El siglo XXI parece no haber llegado a nacer en Argentina. Ni 18 años de gestación han bastado para que la modernidad se instale de una vez por todas en el país de origen del Papa Francisco. Así lo constataba antes de ayer el Senado de Argentina cuando, con 38 votos en contra y 31 a favor, tumbaba la propuesta de ley sobre el aborto seguro y gratuito manteniendo de este modo vigente una ley de 1921 basada en supuestos. Casi 100 años después de redactarse esta norma adelantada entonces a su época, la mujer argentina solo podrá interrumpir su embarazo en caso de violación o si existe un riesgo severo para la vida materna.
Oleadas verdes contra oleadas azules se manifestaban ayer frente al Senado de Argentina. Las primeras, formadas principalmente por grupos feministas que defienden el aborto libre y gratuito; las segundas, compuestas esencialmente por grupos católicos y protestantes autodenominados provida. Miles de personas que por diferentes motivos esperaban el resultado de lo que se estaba gestando dentro de la matriz de la Cámara Alta aguardaron con paciencia durante las 16 horas que duró la sesión. Como una familia ansiosa que espera la sorpresa de saber si su próximo miembro será niño o niña, Argentina se preguntaba lo siguiente: ¿Será patriarcado o será feminismo?
Poco más tarde de las 10 de la noche el parto había finalizado. El patriarcado había ganado gracias al voto de 38 senadores conservadores. Casi todos ellos defensores de arraigados valores religiosos y habiendo argumentando su decisión prácticamente con las mismas consignas de las pancartas de sus simpatizantes en las calles: “Salvemos las dos vidas” o “Legal o ilegal el aborto mata igual”. No faltaron aquella tarde discursos políticos basados en la doctrina cristiana y en la culpabilización de la mujer.
Sin embargo, el feminismo convocaba en esas horas un contraataque a base de cacerolada en señal de protesta. Sus argumentos en torno a los abortos clandestinos que cada año producen varias decenas de fallecimientos y miles de hospitalizaciones de mujeres -generalmente pobres- no han podido vencer a las plúmbeas creencias de una sociedad cerrada ya no solo a la idea de la liberación femenina, sino a la aceptación de hechos que prueban que ilegalizar la interrupción voluntaria del embarazo no evita que se lleve a cabo su práctica y que además añade un mayor número de sufrimiento y muertes.
Las declaraciones de la expresidenta y ahora senadora de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, iban por este último camino. Lejos de hablar de la libertad que cada mujer debe tener para decidir si ser o no madre, la política peronista usaba como argumento para la defensa del aborto libre la realidad existente en su país: donde las personas adineradas se pueden permitir abortar en el extranjero mientras que las clases más bajas a menudo recurren a clínicas ilegales.
“Van a seguir produciéndose los abortos en la Argentina”, relataba Fenández de Kirchner durante su discurso en el pleno del Senado. “Fueron las miles y miles de chicas que salieron a la calle, las que me hicieron cambiar de opinión con ese feminismo que se está construyendo”, añadió en referencia a su pasado como pronunciada antiabortista. Junto con estas declaraciones en defensa de las partidarias verdes, Kirchner negaba además que fuese el escándalo con su hija Florencia lo que le hiciera replantearse su postura frente a este tema, tal y como habían señalado algunos medios de comunicación.
Pero fuesen las pancartas verdes o la defensa de su propia imagen pública las que le hicieran tomar partido por la libre elección de la mujer, la líder peronista tomaba una decisión acorde a los tiempos en los que vivimos e incluso a tiempos pasados: donde algunos países pudieron salvar miles de vidas gracias a legislaciones progresistas sobre el aborto. Como ya veremos, la URSS fue pionera en la práctica del aborto libre a principios del siglo pasado. Teniendo esto en cuenta, asimilar la derrota de algo tan elemental en los tiempos que corren resulta mucho más complejo y doloroso.
Realizar la interrupción de un embarazo de forma subrepticia en la Argentina actual no solo supone un riesgo de cara a enfrentarse a penas de hasta cuatro años de cárcel, sino que arroja un peligro para la propia vida de la mujer. De este modo, se sabe desde hace años que la ilegalización del aborto no es provida, es proélite. Y que querer despenalizar el aborto hasta la semana 14, como pretendía la propuesta feminista, ayudaría a evitar el sufrimiento de las mujeres, de las familias y de los niños no deseados. Especialmente cuando hablamos de personas sin recursos o sin la suficiente madurez como para ejercer una paternidad.
