La Desbandá, el terror franquista convertido en muerte y desolación
En estos días no solo se celebra una triste efeméride, los 80 años de La Retirada de los últimos republicanos al exilio. También recordamos uno de los hechos más trágicos de la Guerra Civil española, el éxodo de cientos de miles de civiles por la costa que fueron acribillados sin piedad por las fuerzas aliadas contra el gobierno republicano. Es 7 de febrero, domingo de carnaval en Málaga; corría el año 1937.
Lo que quiero contaros es lo que yo mismo vi en esta marcha forzada, la más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos. Norman Bethune, doctor canadiense y héroe de La Desbandá.
Apenas un año antes, Francisco Franco, Emilio Mola, Gonzalo Queipo de Llano y José Sanjurjo (entre otros), orquestan el levantamiento militar en la península el 18 de julio. Los dos días anteriores se había sublevado el ejército en el norte de África. En Andalucía, Queipo de Llano se hace fácilmente con Sevilla, Córdoba, Granada y la costa atlántica de Cádiz casi desde el comienzo.
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Las zonas que toma lo hace con el salvajismo de las tropas africanistas de la época: torturas, violaciones, emasculaciones… Solamente en Sevilla se calculan unas 14.000 víctimas mortales, aunque lo que más pesa, lo que más terror causa, es la represión posterior. Los crímenes se llevan a cabo por orden verbal, sin juicio y bajo la justificación de “bando de guerra”. Ante la muerte del General Sanjurjo, Queipo de Llano es nombrado el 26 de agosto general en jefe de las fuerzas militares sublevadas que operan en Andalucía.
Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado. General Mola: instrucción Reservada. Base 5ª.
Ante la imposibilidad de hacer el levantamiento extensivo a toda la península y tras un intento fútil de tomar Madrid por la fuerza para acabar el golpe de estado de manera fulminante, comienza la Guerra Civil.
Ya conocerán mi sistema: por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos, y a los dirigentes que huyan no crean que se librarán por ello; les sacaré de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos los volveré a matar. Gonzalo Queipo de Llano, 25 de julio de 1936.
Habiendo tomado Andalucía Occidental, y controlando Granada desde el 23 de julio, Málaga se convirtió en una zona republicana aislada, excepto por un estrecho pasillo que unía esta ciudad con el oriente andaluz por la costa. Además, esta ciudad se consolidaba como un punto estratégico principal:
- Segunda ciudad de Andalucía en población (unos 150.000 habitantes).
- Puerto mediterráneo estratégico en su época, muy favorable para controlar completamente el Estrecho de Gibraltar y la ruta marítima entre Baleares.
- Bastión de aviación y base de operaciones para con los aliados alemanes e italianos. Además de avanzar el frente en más de 100 kilómetros, supondría un duro golpe a la resistencia que aún se estaba llevando a cabo en Granada.
La República, incapaz de enviar refuerzos por la ruta de la costa y anegada en los combates que ya sufría en otros frentes, solo pudo observar impotente cómo las tropas franquistas iniciaban su ataque contra la ciudad.
Entre el 3 y el 8 de febrero de 1937 se lleva a cabo una ofensiva para controlar la zona de Málaga por parte de una fuerza combinada del bando sublevado: españoles sublevados y fascistas del Cuerpo de Fuerzas Voluntarias o Corpo Truppe Volontarie (CTV).
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Las tropas de soldados marroquíes y los tanques italianos junto a los franquistas cuentan unos 25.000 soldados, con submarinos, barcos de guerra, tanques y aviones. Acaban con la resistencia de la ciudad sitiada en menos de una semana, dando comienzo a uno de los mayores éxodos de la guerra. Se desconoce el número exacto de civiles caídos en esta empresa, pues solo se conservan datos de 5000 de ellos.
La represión comenzó de inmediato. A las órdenes de Gonzalo Queipo de Llano, en menos de una semana se tiene constancia de 2.500 fusilamientos civiles. El salvajismo de este general ya había alcanzado fama desde la toma de Sevilla, y quedó patente desde que se hizo con Málaga, por lo que de inmediato cundió el pánico y gran parte de los civiles optaron por huir de los golpistas por la carretera de Almería que bordeaba la costa.
Los cálculos sobre la cantidad de civiles que huyeron de la matanza de los franquistas contra la población civil de Málaga son confusos. Aunque originalmente se pensó en entre 80.000 y 150.000 civiles, las investigaciones de Andrés Fernández y Maribel Brenes nos demuestran que se trataba de muchos más, unos 300.000.
En los días previos, mucha gente de los alrededores de Málaga buscó asilo en la ciudad, y en su marcha se les fueron uniendo más. Desde el Parque hacia el Palo y hasta Rincón de la Victoria, se compone una multitudinaria columna que va vaciando los barrios populares. Desde las 2 de la tarde se agolpan camiones, carros, mulos, coches, niños, viejos y adultos, civiles y milicianos cargando con muebles, electrodomésticos y cuantas pertenencias personales pudieran, van dejando casi vacía la ciudad.
Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombre. De paso, también a las mujeres de los rojos, que ahora por fin han conocido hombres de verdad, y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará. Gonzalo Queipo de Llano, 23 de julio de 1936.
Así da comienzo La Desbandá o masacre de la carretera Málaga-Almería, una de las mayores carnicerías de la guerra, menos conocida que el éxodo pirenaico de 1939 y la masacre de Gipuzkoa de 1936. Y aún habría sido más desconocida si no llega a ser por el brigadista canadiense y pionero en los métodos de transfusión sanguínea Norman Bethune, que acudió a socorrer a los refugiados civiles con su unidad móvil, convirtiéndose en un héroe además de un emisario al mundo de lo sucedido en aquéllas trágicas jornadas en The New York Times. Sin duda, el número de víctimas mortales hubiera sido mucho mayor sin la ayuda de este desinteresado héroe.
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La única ruta de escape era la carretera hacia Almería. El simple hecho de tomar esta ruta de escape, bordeada por los franquistas y en muy malas condiciones en algunos tramos como Motril, da una idea de la desesperación de los huidos. El terror de las represalias por parte de los hombres de Queipo de Llano podía más que todo lo demás. Gonzalo Queipo de Llano, conocido como el General de la Radio, no defraudó. Inmediatamente sus burlas se escucharon por las ondas y el éxodo fue acompañado por la aviación y la marina, 3 buques (Canarias, Baleares y Almirante Cervera).
Nadie creyó que el éxodo voluntario iba a adquirir el carácter de un cataclismo humano desconocido en la historia de Europa. El camino se tornó un infierno bombardeado por los barcos fascistas españoles y los aviones italianos y alemanes. Pronto el camino quedó cubierto de muerte. Norman Bethune.
Al amanecer del día 8 de febrero, llegando a los refugiados a Torre del Mar, donde les esperan otros refugiados de la provincia. Se forma una fila de lado a lado del camino que abarca 30 kilómetros de largo. La carretera discurre junto al mar y ya se contemplan barcos en la costa y aviones que empiezan a bombardearles.
Un parte de nuestra aviación me comunicaba que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr más a prisa, enviamos a nuestra aviación que bombardeó. General Queipo de Llano, 9 de febrero de 1937, en una de sus famosas alocuciones radiofónicas.
La columna entra en pánico y acelera el paso. Caen los contenidos de los carros, las vajillas y otros enseres mientras la gente corre a refugiarse en las cunetas, entre la caña de azúcar. La aviación no cesa el fuego. Algunos huyen campo adentro; allí les espera la infantería.
Otros prefieren intentar seguir de noche, al amparo de la luna nueva. Se abandonan carros, muebles, todo lo que no sea imprescindible. Ante el pánico, y sin tener un verdadero refugio, la caravana se apiña, ocupando todo el ancho de la carretera, avanzando con más dificultades.
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En cuanto la columna de refugiados paraba, la aviación hacía pasadas disparando; el avance era cañoneado desde el mar. No existía descanso, no se podía siquiera parar a recoger a los muertos o heridos. En la ruta, los otros pueblos no se atrevían a ayudarles por miedo a la venganza del general de Tordesillas. Muchos caballos, mulos y burros morirían de cansancio y hubo más de un enfrentamiento por hacerse con uno de estos animales. El hambre pronto hace su aparición y, sin poder parar, solo el hecho de que la costa esté sembrada de caña de azúcar, impide que esto se convierta en otro factor más a lamentar. Los cultivos quedan arrasados, pues, al paso de la comitiva.
La multitud de refugiados que bloquearon la carretera de Málaga había estado en un infierno. Fueron atacados desde el mar y bombardeados desde el aire en un continuo ametrallamiento. La escala de la represión en el interior de la ciudad capturada explica por qué estos civiles estaban dispuestos a echarse a la carretera. Paul Preston.
Así continuó la marcha, entre los cadáveres, pues los franquistas y fascistas intensificaban el fuego sobre quienes pretendieran recoger o enterrar a los muertos. Además, en la huida el peso era fundamental. A partir de ahora sólo continúan unos 200.000. El resto ha dado la vuelta, se ha ocultado, o ha sucumbido a los ataques.
Son precisamente Andrés Fernández y Maribel Brenes quienes desentierran documentos del archivo histórico provincial que arrojan luz sobre la participación de los nazis en este calamitoso evento, con precisas mediciones de todo, y también de soldados y artilleros que rehúsan continuar el hostigamiento, que tienen que ser reprendidos y amenazados para continuar con el mandato que reciben de sus jefes militares.
