Sobre el fracaso y el futuro de la Unión Europea
La Unión Europea, establecida el 1 de noviembre de 1993, ha fracasado. A sus casi 30 años de existencia, finalmente se ha demostrado como lo que realmente es: un fraude. Así, ¿qué recorrido le queda? ¿Seguirán los Estados europeos manteniendo al zombi? En el presente artículo se analizan las causas de su fracaso, así como las opciones que se abren de cara al futuro.
Unión Europea: una idea, una realidad
El objetivo de crear una unidad en torno al continente europeo no es nuevo. Napoleón Bonaparte ya había soñado, a principios del siglo XIX, con la creación de una unidad europea basada en los principios de la Revolución Francesa. Posteriormente, y para evitar que se repitieran las matanzas de las dos guerras mundiales, que asolaron principalmente el viejo mundo, muchos políticos, analistas y filósofos consideraron que el único modo de impedir una Tercera Guerra Mundial era unir los estados y naciones europeos en una superestructura que limitara sus ansias bélicas.
Otro de los motivos de fondo era, evidentemente, luchar contra la hegemonía de los Estados Unidos de América y la Unión Soviética, las dos superpotencias que dominaron el mundo durante la Guerra Fría, y en la que Europa se encontraba en medio. Después de siglos de dominio absoluto y colonización de casi todos los rincones del mundo, los Estados europeos veían como quedaban relegados a meros actores secundarios. La única solución para Europa era convertirse en una superpotencia en sí misma.
El camino hasta llegar a ese noviembre de 1993 fue largo. Primero se crearían la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (1951), la Comunidad Económica Europea y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (las dos últimas en 1957). En base a estos tres pilares se crearía más adelante la UE, que también sumó la cooperación policial y judicial y la Política Exterior y de Seguridad Común (Maastricht, 1993).
A lo largo de estos años la UE se ha ampliado; actualmente cuenta con un total de 28 estados -todavía sumando el Reino Unido, que debería salir de la unión este año-. Se han desarrollado políticas para intentar uniformizar a los Estados miembros, como la inclusión de una moneda común -el Euro, no adoptado por todas las partes, y sí por otros Estados europeos que no forman parte de la UE– y el intento de institución de una Constitución Europea.
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Empiezan los problemas: la crisis económica global
Parecía que la UE marchaba según los planes de sus creadores, hasta que estalló la crisis económica mundial en 2007-2008. Considerada como la crisis financiera más importante desde la Gran Depresión, en la década de 1930, afectó a todos los estados miembros de la UE, aunque a algunos más que a los otros. En concreto, países como España, Italia, Irlanda y Portugal tuvieron serios apuros para no entrar en fallida, recibiendo fondos del Banco Central Europeo para sobrevivir.
Pero el país que lo pasó peor fue Grecia. El país heleno se encontró en una situación tan difícil, que Alemania llegó a plantear su retirada de la zona euro, alegando que la crisis griega podía afectar a todo el sistema económico de los demás miembros. Al final, Grecia tuvo que endeudarse hasta la saciedad para remontar un poco su economía, pero todavía se encuentra en una situación límite para sus ciudadanos.
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El auge de la extrema derecha
Con la llegada de la crisis económica, empezó a experimentarse un auge entre los movimientos de extrema derecha, tanto sociales -organizaciones fascistas, racistas, ultras- como políticas –Frente Nacional, UKIP, AfD, VOX-. Aunque Europa nunca había estado limpia de la lacra que supone esta ideología, se había conseguido mantener a ralla sus partidos fuera de las instituciones. Actualmente, nos encontramos con fascistas en cargos electos y de responsabilidad.
Los primeros países gobernados por partidos ultraderechistas fueron Polonia y Hungría. A pesar de las normativas de la UE y los mecanismos de control que tiene sobre los Estados miembros, el Parlamento Europeo ha sido incapaz de controlar los desmanes de estos gobiernos, que han legislado en aspectos como el control del aparato judicial, de la libertad de prensa y sobre inmigración en una linea contraria a los fundamentos de la unión.
