Desde hace tiempo se vienen sucediendo a lo largo del territorio del país ataques a monumentos en memoria de las víctimas del franquismo, de los luchadores por la democracia. Por nombrar unos pocos podríamos poner los ejemplos de las pintadas en la entrada de lo que era el campo de concentración de Albatera, del monolito en recuerdo de las Brigadas Internacionales en el madrileño barrio de Vicálvaro, que fue atacado ya en dos ocasiones pese a lo juventud del mismo, la cruz gamada grabada a cuchillo en la frente de la estatua de Lorca.
Hace pocos días aparecieron pintadas en el monolito en recuerdo a las victimas en Aljaraque (Huelva) en las que se podía leer “el valle no se toca” , “ojo por ojo” y “hemos vuelto”, cubrieron por completo el poema de Javier Sánchez Durán que acompaña al monumento, volviendo a mancillarlo como ya pasó en 2.010 cuando apareció rociado de pintura. Muchos nos enteramos de estos ataques por las redes sociales, ya que pocas veces aparecen en medios generalistas, como mucho en algún medio local.
Como no puede ser de otra forma estos ataques revuelven en lo más profundo un gran sentimiento de rabia inaguantable, una rabia que imagino es compartida por muchos que vemos cómo la memoria de nuestros antepasados, pobremente honrada en estos trozos de piedra o metal a lo largo de la geografía española, es mancillada no solo por la pintura o los golpes, sino por la sinrazón contra la que lucharon hace 80 años. Lucharon muchos de ellos y no pocos murieron en combate, mientras que otros fallecieron en la represión posterior.
La misma sinrazón que ahora se hace fuerte. Porque no nos engañemos; esa pintada en Aljaraque en la que proclaman que han vuelto es mentira, ya que ellos nunca se fueron. Los que ahora pintan no son más que el resultado de la idea que permaneció durante 40 años de dictadura y permanece a día de hoy: en España hay víctimas de primera -que son las que se deben honrar- y de segunda -que no merecen ni reconocimiento ni un trozo de piedra en un parque para honrar su memoria-.
En estos días hablamos de la salida de los restos del dictador del Valle de los Caídos, y para la jauría fascista esto es una ofensa y un ataque. Los medios llenan minutos con la frase manida de “reabrir heridas” y se les da voz en muchos medios de masas para que puedan salir en pantalla expulsando bilis y tergiversando nuestra historia en un acto de revisionismo sin precedentes, blanqueando el golpe de estado de Franco y escupiendo sobre la memoria de nuestros muertos.
Con este campo abonado, no tardan en salir los que quieren dar un paso al frente para eliminar el pobre reconocimiento que puedan tener nuestras víctimas. Un acto de “valentía” con el que mandar un mensaje amenazante; “estamos aquí”, “no nos hemos ido”, “temednos”…
Pues desde esta tribuna que se me ofrece quiero contestar a los que no quieren reabrir heridas, señores las vuestras seguro que cerraron en años de reconocimiento que os concedió el régimen fascista de Franco, mientras que las nuestras están a medio coser por la resignación y ahora que por fin se nos va a dar un punto de sutura simbólico, ¿habláis de reabrir heridas?
Por favor sangrad por esas heridas cerradas de las que habláis, el dolor que sintáis no será comparable al de miles de familias que no pueden llorar ante los huesos de sus muertos. No me da ninguna pena que vuestras heridas se abran, pues las nuestras son muy grandes, tanto como cada una de las cunetas que hay en este país.
Es posible que hable desde las entrañas, puede que no sea parcial ni pueda ser objetivo, a lo mejor la rabia y las palabras las mueva sin querer alguien de mi familia enterrado en una de esas fosas, y que lo más probable es que jamás pueda estar con los suyos. Es una vergüenza democrática, un insulto a nuestra humanidad que una triste piedra que honra la memoria sea atacada por los nietos de aquellos contra los que luchó, aquellos que lo apresaron e hicieron que jamás volviese a su casa con los suyos.