Ahora, conocido el escrito de acusación de la Fiscalía, toma su verdadero sentido el aserto de la ex vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría cuando el 15 de diciembre de 2017 dijo que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha conseguido que ERC y Junts per Catalunya no tengan líderes porque están descabezados. El uso del cerebro, el raciocinio, nuevamente ha triunfado sobre el uso del corazón, el sentimiento.
Estén atentos a las fechas y sus acontecimientos. Algunos dicen que todo comenzó el día 19 de diciembre de 2012. Pero la estrategia de Mariano Rajoy y el PP comenzó cuando estaban en la oposición. El Estatuto fue aprobado por el Parlamento catalán en septiembre de 2005. Fue el mejor regalo que se le podía hacer a un partido que vive de azuzar el peligro de la ruptura de la indisoluble nación española en el momento en que ese asunto perdía fuelle político por la inacción de la banda armada del Movimiento de Liberación Nacional Vasco, en palabras de Aznar.
Había que sacar rédito al nuevo foco claro de separación, de tal forma que empezaron a calentar a las masas separatistas desde 2006, cuando en enero inician en Cádiz la recogida de firmas que avalara su proposición para que el nuevo Estatuto fuera votado por todos los españoles. El Congreso español aprueba el Estatuto el 30 de marzo de 2006, siete días después del anuncio de tregua de ETA, y en referéndum por el electorado catalán (junio de 2006).
El PP de Mariano Rajoy presenta recurso de inconstitucionalidad en julio de 2006, y de los artículos que impugnaba, catorce coincidían con el Estatuto de Andalucía. El agravio comparativo se unía al rechazo a la decisión soberana del electorado catalán.
El 28 de junio de 2010 el Constitucional deja un Estatuto desfigurado. El plan diseñado se cumplía a la perfección. El 10 de julio de 2010, todo el espectro político catalán, excepto el españolista de PP y Cs, se echa a la calle con el lema de “Somos una nación. Nosotros decidimos”. El botón de la máquina de fabricar nacionalistas es apretado por Rajoy para ponerla a pleno funcionamiento. Los medios de desinformación afines, que son casi todos, jalearían la deriva separatista para cultivar el odio del resto de las comunidades hacia la catalana. La festiva Diada de ese año refleja la división de los catalanistas.
La Diada de 2011 sigue siendo festiva, a pesar de celebrarse pocos días después de que un auto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña diera un varapalo a la inmersión lingüística de la Generalitat. Rajoy aprovecha la situación para acusar a los separatistas, ante el repudio público de estos al auto, de “atizar el fuego” como queriendo desviar hacia el otro la estrategia que estaba aplicando desde 2006. El PP no tenía prisa, lentamente, sin aspavientos, el mismo partido u organizaciones de su ideología iban escalando en las afrentas que provocaban la indignación catalanista.
Mariano Rajoy toma las riendas del país en diciembre de 2011. A pesar de que el 28 de junio de 2012 el PP y CiU votan juntos el más furibundo ataque al proletariado español, que hasta deja corto a Felipe González, y ya es decir, el partido españolista no ceja en su empeño de desagraviar a los separatistas y conecta los turbos a la máquina de enrabietar a los separatistas.
Un carburante es el ministro Wert con su LOMCE, que pretende dar el puntillazo al catalán en la enseñanza materna; el otro es el no al pacto fiscal. El lema de la Diada de 2012, nada menos que “Cataluña, nuevo estado de Europa” no deja lugar a dudas de que el catalanismo da un paso adelante y quiere romper sus lazos con el resto de España. Sin embargo, sigue siendo una manifestación festiva, aunque ya se van viendo más esteladas que senyeras. Los soberanistas se ven arropados por casi medio millón de participantes.