Es evidente que este giro a la derecha no es exclusivo de la Unión Europea. A Viktor Orban en Hungría, por ejemplo, se le han sumado Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en el Brasil, además de los ya sempiternos líderes absolutistas de Turquía e Israel, Recep Tayyip Erdoğan y Benjamín Netanyahu, que también han extremado sus propuestas.
La incapacidad de la Unión Europea para frenar el avance del fascismo y la ultraderecha en sus propias fronteras son la razón principal de su fracaso. La UE había nacido precisamente con el objetivo de que los horrores del nazismo no volvieran a repetirse; al demostrarse su incapacidad para asumir este papel, es evidente que la UE no tiene razón de ser.
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La vergüenza del Mediterráneo y la crisis de los refugiados
Finalmente, el golpe de gracia a la UE vino con la crisis de los refugiados. Con centenares de personas muriendo semanalmente delante de las costas europeas, la Unión Europea se vio incapaz de asumir la situación, llegando a acuerdos vergonzosos con regímenes totalitarios para evitar ser parte de la solución. Alemania dirigió un sistema de cuotas, más por la llegada de millones de personas en sus fronteras que por intentar solucionar la crisis, que ningún Estado miembro ha asumido, a pesar de comprometerse a ello.
La aparición de maníacos como Matteo Salvini, vicepresidente y ministro del Interior italiano, negando a los buques que habían rescatado a migrantes en el mar, atracar en los puertos del país, todavía hundió más la reputación de una UE que ha demostrado que, en caso de crisis, se hunde en el barro.
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¿Y ahora, qué?
Es evidente que la Unión Europea ha fracasado. Cuando la geopolítica mundial le era favorable, todos la mayoría de los europeos se creían iguales. Pero al llegar las crisis, cada Estado hace la guerra por su cuenta, sin tener en consideración las necesidades de los otros. La Unión de los pueblos Europeos se ha demostrado falsa, y la creación de la propia UE no ha minimizado los nacionalismos -o patriotismos- de sus ciudadanos.
Entre el 23 y el 25 de mayo de este año se van a celebrar las elecciones al Parlamento Europeo; todavía no es seguro si el Reino Unido va a participar o ya estará fuera de la unión. En cualquier caso, es de esperar que los grupos ultras obtengan los mejores resultados de su historia. Matteo Salvini está intentando liderar una coalición de partidos eurófobos, con la clara intención de desmantelar la Unión.
Pero, ¿la UE deba salvarse? A lo largo de los años se ha demostrado que está más preocupada por solucionar los problemas de las multinacionales y de los intereses de las grandes corporaciones nacionales que de la salud y la seguridad de sus ciudadanos. Además, los rencores entre naciones no han disminuido, a pesar de la propaganda sobre el tema, y no parece que se vaya a solucionar por tener una bandera y un Parlamento común -solo hace falta ver el ejemplo que es España-.
Quizás las naciones del sur del continente –España, Italia, Grecia, incluso Francia o Portugal-, deberían mirar al sur, acercarse a los países del norte de África y el Levante -más cercanos a nivel cultural que los países nórdicos y eslavos, por ejemplo-, y potenciar la Unión por la Mediterránea. No como una organización supraestatal, sino de ayuda y apoyo mutuo en el desarrollo.
También habría que hacer un gran pacto antifascista, dejando bien claro dónde están los límites entre libertad de expresión y libertad para insultar, menospreciar o, incluso, matar al vecino. Una sociedad racista es una sociedad enferma -cosa que, parece, no acaban de entender los tres grandes partidos de ultraderecha españoles-.
En resumen, no es necesario crear una unión para evitar guerras; basta con que los Estados tengan la voluntad de no librarlas, o de no financiar las guerras de terceros. Mientras sigan existiendo empresas que se enriquecen con la guerra, seguirá habiendo gente dispuesta a matarse. Y mientras se siga fomentando desde los gobiernos, los parlamentos y los grandes medios de comunicación, que la culpa de todos los problemas de un país es de los “otros”, seguirá existiendo racismo, fascismo e intolerancia.