El debate electoral se celebró esta vez, como demuestran los datos de audiencia, de forma no tan esperada. En las redes las opiniones variopintas estipulaban a un claro vencedor según el discurso parroquial de su predicador predilecto. No obstante es destacable como una buena parte de los interlocutores del “inframundo interconectivo virtual“, indecisos o abstencionistas, hacían hincapié en el bajo nivel político de España.
No es de extrañar, ya que el vaivén (habitualmente ornamental más que de contraste de paradigmas), argumentativo se estipuló, y pactó, mediante cinco bloques encorsetados que rara vez favorecían al choque dialéctico, a nivel propositivo, entre las distintas formaciones.
También es cierto que alguno, como Pedro Sánchez, tampoco tuvo mucho interés en ello. Su campaña sigue dirigida a la consecución de una mayoría absoluta que, por la taciturnidad del rostro del presidente en funciones, se sabe inalcanzable. Pero absorto, y en su papel, hizo esfuerzos en mantener su relato abstracto e incondicional de ser el atacado, para volver a la carga con el gastado “detener a las derechas“. Así que en su interpretación, profirió una y otra vez medidas inmediatas, como si fuera ya el presidente que ha llegado y, quizá se quede por el camino.
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Al trapo estuvo, como siempre, Pablo Casado que entendió que debía bajar al barro con Pedro Sánchez, pero sus propuestas quedaron enmarañadas entre dichos ataques. Luego, lejos de la actitud machirulesca mostrada al tratar el conflicto de Cataluña, pocas o ninguna medida se aleja de lo que viene siendo la realidad española en los últimos cuarenta años, gobierne quién gobierne. Esto es ya un servilismo absoluto a las grandes potencias imperantes.
Con una actitud también exacerbada estuvo Albert Rivera, y su baldosa. Rivera tenía un papel complicado por su imparable caída en las encuestas tras la recuperación del PP y la irrupción de VOX. Por ello entendió, que pese a alianzas breves en determinados temas con los otros dos del “trío de Colón”, debía desmarcarse de Pablo Casado sino quería pasar a tener un papel testimonial en las próximas elecciones.
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Lo que sucede es que su truculento teatro empieza, a pesar de los momentos humorísticamente reseñables, a estar trillado por lo que, lejos de aportarle algún positivo, está convirtiendo a Albert Rivera en un “meme“, que incluso olvidó jugar sus bazas y señas de identidad, como la propuesta de la gestación subrogada.
Por el contrario, quién no tenia nada que perder fue Santiago Abascal, sobre el que algunos analistas, como señala Pedro Vallín, se han exaltado e incluso “han puesto el grito en el cielo por el fascismo “iliberal” visto en el debate después de llevar cuatro semanas en bucle y en exclusiva con los desórdenes de Barcelona, clamando por la perentoriedad de suspender el estado de derecho en Cataluña“.
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Quizá demagógico, por lo menos curioso. Aunque hablando de demagogia no podemos olvidar referirnos al propio Abascal, que cada vez con un discurso más similar a Trump, Bolsonaro y Le pen, se acerca y recupera espacios vacíos, olvidados, de un obrerismo, aunque de manera mezquina como diría Zizek.
Por último, Pablo Iglesias que, sin un interlocutor válido, se encontró otra vez con un debate trillado y escorado a la derecha. A pesar de ello volvió a basar su discurso en entregar su confianza a Pedro Sánchez, algo que incluso, las cabezas de UP consideran un error.
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Muy positivo fue el acordarse de las Kellys, los Riders, atacar al Santander o Blackstone, pero se le abrieron puertas de par en par que no supo aprovechar, o bien los debates internos de Unidas Podemos no le permitieron tomar esa deriva. Hablo de atacar la venta de armas del España a Arabia Saudí, el servilismo a Alemania, hablo del problema de la prostitución, las guerras comerciales e imperialistas de Estados Unidos, la defensa de las democracias latinoamericanas, e incluso hablo de la moderación del lenguaje entorno a medidas que requieren de una actuación radical como la de las casas de apuestas.
Pero no tan lejos del debate los claros derrotados fueron los medios de comunicación. Los analistas sociopolíticos televisivos no están mutando, sino que ya se han convertido en un ente esperpéntico incapaces de dirigir un análisis de la realidad más allá de quién llena el bolsillo.
Por no hablar del factchecking… El abismo de la hegemonía cultural nos detiene frente al precipicio neoliberal que interconecta a pequeños grupos de individualidades diversas que requieren salvaguardarse bajo el prisma exagerado de un ser mediático con fauces narcisistas, achicadas por el “buenvivir“. Ya no son más que los “tontos útiles” y su séquito de iguales con ínfulas de distinción.
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