Los estudios sobre memoria deben responder a una serie de cuestiones que se nos plantean desde la sociedad. ¿Cómo representamos el pasado? ¿Cómo las formas de representación que usamos conforman nuestras identidades y comprensión del pasado? ¿Cómo interactúan los procesos individuales con los colectivos, en referencia a la memoria? Estas y otras muchas cuestiones, analizadas desde perspectivas disciplinarias muy diversas y con una gran variedad de herramientas analíticas, constituyen el ámbito de los estudios de memoria
El interés por la memoria histórica no ha dejado de incrementarse en los últimos veinte años. En nuestro país, este interés ha venido de la mano de las constantes polémicas sobre el uso partidista e interesado de diferentes sectores políticos y sociales a la hora de tratar un tema que, para tantos, es tan delicado y doloroso. Una de las principales tareas en los estudios de memoria es que éstos sean tan inclusivos y diversificados como sea posible. Si tenemos en cuenta que los procesos de memoria, los medios de comunicación y los agentes de memoria están en constante transformación, comprenderemos que la memoria es un ámbito de estudio que debe ser, al menos, tan innovador, dinámico y cambiante como los objetos o temas que estudiamos.
Tercera Conferencia Anual de la MSA
Entre el 25 y el 28 de junio de este año se ha celebrado en Madrid la tercera Conferencia Anual de la Memory Studies Association (MSA). Se trata de una asociación creada en 2016 en Ámsterdam, con el objetivo de proporcionar un fórum para el desarrollo, debate e intercambio de ideas sobre la teoría y metodología del amplio campo de los estudios de la memoria. Una de sus principales metas es también convertir sus conferencias y congresos en un importante fórum para los estudios sobre la memoria. En estas terceras jornadas han participado más de 1.600 expertos de todo el mundo, que han tratado temas de memoria desde sus más diversas vertientes.
Por ejemplo, durante todo el congreso se ha hecho hincapié en la necesidad de “contaminarse” entre diferentes países, saber lo que se ha hecho en un sitio y en otro, para compartir experiencias que ayuden a superar algunos de los obstáculos que este tipo de estudios plantean. Así, mientras en España no hace tanto hablábamos de los desaparecidos como “fusilados”, sin especificar ni saber cuál había sido su destino, la “contaminación” de Argentina o Chile nos ha llevado a replantearnos ese término y comenzar a hablar de “desaparecidos”: no sabemos cuál fue su destino, donde se encuentran sus cuerpos, etc.
Otro de sus objetivos ha sido conseguir que la reflexión académica y científica, y no sólo política, llegue al conjunto de la sociedad, que empape a la ciudadanía y enriquezca los debates que, muchas veces, quedan enquistados en los ámbitos políticos o científicos, sin llegar a permear a la sociedad.
El hecho de que esta conferencia se haya llevado a cabo en España, este año 2019, ha tenido también un significado especial: se celebra el 80 aniversario del final de la Guerra Civil, pero también del comienzo del exilio republicano.
La desmemoria de España
La experta que llevó a cabo la conferencia inaugural de la Tercera Conferencia fue Aleida Assmann, una académica alemana, que acuñó los términos “memoria cultural” o “memoria social”, para hacer referencia a la forma de recordar de las sociedades. En sus concepciones, la memoria social lo es todo, no sólo lo que recordamos, sino, igual de importante, lo que esa sociedad escoge olvidar: la memoria siempre va acompañada del olvido.
La memoria es un campo académico muy complejo y que siempre provoca grandes polémicas, incluso en temas que podríamos considerar secundarios. La retirada de las placas franquistas en los edificios españoles, algo que se podría considerar meramente anecdótico, se puede convertir en un problema judicializado, como está pasando en nuestro país.
La memoria social se basa en acontecimientos del pasado que siempre están sometidos a un proceso de compleja elaboración, con un problema añadido, que es la carga interpretativa que la condiciona, a partir de las formas de entender y estructurar el pasado de la sociedad en que vivimos.
