El Régimen del 78 se debilitó durante el pasado año 2011, cuando las consecuencias de que el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero decidiera profundizar su agenda neoliberal para responder a la crisis iniciada en 2007, empezaron a incidir en la realidad de los trabajadores que conforman la mayoría social.
Las Marchas de la Dignidad primero, el Movimiento 15M después, y la irrupción de Podemos, como consecuencia política de las dos organizaciones populares de ámbito político y social, supusieron una ruptura que el Régimen del 78 sufrió con evidente caída de su sistema bipartidista, que casi observa cómo Unidos Podemos en 2015 sustituye al PSOE como alternancia frente a la derecha, una posibilidad que habría significado su quiebre. Por un puñado de votos no sucedió.
Fue en ese momento cuando la oligarquía española supo que había llegado la hora de atacar, no solo de resistir en una posición defensiva, -creación y auge de Ciudadanos para romper en dos el voto rupturista y evitar que se quedase en el margen izquierdo del campo político español-, frente a los movimientos progresistas, con el objetivo de recuperar, o al menos de acercarse lo máximo posible al escenario previo a la crisis: el PSOE y el PP lo suficientemente fuertes como para ser con diferencia las dos fuerzas políticas más votadas, blindando así la salida conservadora a la crisis, manteniendo la estructura heredada de la dictadura franquista.
Los movimientos en ese sentido han sido claros y obvios. Un primer rechazo a Pedro Sánchez que se convirtió en fagocitación cuando el actual líder del PSOE ganó las primarias frente a Susana Díaz, -la candidata preferida en primera instancia por el poder económico-, y tocó poder, entendiendo que no quería perderlo por hacer realidad arengas discursivas en las que nunca había creído.
Aumentó el apoyo mediático a Ciudadanos, conjugado con un ataque permanente a Unidas Podemos, para blindar la perpetuación del Régimen del 78 con una tercera fuerza que no lo cuestionase y que sirviera de apoyo en momentos de debilidad, cosa que Cs hizo en 2016 pero no en 2019, lo que le valió para entrar en un ostracismo mediático que lo va a postrar a ser quinta fuerza en las elecciones de mañana, según todas las encuestas.
VOX es el segundo esfuerzo que el sistema español, heredero de la dictadura franquista en cuanto a que la jefatura del estado la lleva la familia que Franco eligió, sin someterse a elecciones periódicas como manda la tradición dictatorial franquista; en tanto que las fuerzas de seguridad públicas siguen sin ser depuradas e incluso dirigidas por torturadores franquistas; y a que la élite social que impone las condiciones de vida de la mayoría social proviene de un origen de expolio durante la dictadura.
Una vez que el líder de Ciudadanos dio muestras de no saber controlar su ego político, y que, por lo tanto, podría cometer “traiciones” -no hacer lo que sus inversores mandan-, como no apoyar a Pedro Sánchez ante la negociación con UP que desgastó más a los de Pedro Sánchez que a los de Iglesias, llegó el momento de VOX.
No en vano el partido de Santiago Abascal, hasta hoy, ha beneficiado más al PSOE que a cualquier otro partido o sector social.
El Régimen del 78 usó en abril a VOX para agitar el miedo a la llegada al poder de la ultraderecha, lo que concentró el voto útil en el PSOE, que se esforzó en llamar “socio prioritario” a Unidas Podemos para arrastrar a los votantes de Iglesias a su formación, cosa que logró.
Hoy, los medios de comunicación en poder del IBEX-35 han aumentado la cobertura mediática a VOX al mismo ritmo que el marcado para reducir la exposición informativa de Ciudadanos. La intención es que la tercera fuerza sea, no una que solo dé estabilidad al Régimen del 78, sino que fuerce el escenario político para cerrar la crisis que ya es sistémica, por la posibilidad más conservadora posible.
En el escenario actual con el PSOE en recuperación, al menos según las encuestas elaboradas por el propio régimen, el PP volviendo a acercarse a los 100 diputados, y VOX como tercera fuerza, no sería descabellado pensar en una “Gran Coalición” suave, es decir, que el PP favoreciera la gobernabilidad del PSOE sin entrar en el gobierno, justificándose en el “sentido de estado“, llegando a acuerdos puntuales en los asuntos públicos clave para, a la vez, sostener el relato de que son polos opuestos.
En aras de justificar una salida a la crisis de régimen por la derecha lo más alejada posible de la concepción social del inexistente centro político, se podría sumar a VOX a esos acuerdos expresando que su masa millonaria de votantes no pueden quedar fuera de los principales acuerdos, cuestión que no importó cuando Unidos Podemos contaba con 5 millones de apoyos que fueron obviados por el sistema.