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Xenofobia en Ecuador: El síntoma de una sociedad enferma

Los escucho conversar sobre lo largo y cansado del viaje, sobre aquello que vendieron para poder venir por tierra hasta Ecuador. Los veo en las terminales de buses acostados sobre sus maletas, con niños acurrucados en sus brazos y cobijados con la bandera de 8 estrellas. Están angustiados por no tener dónde vivir y qué comer; a veces están en las esquinas de los semáforos, quizá en los buses cantando alguna canción, tal vez en las veredas sentados bajo el sol, otros ofreciendo caramelos o arepas. En su desespero colocan carteles que inician con un “soy venezolano, ayúdame, quiero trabajar…”.

Los noto preocupados por no conseguir empleo y no tener nada de dinero que enviar a sus familiares en Venezuela. Los escucho hablar de lo engorroso de la tramitología de su país para poder sacar el pasaporte. Les angustia no contar con el dinero suficiente para la visa. Entre ellos se ayudan con dinero o con indicaciones de los pasos a seguir para legalizarse.

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Se animan escuchando música típica de su país, viendo algún vídeo de algún comediante de Venezuela, comiendo hallacas en la Navidad, llamando a su familia. Se quiebran viendo fotos de sus seres queridos, de su tierra, de lo que dejaron. Un venezolano al ver las fotos de su familia me dijo: “estas fotos son de cuando éramos ricos y no lo sabíamos”. Tragué saliva y no supe qué contestar.

No puedo describir la emoción de sus rostros al entrar en un supermercado y ver lo que en Venezuela no pueden conseguir a causa de las sanciones y el boicot empresarial. Se les ilumina todo. Te agradecen tanto que les des una mano. Cada esfuerzo que hacen, cada cosa que compran es para prosperar, para poder traer a los suyos hasta acá y poco a poco salir de la pobreza.

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Ya tienen suficientes dolores lejos de su país, de su tierra, de su familia; sin dinero o sin empleo; encima de eso tienen que lidiar con la xenofobia de la supina ignorancia de mucha gente de Ecuador. Hay que ser bien desgraciados para no comprender su dolor y vilmente golpearlos, explotarlos, estafarlos o maltratarlos. Me retuerzo del coraje de solo pensar lo que sintieron nuestros hermanos venezolanos en Ibarra y que fueron echados de los lugares en los que sehospedaban. Los golpearon, les quemaron sus pertenencias, les tiraron piedras, echaron sus colchones a la calle, persiguieron a una madre con sus hijos.

¡Desgraciados! Una vez fuimos migrantes (y somos aún), sufrimos algo parecido, dejamos todo: patria y familia, y nunca se nos trató de tal forma a pesar que algunos de nuestros compatriotas cometieron actos delincuenciales en España, Chile, Estados Unidos e Italia. ¡No podemos ser tan miserables! La vida da muchas vueltas y en esas vueltas nos puede cobrar caro la ignominia y el mal que hacemos. Da vergüenza ajena saber que unos cuantos ecuatorianos desadaptados e imbéciles hacen quedar mal a nuestro país

Lo que pasó en Ibarra no es un tema de nacionalidad, sino de la cultura de la violencia, que direccionada desde el machismo está enquistada en nuestra sociedad retrógrada y conservadora, que estancada y saturada de estulticia y subdesarrollo poco o ningún esfuerzo hace por intentar mejorar y salir del pantano del oscurantismo.

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A eso se añade lo negligente de ciertos elementos policiales y la incompetencia del gobierno de turno ─y sus lacayos─ en manos de un inepto que apenas sabe leer y escribir, y que en vez de dar soluciones eficaces y entonar el mea culpa por sus horrores y errores, detrás de la escasa lucha en materia de violencia de género y seguridad, echó más leña al fuego con sus políticas de estado, pretendiendo así institucionalizar la xenofobia que yace enmascarada en muchos ecuatorianos.

Mis hermanos venezolanos, en nombre de mi país, pedimos disculpas por la sinrazón y la visceralidad de nuestras acciones. Haremos lo posible por compensar los desaires que han sufrido en este país. Ojalá no existieran las fronteras y algún día todos podamos convivir como hermanos que somos de la vasta familia humana.