Rusia, la poderosa nación euroasiática, gobernada por Vladimir Putin, ha sorprendido a los que han ido siguiendo sus pasos en política exterior durante los últimos lustros. Su postura diplomática siempre había sido la de confrontación con los intereses de Estados Unidos, que en todas las disputas habían supuesto su alineación con el sector demócrata de las diferentes naciones que han sufrido golpes e intervenciones militares de los gobiernos turnistas de Estados Unidos y sus aliados.
Sin embargo esto ha chocado, causando mucho ruido, con su posición en Bolivia. Por un lado da la razón a los de Evo Morales expresando que no puede reconocer a Jeanine Áñez como presidenta del país, pero a la vez reviste de credibilidad a los golpistas aseverando que reconocerá como legal y legítimo el resultado de las elecciones organizadas por la dictadura.
Su posición en anteriores conflictos no siempre le ha revertido unos beneficios que hicieran rentable su inversión diplomática (Libia, Ucrania). El presidente Putin es un neoliberal que mide el éxito en beneficios económicos, pero inteligentemente ha sabido cómo vender esa política como solidaridad internacional, un disfraz de baja calidad que se deshace en cuanto la izquierda que sufre el golpe no es el claro caballo ganador, como en este caso.
Pese a todo, la posición de Rusia revela un importantísimo dato de la coyuntura política que se está pasando por alto: el golpismo podría no ganar.
Es decir, la renuncia y el exilio exprés de Evo Morales dio la impresión de que ya se había perdido todo, en apenas unas horas. Por lo que la derecha aparecía como vencedora indiscutible, lo que habría motivado una posición más favorable al golpismo por parte de Rusia, que se hubiera expresado con un silencio a la espera de acontecimientos -como el que tuvo China en Venezuela cuando Juan Guaidó se autoproclamó presidente-, o con declaraciones plagadas de florituras diplomáticas que justificasen un escenario de diálogo con las nuevas autoridades, que después se convertiría en reconocimiento del golpismo -como España con la dictadura de Honduras en el año 2010-.
Pero Rusia se mantiene apoyando a los dos, a los demócratas y a los golpistas, sin atacar a nadie. Lo que indica que ninguno de los dos tiene una victoria asegurada.
Esto es una buena noticia para los antifascistas que están saliendo a las calles en favor de Evo Morales, porque partían de una posición de derrota que por ahora han conseguido convertir en empate, lo que conduce irremediablemente a que los golpistas han llegado al empate cayendo desde la victoria.
Hay que tener en consideración que todavía la COB no ha llamado a la Huelga General indefinida, un escenario que, de darse, pondría al golpismo en una posición muy difícil de sostener, al tener que hacer frente al MAS en las instituciones, a las poblaciones que se están levantando, en especial en El Alto y La Paz, y a una Huelga General indefinida que paralizaría no solo la economía del país, sino que lo dejaría sin comunicaciones.
La posición del golpismo es débil porque de los cuatro pilares que sostienen el escenario político, solo dispone de uno: el de las fuerzas públicas de seguridad (Policía y ejército). Dos de ellos están en disputa, el institucional donde el MAS tiene la mayoría, y el internacional en el que las posiciones están igualadas. El cuarto es de los demócratas, el social, el más importante porque integra a los ciudadanos de Bolivia y sus organizaciones sociales y sindicales, con una posibilidad enorme de impactar en los otros pilares en base a huelgas y movilizaciones masivas y constantes. Las cuales, o se están dando, u organizando.