El crucero Almirante Cervera, uno de los tres buques que cañonearon desde la costa a las columnas de refugiados civiles, tristemente aún a día de hoy tienen calles con su nombre poblaciones como El Rompido (Huelva), San Fernando (Cádiz), Fuengirola (Málaga) y El Ejido (Almería). Barcelona cambió este año pasado el nombre de una calle de este nombre para dárselo a Pepe Rubianes.
En cuanto al Crucero Canarias, el Cabildo Insular de Tenerife (gobernado por Coalición Canarias y PSOE) exhibe a día de hoy su metopa en la sala Miami, una de las principales del Palacio Insular, y su hélice en el muelle norte del puerto de Santa Cruz de Tenerife, expuesta públicamente desde 1980. Este crucero además tiene calles dedicadas en Andalucía, en Almería y Barbate (Cádiz).
Según avanza la comitiva empiezan a escasear los alimentos. Casi abandonada ya Málaga y entrando en la provincia de Granada, a la altura de Nerja, la carretera atraviesa la zona de los acantilados de Maro. Ya no hay cultivos de los que alimentarse. Han pasado dos días de marchas forzadas sin pausa y el cansancio empieza a hacer estragos.
Sus cuerpos ya no son capaces de producir adrenalina ni aún bajo las ametralladoras y bombas. Los refugiados avanzan por el camino que está en mal estado, en cuesta y con múltiples requiebros. Es difícil de transitar, pero deja sus cuerpos perfectamente perfilados entre los altos acantilados de un lado y la montaña del otro.
Los testigos relatan esta como la peor etapa del éxodo y la que dejó más bajas. Los aviones se dedican a hacer pasadas con sus ametralladoras y se alternan con los cañonazos de los barcos de guerra, desbandando a los grupos, que buscan resguardo cómo y dónde pueden.
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Al reunirse, nos cuentan en sus crónicas, siempre hay desaparecidos, a menudo niños. Pero no queda apenas tiempo de buscar a nadie, pues inmediatamente sobreviene otra oleada de balas u obuses. Además, las tropas nacionales e italianas les siguen muy de cerca. Niños desharrapados buscando a sus padres entre lloros, cuerpos destrozados e irreconocibles, el cansancio y la desesperación. De nuevo Norman Bethune, quien en este día nos habla de al menos 5.000 menores de 10 años sin zapatos nos ilustra perfectamente este cuadro:
Había mujeres que no podían dar un paso más: la sangre de las úlceras de sus piernas hinchadas teñía de rojo sus alpargatas blancas. Muchos viejos abandonaban toda esperanza y, tumbados en la cuneta del camino, esperaban la muerte. Norman Bethune, “La Caravana de la Muerte”.
A la altura de Almuñécar (Granada), las tropas italianas dan alcance a buena parte de los refugiados, los que van a la zaga. Bloqueando el avance, les obligan a volver a sus hogares donde, les aseguran, no tendrán nada que temer si no tienen las manos manchadas de sangre. La propaganda de los sublevados se hace eco de esto, y periódicos de la época sacan la noticia de que eran fugados de las zonas republicanas que volvían felices a sus hogares, “liberados” por las tropas nacionales.
Los que aún continúan rumbo a Almería alcanzan en la vertical con Granada el paso del Guadalfeo, entre Motril y Salobreña, pero el río viene crecido y han volado el puente. Incluso de noche, los refugiados lo atraviesan como pueden, con familiares en brazos. Es otro de los episodios con más víctimas: a algunos se los llevará la corriente, otros irán tierra adentro, y finalmente algunos consiguen cruzar y salvar Motril.
Pasar Motril significa un cierto respiro para los huidos, dado que las Brigadas Internacionales retienen a los soldados del bando franquista a esta altura (el frente se moverá poco en esta zona hasta el final de la guerra). Por desgracia, el cansancio y hambre a estas alturas empieza a cobrarse un número significativo de víctimas. Pocos (salvo los pocos que aún cuentan con algún animal de tiro, monta o un vehículo) conservan ya los zapatos, poco más que harapos, y menos aún pertenencias personales.
Buena parte de las ropas se han convertido en vendajes para los heridos. Comienzan a aparecer vehículos de los milicianos que reparten cuantas provisiones pueden y ayudan a los que no pueden continuar por su propio pie. “Llévese a éste. ¡Mire este niño!. ¡Este está herido! ¿A quién íbamos a subir al coche? ¿Al niño que se moría de disentería o a la madre que nos miraba silenciosa apretando contra su pecho desnudo al bebé que había nacido en el camino”.
