Mijaíl Gorbachov, la derrota como legado
También llamado “el gran reformador”, MijaÍl Gorbachov fue el rostro de la caída de la Unión Soviética. Su legado consistió precisamente en eso, en la derrota del comunismo y en la muerte del mundo bipolar a favor del neoliberalismo, de Occidente, y de EEUU.
Mijaíl Gorbachov se fue de este mundo dejando un legado que pocos celebran. Occidente le recuerda como “el gran reformador”, y la izquierda le asume como el artífice de la derrota de la Unión Soviética. Nadie le reconoce brillo.
La Perestroika y la Glásnost, que significan “reconstrucción” y “apertura”, fueron los sellos del cofre de la Unión Soviética. Asimismo, también son aparentes responsables de la disolución de la nación rusa que, en definitiva, ha sido siempre el objetivo estratégico de Occidente.
La Perestroika
La “reconstrucción” o Perestroika, es un término que recuerda a la liberalización económica en la hoy extinta Unión Soviética, pero no siempre se trató de ello.
En un principio se trató de la vuelta a antiguos valores socialistas. Luego de un aparente desplome del apoyo a la URSS, provocó una Perestroika que se orientara al libre mercado.
Las razones lucían obvias. La economía soviética se había estancado y el modelo de producción socialista ya no ofrecía altos niveles de bienestar. Esto fue explotado por la maquinaria cultural de Occidente, que cabalgó sobre las deficiencias del capitalismo de Estado levantado por la URSS.
Había que hacer más eficiente la economía y conjugar el centralismo soviético con modos más democráticos de ejercer el poder político.
Todo lucía muy fresco, sin embargo, el tiempo ofrecería un balance menos idealizado de la Perestroika.
Glásnost al rescate
La apertura, transparencia o Glásnost, cayó igual que la Perestroika como anillo al dedo, pero de los EEUU.
En conjunto con la Perestroika, la Glásnost amplió el derecho a la protesta y “suavizó el control” sobre los medios de comunicación, cumpliendo con algunos de los requisitos que exige el paradigma democrático estadounidense.
En teoría, los aires de libertad que llegarían con la Glásnost, no sirvieron para fomentar mayor confianza en la URSS. Por el contrario, fueron el contexto de la debacle que sucedería después.
El gobierno de la URSS era, con Mijaíl Gorbachov, mucho más transparente, y para 1990, el gigante que obraba como contrapeso a los EEUU, acabó desmoronándose hasta su disolución oficial en diciembre de 1991.
El premio Nobel de la Paz
Gorbachov obtuvo su reconocimiento, en pleno proceso de disolución de la URSS. El presidente fue elogiado por el sistema que había satanizado (sigue haciéndolo), a la alternativa al neoliberalismo que encarnaba el modelo soviético.
En 1990, Gorbachov fue galardonado con el premio Nobel de la Paz, por su capacidad de negociar con EEUU, y evitar un conflicto bélico nuclear entre ambas naciones.
La guerra fría había terminado, al menos, así lo dijeron todos los medios del mundo, al mismo tiempo, en lo que ha sido la versión dominante de lo que sucedió con la URSS.
Adiós Gorbachov
Nada fue color de rosa. Mientras Mijaíl Gorbachov cedía todo, al punto de recibir reconocimiento por ello, la figura de Boris Yeltsin emergía para desplazarlo y, finalmente, sacarlo del poder.
A mediados de 1991, pocos meses antes de caer la URSS, Yeltsin era el portavoz de quienes se declaraban hartos del modelo soviético. Este encabezó lo que fue denominado como una rebelión popular contra el líder del Kremlin, a quien le reclamaban por las desastrosas consecuencias de las reformas emprendidas en el marco de la Perestroika.
Lituania, Estonia y Letonia, fueron los primeros en separarse, y al poco tiempo lo hizo Georgia, la tierra de Josef Stalin.
Gorbachov terminó fuera, y con él se fue la URSS. Es esto lo que recuerda la mayoría como tiempos muy grises para la nación rusa. Es el legado de la derrota.