La pobreza no la trae Open Arms, salvando a vidas inocentes de fallecer en el mar. Ni siquiera tiene por qué llegar por vía marítima. La pobreza también pedalea hacia tu casa, es estudiante, llama a tu timbre y te trae tu hamburguesa para que tengas tiempo de escribir “Nacionalidad, por favor” en las noticias no contrastadas de Facebook.
Desde niños nos han enseñado que ser pobre es un castigo. La pobreza ha sido, durante todas nuestras vidas, un espejo que te decía qué era lo más feo del reino. Los que hemos pertenecido, o pertenecemos, a la clase media hemos visto en innumerables ocasiones acalladas nuestras quejas frente a un televisor que te señalaba con su dedo acusador. Un televisor que te mostraba las imágenes de un niño negro africano desnutrido que además de no tener derecho a la comida, a una vivienda digna y a acudir a la escuela, tampoco lo tenía, según el criterio de la ONG, a la intimidad.
Tu abuela, mientras tanto, corroboraba la versión de las ondas hertzianas. Si no te comías tus lentejas eras un desconsiderado. Tantos y tantos muchachos en el mundo que no tienen nada que llevarse a la boca y tú que no tenías ganas de alimentarte ni de ir al colegio por algo tan vulgar como el acoso escolar. “¿De qué vas a estar tú triste? ¿Es que no has visto a ese bebé de tres años con costillas afiladas como cuchillos?” La mente de tu abuelos, de tus tíos, de tus padres y muy posiblemente la tuya, había recibido una inyección de prejuicios vitaminados.
África era, según tus allegados, un continente vacío que se rellenaba con la imagen de la misma familia hambrienta repetida millones de veces. Un páramo de desválidos sin hijos de ministros, sin universidades de prestigio, sin privilegiados. Solo tierra, safari y humanos acostumbrados al sufrimiento. Aunque, tal vez, de vez en cuando, alguna imagen simpática del National Geographic les sirviese como adorno de navidad en su saturada imaginación. Tantas guirnaldas, tantos adornos sobre sus pieles. “¡Pero qué belleza! ¡Esas tribus que viven en la miseria, sin avances tecnológicos y aún así, bailan!…Y ahora, cómete tus lentejas o te llevo a Gambia a que te sacrifiquen los caníbales”.
Probablemente las intenciones de la ONG no pasasen por fomentar el racismo condescendiente. Es posible que la poca creatividad de los publicistas se uniese a la necesidad de morbo paternalista que existe en la Europa de los privilegios. Como si fuese necesario invadir la dignidad y los derechos de imagen de los menores para paliar el sufrimiento de un continente que todavía padece las consecuencias del expolio y la colonización. Una colonización de la que nunca nos hacemos cargo. Al fin y al cabo, hace mucho que hemos perdido nuestros territorios de Latinoamérica. A esos sí que les pedimos un poquito de perdón. Algo se lo merecen. “Vale, nos pasamos. Menos que los ingleses, los holandeses o los franceses, pero también rebasamos la línea. Aunque ya liberamos Filipinas y Cuba. Hemos cumplido”.
No, amigo historiador formado en las más ilustres obras de Reverte, las dos últimas colonias españolas no han sido Cuba y Filipinas. Los dos últimos territorios de los que hemos sacado la zarpa han sido el Sahara Occidental y Guinea Ecuatorial. El primero, es hoy por hoy una cárcel de arena y sal marina. Un país donde los oriundos y los descendientes de españoles abandonados a su suerte son compañeros de drama. La Monarquía Marroquí, tan amiga de la nuestra, se ha dedicado sistemáticamente a someter y diezmar al pueblo saharaui con la necesaria complicidad de nuestros gobernantes. Especial mención merecen aquellos que se denominan patriotas y han permitido la agonía de nuestros ciudadanos.
En cuanto a Guinea Ecuatorial, España ha sido el quebrantahuesos que ha lanzado estas tierras al vacío para llevarse sus pedazos más valiosos. Hemos llamado a la desidia de la población y a la explotación para luego llenarnos la boca con el logro de una independencia forzada que ha permitido la intrusión de las más atroces dictaduras. Teodoro Obiang, el mejor continuador del franquismo con permiso de VOX, acaba de cumplir 40 años de una llegada al poder despótica e ilegal. Justo los años que duró Franco al frente de nuestra nación. Esperemos que esto sea una señal. La bota opresora de Obiang debe perder el equilibrio que la sustenta. No obstante, su eterno pisoteo no será derribado mientras el mundo se rija únicamente por las leyes del mercado. Petróleo, corrupción y la complicidad del poder español. El cóctel perfecto para que los empresarios y banqueros se relajen en sus hamacas tropicales.
