Los colores de cualquier bandera son elementos fundamentales para identificar qué lugar quiere representar. Hablemos un poco de la bandera de la Segunda República.
En 1931, los republicanos decidieron emplear la bandera tricolor partiendo de la base de la enseña española que se adoptó a mediados del siglo XIX, pero añadiéndole el color morado para simbolizar así el cambio de régimen. Según el decreto de 1931 que regulaba su uso, con el color morado se quiso reconocer al pueblo de Castilla como parte fundamental del nuevo Estado.
Según rezaba dicho decreto, “[…] De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España. […]”
Pero hay dos teorías. Una de ellas defiende que el uso del color morado se debe a un error. Se cree que el color morado de la bandera tricolor, y que era el que se incluía en el pendón de Castilla, fue un error. La confusión pudo llevarse a cabo debido a que el púrpura era uno de los colores que se usaron en la heráldica de Castilla y León.
Según esta teoría, el pendón de Castilla no era morado sino carmesí. La confusión acerca del color del pendón castellano nace a mediados del siglo XIX, cuando una de las muchas sociedades secretas tomó el nombre de “comuneros” y tomó el morado como su distintivo, sin que tuvieran estos ninguna relación con los verdaderos Comuneros que, cuatro siglos antes, habían enarbolado el pendón carmesí en Villalar.
Por contra, la teoría que niega dicho error es la que defiende que, efectivamente, el color morado corresponde a Castilla. Esta teoría, al mismo tiempo defiende que en Castilla se usaba el carmesí pero al sol el color cambiaba a morado.
Según los defensores de esta teoría, -a la cual me acerco mucho más-, es imposible una confusión sobre la heráldica de Castilla y León, ya que, no existe tal cosa hasta después del estado de las autonomías, tras 1978.
El Reino de Castilla absorbió al Reino de León y este último mantuvo su importancia heráldica, pero nunca fueron una unidad. Son heráldicas separadas y el rojo/carmesí siempre responde a la herencia castellana.
La Segunda República usó el morado en su bandera para diferenciar y evitar confusión entre nacionalismo español y nacionalismo castellano, permitiendo así una articulación simbólica centro/periferia. Esto es, al meter a Castilla en la bandera, reconocían la diversidad periférica. Era fácil sentirse catalán y español si esto último no implicaba ser castellano, y viceversa: era fácil reconocer a un vasco como español desde Castilla, pues Castilla era, al fin y al cabo, una nacionalidad más.
En mi humilde opinión, la eliminación del morado solo nos ha traído una gran confusión que se pretendió evitar y que hoy domina la vida política española: confundir lo castellano con lo español. Esto conlleva la expulsión de la periferia no castellana. Otro error del franquismo que a día de hoy seguimos pagando.
En conclusión a esta segunda teoría, la bandera republicana era inclusiva de las diferentes nacionalidades que integran España, reconociendo la inclusión pero también las diferencias y asumiendo la autonomía de cada una de ellas. Por lo tanto, en una Tercera República que esté por llegar, esta bandera, sin ningún tipo de problema, podría seguir representando lo que es hoy España mal que le pese a la derecha más reaccionaria y ultra: la multinacionalidad y la multiculturalidad. Al fin y al cabo, una bandera que representa una apertura mental más allá de los tiempos.