Era una mujer austriaca, y aún más determinante, gitana.
Y tuvo la desgracia de ser deportada a los diez años junto a su familia, y la rara fortuna de poder sobrevivir a tres de ellos (Auschwitz, Ravensbrück y Bergen-Belsen), hasta el día de su liberación por parte del ejercito británico.
Cuarenta años tardó en poder ser capaz de dejarnos testimonio de aquella barbaridad, de aquella inhumanidad, de la que como veréis, nunca pudo desprenderse.
Esfuerzo terrible que debemos infinitamente agradecer, ya que una obra de arte trasciende indeleble y permite revivir, y sobre todo no olvidar aquellas bestiales tragedias, al tiempo que nos previenen del enorme peligro que suponen esas ideologías tan de moda en un nostálgico sector de la población, cuyo auge incuba el germen de este puro fascismo, tan crudamente retratado por esta artista, y del que no cabe en ningún modo descartar que de alcanzar el poder conllevaría por parte de sus actualizados adeptos comportamientos similares.
Empuja, creo yo, a una breve introspección interior para preguntarse de quién puede resultar más subhumano, más alejado de todas las virtudes positivas que atesoramos, y que han conseguido que la humanidad se eleve sobre el resto de los seres vivos de este planeta permitiéndonos llegar hasta aquí (solidaridad, colaboración, entrega, sacrificio, altruismo y por qué no, un plus de cierta inteligencia).
Si son menos seres humanos los gitanos, los negros, los judíos, los homosexuales, los hispanos, los putos rojos e incluso para algunos hasta los catalanes o mismamente los españoles (es decir, los diferentes), o bien están más alejados de los seres humanos los nazis y fascistas que en el mundo han sido y los que ahora a nuestros alrededor pululan.
Creo que la respuesta es evidente, y por si hay alguien de entre nuestros ilustres lectores que haya abrigado por un momento la más mínima duda, sírvale de gentil ayuda el terrible testimonio de esta heroica mujer, que nos dejó en 2013. Testimonio mucho más impactante enfrentándote a él a pie firme en las frías salas del Reina Sofía que contemplado en tu medio de reproducción y con las preocupaciones y las prisas que seguro te afligen, pero es lo que hay, y que sepas agradecemos profundamente tu esfuerzo y que nos sigas.
Especialmente cruel en el siguiente cuadro la “firma” de las SS en la base de las llamas.
El kapo entró con el látigo y me dijo: “te vas a recorrer todos los camastros y donde haya un muerto, ¡lo sacas! ¡A los de arriba los tiras abajo y los arrastras igual hasta la puerta!”. Y yo…, yo hacía rodar los muertos hacia abajo, hacia adelante hasta que ¡zas!, caían al suelo. Se me hacía cuesta arriba cuando se trataba de niños con los que había jugado o hablado. Pero con el tiempo una se acostumbra, y además, no te queda otra. Si no lo haces viene el tipo y te parte la cabeza.
¡Que construyan en Auschwitz una chimenea que arda en llamas! No solo una, ¡cinco! Y arden día y noche. Para nosotros lo peor era cuando llegaban los trenes a las tres de la madrugada. Oyes el chirrido de los frenos, oyes como la gente camina, como los empujan los kapos y los soldados con perros.
Los perros aúllan y sus aullidos llegan hasta el cielo. Entonces oyes cómo les resbalan las ropas hasta el suelo, como llegan al crematorio. Y luego, durante un rato, ya no oyes nada. Está todo en silencio ¿entiendes? Y de repente sopla el viento y el olor se mete en el barracón.
Dos veces estuve esperando a las puertas del crematorio, una vez dos días y dos noches y otra vez un día entero. La segunda vez estábamos preparados. Solo queríamos que terminara rápido. Y mi madre lo expresó con estas palabra tan bonitas: ”allí arriba te espera tu abuela, tu padre, toda tu gente. Están listos para recibirnos. Aquí estamos solos. Vuestro padre no está con vosotros”. Hizo que se nos fuera el miedo. Cuando nos llevaron de allí, sentimos como una decepción, porque teníamos claro qué iba a ocurrir.
Reparad cuán difusa es la frontera entre la cruel sombra de ser humano de los verdugos y la esvástica; tal parece que en el amargo recuerdo de la victima de entonces se ha impuesto mas en el perfil de su silueta la perversidad de la criminal idea que la propia de los alienados seres humanos que la ejecutan.
El bestial horror hecho perro, hasta entonces, para ella, el mejor amigo del hombre.
Y, contraviniendo las estrictas órdenes de nuestro querido director, que me conmina a no insertar más de diez ilustraciones en mis textos, me veo forzado a no hurtarles esta última, que a mi parecer concita y resume perfectamente la profunda amargura y el resto de sensaciones de la artista: ese cielo atiborrado de nubarrones que, pese al tiempo transcurrido ya nunca podrá ser azul, con el horrendo humo del crematorio que parece emerger del suelo del campo y difuminar incluso la abyecta chimenea.
Ese campo huérfano de flores e incluso de árboles condenado a ser eternamente yermo y mustio, al cual no se le permitirá ya nunca brillar con el luminoso y primaveral verde, esos sombríos pajarracos negros que más simulan buitres carroñeros que angelicales palomas, y ese triste y único vestigio del otrora extenso campo de concentración de que constituye la tétrica y afortunadamente ya vacía torre vigilancia, con el infausto nombre indeleble, y en la que la escala de acceso se mimetiza en el recuerdo de la víctima con la siniestra valla infranqueable que separaba la pesadilla de aquel horror constante en el que se desarrollaba su cotidiana y trágica existencia, de su perdido e irrecuperable mundo anterior al advenimiento de aquella nefasta ideología.
Salud y República.
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