Podemos a la deriva: lo nacional-popular y la izquierda
Muchos, por no decir una infinidad, son los artículos que se han escrito sobre el supuesto declive de Unidos Podemos (UP) de un tiempo a esta parte. Del mismo modo, múltiples y diversos han sido los argumentos esgrimidos al respecto tanto desde fuera del partido y la próspera sociedad civil intelectual que lo rodea, como desde dentro del propio partido.
Desde mi punto de vista, las críticas se podrían incluir en dos tipos si hacemos más caso a la praxis política del discurso que a las casi metafísicas consideraciones acerca de la teoría del significante vacío, la transversalidad o la hegemonía. Conceptos cargados de base técnico-teórica, pero de cuestionable carácter político. Uno de estos macarrónicos debates es acerca de lo nacional-popular, polémica en la que de alguna manera tomaré partido sin intentar equipararme a las figuras intelectuales que están participando en él, que son muchas y muy buenas.
La respuesta de la militancia: ser de izquierdas
La primera gran explicación a este declive es que Podemos coqueteó con la moderación ideológica que lo confundía con el propio Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Su aparición estelar basada en la impugnación antagonista al orden existente derivó en un discurso político de carácter agonista dentro de la institucionalidad vigente y corrupta a la que buscan regenerar.
Es bien representativa de esta explicación la presión que existió desde las bases para lograr una coalición con la Izquierda Unida (IU) de Alberto Garzón luego de las elecciones del 20 de diciembre. O también el empujón que se le daba al partido para que se acercase a postulados más tradicionales de la izquierda española y dejase los experimentos populistas y transversales que encarnaba la Secretaría Política de Íñigo Errejón. Estos postulados “izquierdistas” confunden programa político con simbología política, aunque dicho sea de paso, los postulados de Errejón en Vistalegre II no quedaron muy claros para nadie y todo se quedó en acusaciones de “moderado” mientras Pablo Iglesias quedaba como el “radical”. Iglesias consideraba que había que mantenerse combativo en el discurso del rescate social y esperar el momento de excepción para escalar de nuevo hacia posiciones electorales más ventajosas. Errejón buscaba tener una respuesta más tradicional: ofrecer unas garantías de gestión solvente para no dar miedo a aquellos que se sienten cercanos a Podemos pero que no lo votan por miedo.
No acabo de estar de acuerdo con ninguna de las dos posiciones aunque mi voto fue para Iglesias. Sin embargo, creo que se equivocan aquellos que buscan un partido “más de izquierdas”. Lo que hoy en día es Unidos Podemos, con una horquilla de suelo electoral entre el 16% y el 21% de los sufragios, se construyó a través de un discurso que ponía nombre a los culpables de escenas de dolor cotidiano que parecían caer “como la lluvia sin que se sepa muy bien por qué”. Aquel discurso no tenía etiquetas simbólicas “de izquierdas” (sí era ideológico, pero etiqueta e ideología no tienen por qué ser la misma cosa).
En definitiva, Podemos creció no por ser de izquierdas, sino por construir una realidad apelando a sensaciones dolorosas y a la empatía contra la injusticia, darles una explicación y nombrar a los culpables. Esto, para la mayoría de gente, no tiene por qué equivalerse inmediatamente con “la izquierda”. De hecho, cuando Podemos comenzó a perder fuelle fue después del nacimiento de Ciudadanos, que dejó a Podemos como la opción “nueva de izquierdas”. Podemos no gana queriendo adelantar por la izquierda. No le sienta nada bien que se le interprete desde la teoría espacial del voto donde 1 es extrema izquierda y el 10 extrema derecha.
La respuesta oficial: volver al discurso social
Sin miedo a equivocarme, creo poder decir que las dos fórmulas que llegaron a Vistalegre II se quedaron viejas después del vodevil catalán. Si algo tenían ambas propuestas en común era el hecho de que la amenaza que había vivido la Transición se había cerrado. Unos, Iglesias, prometían insistir en la brecha abierta en el castillo y resistir su reconstrucción. Otros, Errejón, prometían adaptarse a la nueva situación y buscar atraer a quienes no les votaron utilizando discursos más cercanos a la institucionalidad vigente para moverse con habilidad dentro del castillo.
Sin embargo, las previsiones se hicieron trizas y nunca nada ocurre como se espera. La normalidad se volvió completa anormalidad y la llamada crisis de representación se convirtió, después del 1 de octubre, en una crisis de Estado, algo con lo que nadie contaba y mucho menos con el PDeCat a la cabeza de la Generalitat. La respuesta de Unidos Podemos y Catalunya En Comú-Podem fue errática –se presentaron independentistas en las listas de Catalunya Sí Que Es Pot— y no ahondaremos en esto ya que todos conocemos el resultado. Decir muchas veces “nacional-popular” o “plurinacional”, no hace de tu discurso algo “nacional-popular” ni “plurinacional”.
