La vieja Europa maltrata a los refugiados y abraza el fascismo
Desde muy pequeño siempre me llamó la atención que en algunas películas o series se refiriesen a Europa como el “viejo continente”. Recuerdo cómo la imaginación desbordada de un niño, que tenía como mejores amigos a los personajes de los libros, se imaginaba a un señor anciano con bastón. Por fortuna con el tiempo el adolescente comienza a ver cómo es el mundo en el que se mueve. Comprendió, menos mal, que el apelativo “viejo” se refería a la historia y de eso en Europa, por suerte o por desgracia, vamos sobrados.
El yo adulto, o el que quiere parecerlo, el que todavía cree en entelequias como que el ser humano es bueno por naturaleza, se da cuenta que ese niño tenía razón, Europa es un señor anciano, sin esa pátina de honorabilidad que le da la historia acumulada por los años a este viejo montón de tierra. Pero como señor anciano este continente tiene sus achaques y en este caso uno muy grave como lo es la desmemoria.
Europa no recuerda cuando, debido al desastre ocasionado por la Segunda Guerra Mundial, tuvo que hacer frente a lo que ocurría en sus fronteras y mirar a la cara a los desplazados que, huyendo del frente de batalla o los desplazados forzosos en los campos nazis, estimándose una cifra de ocho millones de personas que fueron arrancadas de sus hogares por la guerra o por la persecución sufrida durante estos años de terror.
Esta visión hizo que Europa realizase una convención de la cual saldría el Estatuto del Refugiado en 1951, en el que se define al refugiado como la persona que debido a fundados temores de persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera de su país. También se establecen las obligaciones de los firmantes para con los refugiados, como la no discriminación, y el disfrute de derechos.
Todo esto se realizó cuando la emergencia estaba dentro de nuestra casa pero, ¿qué está ocurriendo ahora? Que la emergencia llama a nuestra puerta, y la Europa de principios y solidaridad, se ha evaporado: vemos cómo los refugiados que huyen de una guerra como la de Siria son hacinados en campos en Grecia, y después en un pacto de absoluta vergüenza se trasladan a Turquía en un mercadeo infame, vemos cómo países como Hungría blindan sus fronteras, que las posiciones ultraderechistas, y por ende con mas afinidad al control de las fronteras a cualquier precio, toman posiciones de poder en en el centro y norte de Europa, vemos que desde la Segunda Guerra Mundial la extrema derecha entra por primera vez y no de una forma discreta en el parlamento alemán, y los inmigrantes se convierten en una moneda de cambio de la señora Merkel para conservar la estabilidad de su gobierno.
En definitiva los europeos aparte de no acordarnos cuando fuimos nosotros los que salíamos en las fotos y ser solidarios con los que sufren, tropezamos con la misma piedra y vemos como resurge el fascismo dentro de nuestra casa. El máximo exponente de esto podemos encontrarlo en Matteo Salvini, el ultraderechista y ministro de interior italiano que cierra los puertos saltándose convenios internacionales, que persigue dentro de su mismo país a gitanos, que recurre a la más grotesca manipulación para llamar traficantes de seres humanos a los que salvan vidas en el mar, poco le falta para pasearse por cualquiera de las plazas de Roma enfundado en una camisa negra.
¿Y la sociedad civil? ¿Qué tiene que decir? En su gran mayoría, lo que le dicen que tiene que decir, y desde el poder se culpa al que menos responsabilidad tiene de los males de los países. Y en esa dinámica surgen por todos lados grupos de tendencia neofascista que propugnan un discurso de odio que alimenta al racismo cotidiano, y este a su vez fortalece la infamia en un bucle infinito, del que solo -y espero equivocarme- estamos viendo el principio.