Llegamos al punto de partida en que los fiscales sitúan, a modo de prólogo, el comienzo de lo que ellos califican de rebelión. Esta demostración de fuerza del independentismo posibilita que el 19 de diciembre de ese mismo año CiU y ERC firmen el “Acuerdo para la transición nacional y para garantizar la estabilidad del Gobierno de Cataluña”, en el que se incluía un acuerdo para un referéndum en 2014.
Los catalanistas socialdemócratas se alían con los conservadores nacionalistas, muleta del bipartidismo junto con los nacionalistas vascos. Los separatistas picaron en el anzuelo de Rajoy, que les lanzó el sedal tranquilamente sentado en su poltrona de Moncloa. Tan hondo se habían tragado el anzuelo que ya no tenían escapatoria, porque si hubieran intentado zafarse de él, se habrían desgarrado las entrañas separatistas; y si seguían forcejeando contra el pescador en río por él revuelto, tendrían todas las de perder, todo el aparato del Estado recaería sobre ellos. Y siguieron forcejeando, cegados por sus sentimientos.
El PP vio carnaza, todo el cardumen separatista se avocaba a contravenir el principio más sagrado para los peperos, por encima incluso de la Corona. Ya lo dijo Calvo Sotelo cuando pronunció lo de prefiero una España roja a una España rota. Y eso lleva a la cárcel. Pero la cárcel se gana cuando hay violencia, no por el mero hecho de aprobar resoluciones, como la del 23 de enero de 2013 que declaraba la soberanía y el derecho a decidir de los catalanes.
Como era poner negro sobre blanco un acuerdo en sede parlamentaria catalana, en definitiva, la palabra, a Mariano Rajoy le bastaba con recurrir al Tribunal Constitucional, a sabiendas de que los catalanistas ya no reconocerían las sentencias de un tribunal del que se consideraban fuera de su jurisdicción. ¿Podía haber hecho algo el fiscal ante la proclamación pública de separación unilateral del resto del Estado? De haber podido tampoco habría actuado, la fruta todavía no estaba madura.
Así ocurrió. Aunque conocida ya la sentencia (marzo de 2014), los separatistas no solo no se arredraron sino que siguieron adelante con el Consejo Asesor para la Transición Nacional creado el 12 de febrero de 2013. Este consejo acaba con el prólogo para meterse de lleno en el cuerpo de la obra, de la rebelión. Y es cuando Rajoy lanza su grito de alborozo, por fin recurren abiertamente a la movilización popular. Su estrategia de acoso continuo, de afrentas ininterrumpidas, de desagravios diarios darán su fruto. El populacho, la muchedumbre catalana aportaría el ingrediente necesario para que los actos parlamentarios dejaran de ser meramente de intenciones y protocolarios. Solo faltaba encender la mecha.
El Gobierno catalán proponía, y el Parlamento aprobaba, leyes, resoluciones y normas que el Gobierno del PP denunciaba ante el TC, que una vez tras otra inmediatamente suspendía su aplicación y años más tarde sentenciaba como inconstitucionales. Los lemas de las dos Diadas siguientes son como titulares que resumen anualmente la escalada separatista; 2013, “Vía catalana por la independencia”; 2014, “9N, votaremos, 9N, ganaremos”.
Con el eufemismo de consulta popular no referendaria, o “como queramos llamarla” en palabras de Rajoy, se celebró el referéndum el 9 de noviembre de 2014 prohibido por el TC. Mariano Rajoy no movió un dedo para impedir el desacato al TC. Antes de ese día, salvo quemas de banderas y retratos del rey, la muchedumbre no había incurrido en tumultos ni altercados. El ambiente entre las huestes separatistas era festivo.
El PP no tenía prisa, la atmósfera tenía que estar más caldeada para que las turbas separatistas incurrieran en violencia. Se conformaba con que el fiscal se querellara por desobediencia, entre otros delitos, contra unos pocos catalanistas ante el TSJC, el tribunal natural. No se asustaron los catalanes, no había marcha atrás a su proyecto emancipador, al menos para sus correligionarios. La Diada de 2015, “Vía libre hacia la república catalana”, es un clamor en plena campaña electoral catalana, en la que ERC y CDC se hermanan en Junts pel Sí. El brazo ejecutor del plan separatista se hace más musculoso. Y tilda las elecciones de plebiscitarias.