Unidos Podemos dio la batalla nacional por perdida y, como viene reconociendo Pablo Iglesias en sus últimas intervenciones, su estrategia es devolver al centro de la agenda mediática el discurso en el que ellos ganaban, que era el discurso social. No obstante, como decíamos arriba, no fue el “discurso social” el que encumbró a Podemos, sino su capacidad de traducir al lenguaje popular lo que muchos sentían, construyendo así un sujeto político propio que ponía sobre la mesa las actuales injusticias. La cuestión es que no siempre será el sujeto político propio quien marque el debate público del momento. Es cierto que los medios de comunicación son tramposos poniendo debates absurdos sobre el tapete, pero es innegable que la cuestión del procés no es uno de esos casos de conspiración de consejos de administración del Ibex35, por mucho que Unidos Podemos quiera dejar caer esa idea para huir de la cuestión catalana confiando en que esto se arreglará sin haber conseguido conectar emocionalmente con una idea de nación española. Como si nación y problemas sociales no estuviesen íntimamente ligados en cualquier imaginario político, incluido el de Podemos, que no deja de tener cierta referencia histórica en la idea de nación republicanista. El problema es que la izquierda, desde la Transición, siempre ha renegado de la nación española y no sabe cómo construir un relato nacional en el que quepan las grandes mayorías. En definitiva, no se puede ser nacional-popular sin ser nacional. De hecho, lo de popular también es cuestionable cuando desde Podemos se es incapaz de desarrollar un discurso “obrerista” que describa y ponga nombre, en lenguaje popular, a las perversas ideologías cainitas que dirigen muchos de nuestros injustos puestos de trabajo. Pero este sería otro tema.
Conclusión: con todo…
Con todo, el CIS nos da un 19% de voto, poco menos que en las generales. Con todo, comparto lo fundamental de la estrategia de Unidos Podemos. Comparto que no se ganan unas elecciones generales en España desde el progresismo sin el voto catalán y catalanista, y en Cataluña se odia muy mayoritariamente la aplicación del artículo 155 y se demanda mayormente un referéndum. Las propuestas de la izquierda centralista pierden todo tipo de vigencia para crecer electoralmente aunque sea igual de cierto que las críticas a un independentismo no mayoritario también deberían ser más feroces si lo que defendemos es la democracia. Con todo, Podemos no deja de tener razón en sus planteamientos, pero tener la razón no te hace ganar unas elecciones ni te da una mayor cuota de poder, por lo que existen varios déficits discursivos en la estrategia del partido pero no seamos alarmistas.
El primero es no haber planteado una propuesta de futuro que aporte un grado de certidumbre aceptable para unas grandes mayorías atenazadas por el miedo ante el caos político actual. No obstante, está habiendo progresos desde la fallida moción de censura en la formulación de las políticas públicas necesarias para llevar a mejor puerto la situación actual de las clases populares. Igualmente, se necesita más de este tipo de discurso “tecnocrático”. Se me ocurre por ejemplo un plan de repoblación del medio rural a través de una reforma agraria y el reforzamiento del mercado de proximidad y de la producción agrícola local. No parece tan quimérico si nos paramos a pensar en la cantidad de casas vacías que hay en el campo y en la cantidad de terreno baldío que existe todavía en España.
A pesar de esta sustancial mejora en los planteos programáticos del partido, como decíamos, falta un discurso propositivo en clave nacional, un proyecto de país o de estado que apele a nuestra diversidad como españoles y donde se pueda decir con orgullo “hablo catalán porque soy español aunque sea madrileño”. Quienes conocemos España de arriba abajo y nos gusta nuestro país, tenemos esa idea del orgullo nacional. Esa España pasa sin lugar a dudas por un discurso específicamente republicanista. No creo que quede otra salida a la recomposición de la nación española. De hecho, si nos fijamos bien, los catalanes que votaban la independencia no le daban la bienvenida a un “nou estat” ni saludaban la independencia con un “hola nació alliberada”. Saludaban a la nueva Cataluña con un “hola República”. Puede que en lugar de plantear un referéndum sobre la independencia, haya que prometer uno sobre la monarquía primero y luego, si la presión social catalana se mantiene movilizada, sobre la independencia.
En conclusión, la progresiva ola de politización de las sociedades europeas luego de un profundo sueño apolítico politiza en todas las direcciones, trayendo grandes debates nacionales a todos los países. No hay más que ver la reciente y multitudinaria manifestación nacionalista griega en la plaza Syntagma contra las negociaciones del gobierno heleno para reconocer a Macedonia y así dejar de lado el irredentismo militarista de un estado quebrado que sigue invirtiendo buena parte de sus ingresos en el ejército.
Seguirá habiendo una infinidad de debates nacionales y no todos nos favorecerán de entrada, pero no se puede pasar de puntillas por ellos sin querer hacer ruido. La “cuestión social” no va a ser siempre el debate nacional del momento. Y es de sobra conocido por todos que efectivamente estamos mal y que las élites son corruptas y mafiosas (¡qué novedad!). Más vale que nos vayamos preparando para hablar de todo y no solo de lo que nos gusta, y más vale que vayamos pensando qué nación queremos. Es el momento de ser valiente.