Pero esto no se trata de culpabilidad o de racismo. ¿Cuánto fósforo procedente del hermoso pescado del Sahara Occidental necesitamos para tener memoria histórica? La memoria histórica no se reduce a la península y sus islas, sino que debe ir mucho más allá, debe empatizar con las colonias que también sufrieron el fascismo. En cuanto a la pobreza, esta no se debe usar como rincón de pensar o elemento arrojadizo. La pobreza es una consecuencia de aquello sobre lo que no meditamos. Un reflejo indeseable de los entresijos de las cúpulas.
La pobreza, compañero seguidor de Marcos de Quinto, no la trae Open Arms, salvando a vidas inocentes de fallecer en el mar. Ni siquiera tiene por qué llegar por vía marítima. La pobreza también pedalea hacia tu casa, es estudiante, llama a tu timbre y te trae tu hamburguesa para que tengas tiempo de escribir “Nacionalidad, por favor” en las noticias no contrastadas de Facebook. La procedencia del muchacho de la bici y la mochila de cubo, al que no le has dado ni diez céntimos de propina, no te ha interesado para nada.
La pobreza no es una consecuencia de la mediocridad o las pocas ganas de trabajar. La pobreza viene de la mano de un sistema que busca dinamitar a las clases medias. Porque son peligrosas. Porque son intermediarias y soñadoras. Porque están lo suficientemente preparadas para conocer el funcionamiento de las altas esferas, pero a la vez permanecen cercanas a la realidad de las calles. El individuo de clase media protesta a menudo porque su formación no es valorada. Porque entre grados, másteres y doctorados tiene que pagar por trabajar. Su vida ha sido programada a propósito para no ser rentable con el gasto de sus padres hasta los 35, edad a la que el sistema les dice que deben formar una familia, ya que no les queda mucho tiempo.
La pobreza no es solo el yonqui de la esquina. Es también la mujer que no se puede divorciar de su marido maltratador porque este nunca le ha permitido trabajar fuera de casa. O aquella señora que ha realizado un trabajo a tiempo parcial para cuidar de un familiar y a la que el patriarcado le ha impedido tener ilusiones profesionales ambiciosas, además de una jubilación digna. Pobreza es que el sistema público de salud sea cada vez más escuálido, delegando en las personas físicas y no a los hospitales o residencias la responsabilidad de sus enfermos.
África era, según tus allegados, un continente vacío que se rellenaba con la imagen de la misma familia hambrienta repetida millones de veces. Un páramo de desválidos sin hijos de ministros, sin universidades de prestigio, sin privilegiados. Solo tierra, safari y humanos acostumbrados al sufrimiento.
Pero, sobre todo, la pobreza no es tu racismo selectivo. Ese que nunca empleas con los jeques árabes que mandan en tu equipo de fútbol, las mafias rusas que especulan en tu ciudad o los deportistas a los que coreas e idolatras. Ese racismo que, sin embargo, se envilece con tu infinita aporofobia. Esa que hace rabiar cuando alguien le da un bocadillo que no necesitas a un inmigrante. Momento justo en el que recuerdas a los españoles hambrientos y sin hogar, como el que se acuerda ese amigo al que solo le pides favores.
A la pobreza la alimentas cada vez que votas a partidos que van contra los derechos humanos. Cada vez que permites que privaticen tu educación y tu sanidad. A la pobreza la fortaleces exacerbando la incultura, con tus pocas ganas de leer o financiar periódicos independientes. La fortaleces cada vez que no te solidarizas con los despidos improcedentes, cada vez que buscas un ascenso a base de derribar a personas válidas y honestas.
La pobreza sobrevive con alimentos ultraprocesados, se aburre en los museos, se mete en tu cama del prostíbulo y hace que tu salario de 800 euros parezca una declaración romántica de tu amado neoliberalismo.
Pobre es tu opinión indocumentada, ya que no todo en esta vida es dinero.