¿Y cómo ha podido fracasar algo así? La respuesta obvia parece ser que la religión se ha mezclado con los intereses económicos de ciertos grupos de poder. No obstante, como también contaremos a continuación, el fracaso de esta propuesta que parecía tener el suficiente apoyo popular se puede deber a otros factores, tales como los derivados de las limitaciones de la democracia representativa frente al referéndum popular como forma de someter a elección decisiones fundamentales para la ciudadanía. El caso de Irlanda podrá explicarnos cómo una votación real pudo haber cambiado el resultado de las votaciones en país americano. O al menos haber despejado todas las dudas.
Despenalización: el caso de la URSS
El 18 de noviembre de 1920, tan solo tres años después del inicio de la Revolución bolchevique de 1917 , el Comisariado del Pueblo para la Salud y la Justicia de la URSS publicaba un decreto sobre la terminación artificial del embarazo. Esta norma garantizaba que toda mujer que quisiese interrumpir su embarazo voluntariamente podría hacerlo de forma libre y gratuita. Garantizando su seguridad y cuidados en las secciones de los hospitales destinadas a este fin.
Mientras que las arcaicas ideas zaristas ponían su foco en la familia, en la descendencia y en el papel doméstico y subyugado de la mujer, las ideas revolucionarias hablaban por aquel entonces de la libertad del individuo sobre su propio cuerpo. Aún considerando el aborto como “un mal”, esta ley soviética de los años 20 no especificaba semanas para abortar al feto y su únicas líneas rojas eran que la práctica fuese hecha siempre por un médico y que la operación no tuviese ánimo de lucro.
“La legislación de todos los países combate este mal mediante el castigo a las mujeres que deciden abortar y a los médicos que llevan a cabo la operación. Sin haber obtenido resultados favorables, este método de combatir el aborto condujo estas operaciones a la clandestinidad y convirtió a la mujer en una víctima de mercenarios, a menudo ignorantes, que hacen de las operaciones secretas su profesión”, se argumentaba en este texto de principios del siglo pasado.
Irlanda, una votación popular real
El Congreso de Argentina, una cámara más progresista y que representa mejor a las grandes ciudades, frente a un Senado que pretende dar más voz a las provincias, generalmente más conservadoras. Durante la votación del Congreso la libre interrupción del embarazo había ganado con una ligera diferencia, pero esta no fue suficiente para contrarrestrar a una mayoría de derechas en la Cámara Alta. Una vez conocidos los resultados arrojados por los senadores, el feminismo perdió las esperanzas cosechadas tras el escrutinio del Congreso de los Diputados. La ley que haría entrar al país austral en el siglo XXI era abortada, impidiendo el nacimiento de una nación más justa y menos opresora para sus habitantes femeninas.
Pero mientras en Argentina parece importar más la opinión de los líderes políticos que la de la ciudadanía misma, otros países como Irlanda tomaron el referéndum como método para crear una nueva legislación sobre el derecho a la interrupción del embarazo. El país europeo, que tenía una de las leyes más restrictivas en cuanto al aborto, ponía este año en manos de su pueblo la anulación de la Octava Enmienda: una norma anticuada que establecía que un no nato tenía el mismo derecho a la vida que una mujer embarazada y que solo contemplaba -desde su revisión en 2013– la interrupción del embarazo en caso de peligro para la madre y nunca en caso de violación o deseo de la mujer.
Partiendo de una posición más atrasada que la argentina, Irlanda lograba a través de un método realmente democrático terminar el pasado 26 de mayo 2018 con una ley que solo podía satisfacer a los sectores más reaccionarios. Gracias al 66% del escrutinio, la nación anglosajona lograba lo que Argentina no pudo lograr este año. Tal vez por las trabas del sistema representativo, o tal vez porque una gran parte de la sociedad del país latinoamericano aún permanece bajo el paraguas del dogmatismo religioso y hace oídos sordos a cualquier propuesta progresista.
Como si oyeran llover feminismo.