Las últimas semanas Cataluña ha vuelto a centrar el debate público. La combinación sentencia del Procés más las elecciones generales era un cóctel explosivo que se esperaba desde hacía meses. Los asesores de Pedro Sánchez creyeron que podrían salir reforzados de la coyuntura y en unos días veremos si este tacticismo le favorece o se vuelve en su contra.
Pero si bien es cierto que las elevadas penas de cárcel a los líderes independentistas o las causas mismas que han originado el Procés merecerían ser causa de debate y reflexión, lo que ha centrado los discursos y las tertulias es el supuesto caos y destrucción en las calles de Barcelona. Desde Albert Rivera comparando la ciudad condal con Alepo (por no mencionar el adoquín que ha sacado en el debate electoral a cinco), hasta los directos morbosos de las diversas cadenas televisivas con los reporteros a pie de contenedor en llamas.
Una vez más el espectáculo se antepone al periodismo y la intoxicación y la tergiversación de los hechos al debate político. De nuevo, los partidos políticos del régimen vuelven a demostrar que por mucho que nombren constantemente a España (si esta se entiende no como un ente abstracto sino como la suma de los ciudadanos que viven en ella), ésta les importa bien poco.
La resolución del conflicto en Cataluña, menos. Esta certeza es la que explica que se haya llegado a esta situación de bloqueo y que no se vislumbre ningún horizonte de superación. Enquistamiento, por otra parte, que también es funcional a ciertos sectores de la burguesía catalana. Especialmente la vinculada a Convergència, que vio en el Procés el modo de desviar el objetivo de la indignación y rabia popular, que en un inicio estaba dirigida hacia sus políticas de recortes.
Esta instrumentalización de la crisis territorial en Cataluña no es nueva y aunque en un contexto diferente, recuerda a la criminalización que sufrió el independentismo vasco durante décadas. De hecho, aunque ETA haya dejado de existir se sigue intentando utilizar la excusa del terrorismo para meter en la cárcel a los jóvenes de Alsasua, o se hace lo posible por pasar a los CDR por comandos terroristas.
Pero volvamos a la cuestión inicial, el debate sobre la violencia. ¿Cabe al respecto plegarse al marco que pretenden establecer Ferreras y el resto de opinólogos? ¿Es la violencia en Cataluña el principal problema de los catalanes o de los españoles? Con más de tres millones de parados y cifras récord de precariedad, no parece en cambio que los contenedores debieran ser quienes nos quitaran el sueño.
Ni siquiera el principal quebradero de cabeza de la gran mayoría de barceloneses, que se enfrentan a problemas más reales como pagar el alquiler y encontrar o conservar su trabajo. Pese a ello los medios han dibujado un escenario apocalíptico, que ha sido aprovechado por los partidos del régimen para ver quién propone más mano dura contra Cataluña.
Lo importante sobre este debate es que tratemos de no centrarnos exclusivamente en los disturbios de estos días y tengamos una perspectiva más amplia sobre qué supone luchar contra quién ostenta el poder. Porque respecto a las barricadas de Barcelona, es obvio que a través de ellas ni se va a conseguir la amnistía de los presos ni mucho menos la independencia.
También que puede ayudar a poner el foco internacional en el conflicto pero que genera un ambiente propicio para que cale el discurso de la extrema derecha española. Por otra parte, antes de criminalizar de forma rotunda la creación de este tipo de “barricadas” convendría cuanto menos discernir cuántas de ellas se realizaron únicamente como medio de defensa ante las cargas policiales, pues ya hemos visto que en numerosas ocasiones son los propios antidisturbios quienes, paradójicamente, provocan esos mismos disturbios.
>>Debate o Dogma: ¿Es violento el independentismo catalán?<<
La cuestión es si asumimos de forma pasiva el estrecho marco en el que nos quieren ceñir. Porque hoy acusan a los líderes independentistas de sedición por promover unas protestas pacíficas, pero mañana esa acusación puede ser contra el movimiento por la vivienda, tal y como han denunciado desde la PAH y el Sindicat de Llogaters.
Por no hablar de que hace no tantos años se han dado importantes luchas en nuestro país protagonizadas por la clase obrera y no precisamente regalando flores a la policía. Desde las protestas asociadas a las negociaciones de los convenios del metal hasta las protestas de mineros o trabajadores de astilleros. En todas ellas lo mínimo que se hizo fue quemar neumáticos. Y gracias a ello (y por supuesto también gracias a la unidad, organización y combatividad demostrada), han conseguido importantes victorias.
Es curioso en cambio, o más bien hipócrita, el enfoque que los mismos medios y dirigentes dan a las protestas violentas si estas responden a sus intereses en el plano internacional. Así no vemos guarimberos fascistas en las calles de Venezuela sino a luchadores contra la “dictadura de Maduro”. Lo mismo en Hong Kong. Si quienes provocan disturbios violentos lo hacen con banderas de EEUU y Reino Unido y contra los intereses de China no importa que para ello arrasen con la ciudad.
Y todo esto sin mencionar el nulo cuestionamiento hacia la actuación policial, que ha conllevado decenas de detenidos (casi una treintena todavía en prisión sin fianza), cientos de heridos y cuatro personas que han perdido un ojo. Pero es que ahí está el quid de la cuestión. La violencia que ejerce el Estado es la única violencia legal y como tal, se la denomina con cualquier eufemismo menos por lo que es, violencia organizada al servicio de la clase que tiene el poder. Por eso poder popular es también disputar la legitimidad del monopolio de la violencia por parte del Estado.
Los disturbios de Barcelona son muestra de la frustración y rabia de una generación, más allá de la injusta sentencia. Esa misma rabia acumulada que en Chile ha explotado tras la subida del precio del metro. Y ha sido en ese país donde una barrendera preguntada por un medio de comunicación acerca de los disturbios, ha dado una lección de conciencia de clase y dignidad. Mientras el reportero buscaba que condenase los hechos, que además suponían una mayor carga de trabajo a la hora de limpiar las calles ella respondió lo siguiente: “si ellos no hubieran hecho toda esta bulla el gobierno tampoco hubiera despertado. Yo los apoyo al 100% aunque tengamos que trabajar más, pero después si se soluciona todo esto vamos a salir beneficiados todos”.
En definitiva, que el humo de los contenedores ardiendo no nos nuble la vista. Más allá del conflicto territorial, la dramática situación de millones de familias de clase trabajadora, de la falta de expectativas de la juventud, de un planeta que se encamina al colapso, no pueden tener como respuesta la normalidad.
Mucho menos se puede buscar la tan ansiada por los empresarios “paz social”. Es necesario un Gamonal en cada barrio. El espíritu de Coca-Cola en lucha en cada centro de trabajo. La fuerza de los millones de mujeres saliendo a las calles para decir basta. Los jóvenes pidiendo que lo que tienen que cambiar es el sistema, no el clima.
Toda esa rabia e indignación que ahora se vuelca en descrédito hacia la política y los políticos transformada en energía para coger las riendas de nuestras vidas. Crear poder popular. Ser conscientes de la enorme fuerza de los millones de trabajadores de este país si actuamos unidos y organizados, como en las Huelgas Generales. Hacer caer a este régimen podrido.
En ese camino, que se tendrá que recorrer más tarde o más temprano, tendremos enfrente a las mismas corporaciones mediáticas, jueces y policías que ahora criminalizan a los jóvenes de las calles de Barcelona. Sepamos, por lo tanto, ubicar bien al adversario y no caigamos en sus trampas.
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