El mundo está siendo testigo, nuevamente, del peligro del fascismo. El auge de los movimientos de extrema derecha, no solo afecta a la piel de toro. Más de 55 millones de brasileños lo acaban de aupar a la presidencia del país más grande de Sudamérica: Brasil.
Jair Bolsonaro, el líder del Partido Social Liberal, se impuso a Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, por más de 10 millones de votos. Bolsonaro es el primer militar abiertamente fascista que llega al poder en América Latina desde 1945. Bolsonaro, quien opina que “antes de tener un hijo homosexual prefiero que muera en un accidente“, entre otras salvajadas, será el próximo presidente de Brasil, una de las economías emergentes más potentes del mundo.
A lo largo del siglo XX, hemos sido testigos de cómo tras guerras o grandes recesiones, el populismo de extrema derecha emerge empujado por el miedo inoculado a la población y por la manipulación a la misma. En el día de ayer, un amigo brasileño, notable y profundamente consternado por el panorama, me decía que el problema no es Bolsonaro, es Brasil y el pensamiento de la mayoría de brasileños. Bolsonaro es solo quien canaliza esas ideas mayoritarias en un país en el que las armas, la pobreza y los robos están a la orden del día.
En Europa no es muy diferente la situación. En varios países ya gobierna la extrema derecha. En medio de un clima de crispación y de la llegada de miles de refugiados, la extrema derecha europea ha encontrado el caldo de cultivo perfecto para plantar lo que mejor saben hacer crecer: el miedo. El miedo atenaza a los pueblos, los ata y les roba la libertad de pensamiento. La necesidad de buscar culpables siempre ha sido la prioridad del fascismo para manejar a la masa y atraerla a su causa. Y nunca les ha costado trabajo conseguirlo.
¿Estamos ante un período pre bélico? Lo más preocupante es que parece que no. No me malinterpreten. La extrema derecha está creciendo en medio mundo sin apenas encontrar oposición. Los medios de masas ya han hecho su trabajo o están a un paso de finalizarlo: llevan años sembrando miedo y odio, un miedo y un odio del que va a beber la extrema derecha para luego escupirlo al pueblo y que este decida entre libertad o totalitarismo.
Hace pocos días, Pablo Casado era entrevistado en un canal de televisión conocido y al ser preguntado por Donald Trump, respondía que había que estar tranquilos, “nunca cumplen lo que dicen“. Lo cumplan o no, escupen al pueblo pretensiones repugnantes y éste les vota en masa. Soy de la opinión de que quien vota a un racista como Jair Bolsonaro, es igual de racista que él. ¿Por ignorancia o por aquella alienación tan acertada de la que hablaba el filósofo Karl Marx? Estoy convencido de ello.
El problema se llama miedo. El miedo es lo contrario a la libertad y es mucho más fácil convencer mediante el miedo a una catástrofe económica o social por culpa de judíos, refugiados, homosexuales… Que convencer mediante un discurso humano, tolerante e igualitario.
El mundo parece estar decidiendo entre tolerancia o intolerancia. Y como dijo Karl Popper en su paradoja de la tolerancia, “tolerar la intolerancia no te hace intolerante“. El mundo está enfermo y el antídoto a esa enfermedad ha de ser fuerte, sin dilación ni compasión, con la dureza de antaño.
“Puedes luchar y perder, pero si no luchas, estás perdido“.