La llegada a Almería nos habla de unas 1.700 unidades familiares, muchas con hasta 10 hijos. Los primeros malagueños empiezan a llegar el viernes 12 de febrero, tras 5 días de marcha casi sin parar. Almería, con 50.000 habitantes en la época, se encuentra de pronto con el doble de población, pero reparten generosamente alimentos y ropas, y uno a uno van recibiendo atención médica. Los refugiados se organizan en el puerto, pero ese mismo día la aviación fascista realiza una ofensiva. Muchas bombas caen lejos del acorazado republicano que se alega como el objetivo de la ofensiva.
Como si no fuera bastante haber bombardeado y cañoneado a esa procesión de campesinos a lo largo de su caminata interminable, cuando el pequeño puerto de Almería estaba atestado de gente refugiada, los aeroplanos fascistas desataron sobre la población un nutrido bombardeo. La sirena dio la alarma 30 segundos antes de que cayera la primera bomba. Estos aviones no hacían esfuerzo alguno por alcanzar los barcos de guerra del Gobierno que estaban en el puerto, ni por bombardear las barricadas. Estos lanzaron deliberadamente diez grandes bombas en el centro mismo de la ciudad, donde en la calle principal, dormían apiñados sobre la calzada, de tal forma que apenas si podía pasar algún coche, los exhaustos refugiados.
Después de que hubiesen pasado los aviones recogí en mis brazos a tres niños muertos de la calzada, justo enfrente del Comité Provincial para la Evacuación de refugiados donde habían estado esperando en una larga cola a que les dieran una taza de leche y un puñado de pan seco, era el único alimento que algunos tomaban durante días.
La calle parecía un matadero, con los muertos y los agonizantes, alumbrado por las llamas de los edificios que ardían. En la oscuridad, los quejidos de los niños heridos, los gritos de las madres agonizantes y las maldiciones de los hombres se alzaban en un lamento de masa hasta hacerse intolerable. Aquella noche fueron ametrallados, desde los aeroplanos, cincuenta paisanos, y hubo más de cincuenta heridos. Norman Bethune, “La Caravana de la Muerte”.
Los registros nos dan una idea de qué fue de ellos: 50.000 personas partieron en barco o tren a Cataluña, muchos de ellos continuaron hacia Francia. Algunos volverían a Málaga tras la guerra civil, otros tras el franquismo, y muchos más nunca volverían del exilio.
Es difícil cuantificar el total de víctimas en esos más 200 kilómetros de camino costero a pie, pues se cotejan en base a los cadáveres localizados e identificados. Generalmente los historiadores se mueven en cifras entre 3.000 y 10.000, aunque muchos otros hacen hincapié en el hecho de que no existen registros oficiales.
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En la mayor parte del trayecto la contabilización la hicieron los golpistas, y además no se cuentan los cuerpos enterrados en cunetas, destrozados más allá de todo reconocimiento, arrastrados por la corriente del río Guadalfeo o por la costa. Ni aquéllos que retiraban los camiones italianos y regulares que limpiaban la ruta de vuelta a Málaga.
Probablemente nunca llegue a saberse, menos aún cuando se muestra tan poco interés desde las instituciones y seguimos, gracias al franquismo, siendo el segundo país con más fosas comunes del mundo.
Una cosa es segura. Los refugiados que sobrevivieron a La Desbandá no olvidarán nunca esos 5 días con sus noches, la crueldad de los franquistas y fascistas italianos, como tampoco la impagable labor de héroes como el canadiense que vino de Barcelona con un camión cargado de sangre para transfusiones, que durante 4 días y 4 noches repartió agua, realizó transfusiones y auxilió y evacuó a niños y desvalidos a Almería.
Gente como su compañero Hazen Edward Sise que llegó a conducir 48 horas seguidas sin reposo, repartiendo agua, medicinas y víveres, y pidiendo a cualquier transporte que se encontraba que se uniera a la ayuda. Héroes que no solo ayudaron en el éxodo, sino que dieron a conocer al mundo aquella terrorífica historia: la de La Desbandá.
Desde hace años se está rompiendo el muro de silencio que cayó sobre La Desbandá por el miedo que aún, hasta hace muy poco, existía a hablar sobre este acontecimiento histórico. La memoria empieza a despertar y numerosas asociaciones van haciendo actos para resucitar la memoria de lo que sucedió.
Actualmente y desde 2017 se hace una marcha memorialista que recorre Málaga, Granada y Almería, organizada por la Federación Andaluza de Montañismo. Este año consistirá en 10 etapas desde el 7 de Febrero que saldrá de Málaga hasta el 16 que llegará a Almería.
A día de hoy, Gonzalo Queipo de Llano está enterrado en la Basílica de la Macarena de Sevilla, donde además ostenta el cargo de Hermano Mayor Honorífico. También cuenta con una calle a su nombre en Olías (Málaga), Ceuta, Los Cuarteros (Murcia), Yunclillos (Toledo), Navaondilla (Ávila) y varios pueblos de Toledo.