Evidentemente, no podemos evitar constatar que la memoria es un elemento esencial en la organización y transformación de nuestra sociedad, que tiene una gran capacidad de movilizar emociones, construir comunidades, etc. Pero también es un elemento esencial saber en qué contexto se moviliza la sociedad, quién elabora la memoria, cuáles son sus propósitos al llevar a cabo esa elaboración, etc.
En nuestro país, los debates sociales, la apertura de fosas comunes, la promulgación de una (muy imperfecta) Ley de Memoria, etc., ha servido para desarrollar una cultura memorial, con muchas variantes y deficiencias, que ha comenzado a cuestionar la relación con la Guerra Civil y el franquismo que se estableció durante la Transición. Pero, al mismo tiempo, también han surgido una serie de culturas memoriales, con un claro bagaje ideológico opuesto, que cuestionan también ese cuestionamiento de la Transición, con excusas tan peregrinas como que “reabren las heridas”, unas heridas que nunca han estado cerradas y que nunca podrán cerrarse si sigue manteniéndose la postura actual.
En una reciente entrevista, Aleida Assmann señalaba que “El pacto de silencio de 1977 español fue una decisión pragmática, que permitió una transición exitosa a la democracia, pero hoy queda claro que la política del olvido no es una solución. Es muy difícil mantener a un país unido cuando no se está de acuerdo en ciertos elementos de la historia”.
Esto nos demuestra que el silencio sobre el pasado (incluyendo el “pacto de silencio” que establecieron nuestros legisladores en 1977) no es garantía de paz en lo que ahora se conoce como “sociedades postdictatoriales”. Lo hemos visto en Argentina, en Chile, en Polonia, en la antigua República Democrática Alemana, etc. En estos casos es necesario el recuerdo para conseguir una auténtica adaptación democrática. Y eso es algo que aún no hemos conseguido en España. Además, la estrategia del olvido sirve para legitimar al vencedor y sigue perjudicando a la víctima, a sus familiares, que sólo buscan saber y poder dignificar a los que se perdieron.
Y en este proceso, nuestro país sigue, al menos en sus instituciones, anclado en la desmemoria: el acceso a los archivos es complejo y difícil, cuando no completamente imposible, alegando excusas peregrinas sobre la protección de los datos personales o los “secretos de Estado”.
Pero también estamos viendo cómo se desarrolla un proceso de blanqueamiento de la dictadura, del franquismo. Hemos visto, recientemente, como se ha pretendido blanquear a algunas personas relacionadas con el régimen dictatorial y su represión, con sus familiares alegando que se “manchaba” su imagen, y con una institución universitaria plegándose a esas demandas. Hemos visto denuncias de historiadores que no pueden continuar sus investigaciones porque se les deniega el acceso a los nombres de los que formaron parte del aparato represor, etc.
Todo esto nos lleva a pensar que el régimen, como se suele decir, lo dejo todo “atado y bien atado”: tenemos un problema importante de acceso a la documentación, a la información que, debería, ser pública. Todo el entramado está pensado para evitar que los investigadores y las víctimas, las familias, las asociaciones, puedan acceder a esa información.
Es necesario que los gobiernos, las administraciones, se tomen en serio, realmente, la atención a las víctimas y a sus familiares, que se apliquen fórmulas reales de políticas de memoria, y que éstas dejen de estar a merced del capricho del partido político gobernante, o de las alianzas que éstos establezcan. Es necesario que nuestra sociedad rompa el silencio que han mantenido ya varias generaciones de españoles. Es necesario dar voz a las víctimas, que han estado tanto tiempo silenciadas, que no haya exclusión. Y es imprescindible dar dignidad a las víctimas y a sus familias.
De la conferencia de la MSA podemos extraer muchas conclusiones. Pero no somos únicamente nosotros, la sociedad, los que debemos hacerlo. Son las instituciones, los partidos políticos y los gobiernos, los que deben empezar a asumir que es necesario dignificar y dar justicia a las víctimas olvidadas, a sus familias, que es imprescindible acabar con la desmemoria y que no podemos seguir tolerando el pacto del silencio que tan bien ha encajado hasta ahora.