Rajoy vuelve a no mover un dedo, a pesar del desafío independentista. El PP se hunde en esa autonomía.
Vuelta a legislar del Parlamento, a recurrir el PP ante el Constitucional, y este a suspender y a sentenciar la inconstitucionalidad. España estuvo casi un año con un Gobierno en funciones, pero no le temblaba el pulso en sus relaciones con el separatismo catalán. La Diada de 2016, “Somos el sueño, estamos a punto”, siguió siendo una manifestación festiva. Pero la afrenta de los denunciados por el referéndum del 9N llevó por fin a los nacionalistas al callejón sin salida. La paciencia, acompañada por la lentitud de la justicia que va exacerbando los ánimos, recogerá sus frutos. A partir de la apertura del juicio oral, los soberanistas llamaron a la demostración de fuerza de su gente; las manifestaciones dejarían de ser festivas.
Cada día del año 2017 los españoles se levantan y se acuestan con el monotema catalán. El estratega Mariano Rajoy matará dos pájaros de un tiro. Descabezará al nacionalismo y dividirá a la izquierda, muy tibia hasta entonces y como que no era su asunto. Y si los catalanistas buscaban camorra, el PP les daría motivos para proporcionársela. Se anuncia a bombo y platillo la actuación policial de registro y que los guardias civiles dejen sus patrullas, con subfusiles a la vista de todos, en la calle en vez de dejarlos a buen recaudo en el aparcamiento del edificio. La muchedumbre catalanista pica en la trampa. Y así en varias ocasiones más en nuevos registros.
El 7 de septiembre Rajoy se frota las manos y se mesa la barba en señal de plena satisfacción, dado que, tras bronca en el Parlamento, se convoca ese día referéndum vinculante el 1 de octubre. No se usan eufemismos, referéndum, y además vinculante. Los fiscales ya estaban afinando el delito de rebelión, puesto que la chusma había usado la violencia. La izquierda reestudiaba a Lenin y a Rosa Luxemburgo en sus debates sobre el derecho de los pueblos a la autodeterminación.
De cara a la galería, el Gobierno español hacía como que buscaba sin cesar las urnas y las papeletas, que caben todas en un bolsillo, para evitar la votación ya suspendida por el TC. Miles de policías y guardias civiles, al grito patriótico y fratricida del “a por ellos”, salen del resto del país para hacer cumplir la sentencia judicial.
Y en esas que llegó el 1O. Rajoy no iba consentir otro 9N y que se le desvaneciera el epílogo de su estrategia urdida allá por 2006. La mecha la enciende la violencia desatada entre algunos exaltados ante la actuación desmedida, en algunos casos, de las fuerzas gubernamentales del orden público. La indignación colapsa las redes sociales de Europa, que difunden en directo los desmanes policiales, según los informantes de las redes. La izquierda hace abstracción del derecho de los pueblos y sopesa que vivimos en un país policial; abierta la veda, hoy los apaleados son los nacionalistas, y mañana, amparados en la lay mordaza, los rojos.
El resto, declaración efímera de la independencia, artículo 155, denuncias en la AN y TS y no en el juzgado natural, encarcelamientos preventivos, exiliados, elecciones en las que casi desaparece el PP en Cataluña… Pero objetivo cumplido: Rajoy ha descabezado al catalanismo. ¿Por cuánto tiempo? Yo diría que por unas horas, que se sepa la derecha catalanista y la catalanista socialdemocracia tienen líderes perfectamente capacitados para seguir el camino independentista dibujado por Mas, y que Pujol evitó siguiendo el consejo de Felipe González de no balcanizar a España.