votantes de la extrema derecha no es totalmente correcta, si no se tienen en cuenta algunos matices sobre el análisis de las condiciones de vida y las dinámicas locales del mercado de trabajo.
El electorado de extrema derecha es muy volátil, definido por un voto intermitente más que por un apoyo estable.
Si asumimos que la xenofobia y el etnocentrismo son los determinantes principales del voto a la extrema derecha, el éxito de esos partidos parece ser temporal, referido a la situación de inseguridad percibida. Es la articulación del temor de pérdida de estatus lo que lleva significativamente al voto de extrema derecha.
Esos partidos intentan enlazar el estatus social a las propiedades físicas y legitimar la jerarquía social sobre las bases de raza y género. Para crear una resistencia al discurso de la extrema derecha necesitaremos la articulación de un proyecto común para los grupos explotados, con una consideración de las diferentes relaciones de dominio existentes.