Hace tan solo una década la izquierda bolivariana florecía en América Latina. Impulsada por la revolución de Hugo Chávez, que en esos momentos resistía la embestida mediática lo suficientemente bien como para ser ejemplo de una izquierda que no se avergonzaba de apoyar al chavismo públicamente.
Poco antes de terminar la primera década del presente siglo, Venezuela estaba acompañada por Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Honduras y varias islas del caribe. Era tal el empuje de la izquierda transformadora que otros presidentes neoliberales de apariencia progresista como Néstor Kirchner, Tabaré Vázquez, Mauricio Funes y Lula da Silva se vieron forzados a virar a la izquierda para contener a sus pueblos, que veían el ejemplo de los bolivarianos y lo querían para sí mismos.
A cada elección celebrada en alguna parte del continente ganaba el representante de la izquierda bolivariana, sin que le afectase que lo llamasen chavista. La derecha continental con el empuje de los Estados Unidos (EEUU) intentó golpes de estado clásicos (sacando los tanques a la calle) en Venezuela, Bolivia y Ecuador para frenar aquella onda expansiva revolucionaria sin conseguirlo. Al menos en ese momento.
Durante el año 2009 probaron en Honduras una nueva forma de sacar del poder a los bolivarianos. Una suerte de golpe blando usando los poderes del estado. En ese caso concreto, la justificación fue que el presidente Manuel Zelaya quería perpetuarse en el poder con la Cuarta Urna, por lo que el Congreso de Honduras, de manera fraudulenta, terminó su mandato y eligió a un nuevo presidente de entre los que habían dado el golpe.
Encontraron la manera. Tras ese golpe vino el de Paraguay y después el de Brasil. Y tras ellos los fraudes electorales y las trampas legales para impedir el regreso de la izquierda bolivariana al poder. Todo ello junto a una intensificación de la agresión a Venezuela, de tal manera que ahora cuando alguien es identificado como chavista debe justificar que no lo es -aunque apoye la Revolución Bolivariana– para no ser marginado de la vida política de su país.
La izquierda bolivariana dejó de crecer. Pasó del ataque a la defensa y de la defensa a simple resistencia. Ya no hay nuevos países con gobiernos de izquierda que se unan a la Alternativa Bolivariana para América Latina – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), una organización económica que iba a funcionar como pilar económico de resistencia contra el imperialismo. La correlación de fuerzas antaño tan favorable que permitió crear la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), una organización similar a la OEA pero sin EEUU ni Canadá, a la que se apuntaron todos los países desde México hasta Argentina y pasando por el Caribe.
Los bolivarianos ya no tienen el poder de interpelar a la derecha y lograr que se pliegue a su estrategia política. Y la situación no parece mejorar. En Honduras la izquierda ganó las elecciones pero el fraude se las robó. En Ecuador la Revolución Ciudadana de Rafael Correa ya no está en el poder, en Bolivia Evo Morales no puede volver a presentarse a las elecciones. La izquierda del continente se ha moderado tanto para que no la identifiquen con el chavismo que sus propuestas económicas se han desdibujado como sucede en México y en Colombia.
A los bolivarianos solo les resta resistir. Mantener los pocos gobiernos que les quedan (Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua) y esperar que un nuevo líder bolivariano conquiste el poder y vuelva a romper el cerco mediático. Como hizo Salvador Allende en los 70 y Hugo Chávez a finales del siglo XX y principios del siglo XXI. Si logran resistir ya habrán evitado que la historia se repita como tragedia: hasta ahora los líderes que iniciaban una nueva ola de izquierdas en el continente siempre estaban solos, rodeados de gobiernos de derecha.