Presentamos un relato corto de la escritora Meggy Williams.
La víspera del 8 de marzo pasó algo que lo cambiaría todo para siempre. A las 19:21 el sol se escondió y dio paso a un fenómeno nunca antes visto por ninguna criatura terrestre. No salió en ningún telediario o noticiero radiofónico y nadie se atrevió a publicarlo en ninguna red social o blog. No hubo señales de alarma, la vida transcurría con total normalidad pese a lo que acababa de acontecer.
Flotaba en el ambiente una sensación extraña y tenebrosa y un gran silencio envolvía cada ciudad, pueblo, calle y casa.
Algo sucedió esa noche. Era algo paranormal, raro, el mundo estaba fuera de control y cualquier cosa podía pasar. A partir de las 20:00 se escucharon gritos en algunas casas. Todos distintos y a distintas horas. Algunos de más intensidad, otros menores. Lo más inaudito de la situación era que todos los gritos provenían de seres humanos con cromosomas sexuales XY. A saber, todos los gritos eran emitidos por hombres.
A la mañana siguiente todo había cambiado. A las ocho en punto en toda la ciudad la gente cogía el metro. En el mismo vagón, dieciséis mujeres y solo tres hombres. Las mujeres estaban todas sentadas en los asientos con el mismo semblante. Tenían la mirada puesta justo delante suya, no parpadeaban y no hablaban ni leían ni miraban el móvil. Estaban casi sumidas en un estado zen del que nadie jamás las haría regresar. No sonreían, no bajaban la cabeza, no se movían.
Dos chicos jóvenes estaban al final del vagón observando la situación y un tercer hombre, anciano, permanecía de pie al lado de una de las puertas del tren. El silencio era absoluto. Pasaron paradas y paradas, unas mujeres bajaron, otras subieron, todas en silencio se sentaban y permanecían como hipnotizadas con la mirada clavada en la nada sin pestañear. Los hombres estaban aterrorizados. ¿Qué era lo que había acontecido aquella noche?
En una de las paradas uno de los dos chicos bajó y otro subió. Este era un chico también joven que iba escuchando música con sus auriculares puestos a la par que mascaba chicle y era el único que parecía no haberse percatado del “fenómeno”. Se dirigió a sentarse en un asiento que yacía vacío al lado de dos mujeres jóvenes. El señor mayor seguía de pie igual que el otro chico y ambos empezaron a tener sudores fríos.
El chico mascaba y mascaba. Se sentó cómodamente con las piernas abiertas rozando con una de ellas a la chica que tenía al lado. Con una actitud chulesca se la quedó mirando con una gran sonrisa de crápula y le dijo: Qué guapa eres.
El tren paró en la siguiente parada y el otro chico joven y el señor mayor salieron corriendo en cuanto las puertas se abrieron. No querían presenciar lo que ocurriría a continuación pues ya lo habían presenciado antes. Por algún motivo desconocido a ellos no les había tocado.
El chico siguió diciéndole cosas a la chica que tenía al lado y de repente todas las mujeres del vagón giraron la cabeza hacía él. Con el ceño fruncido se levantaron al mismo tiempo y fueron hacía el acosador, quien no entendía nada de lo que pasaba. Él era libre de piropear a quien le diera la gana y nunca había pasado nada. Hasta entonces.
El tren se puso en movimiento otra vez y pasados unos segundos ya dentro del túnel una de las mujeres accionó la palanca de parada de emergencia. El tren se detuvo.
La conductora escuchó gritos. Esperó. Sabía lo que tenía que hacer. Todas lo sabían. Después de dejar pasar un tiempo prudencial volvió a arrancar y no quitó la vista del túnel hasta la siguiente parada, sin parpadear.
En la calle había una multitud de mujeres andando en silencio y con la mirada puesta al frente. De repente todas pararon en seco. Empezaron a formar un grupo alrededor de una de ellas. Sin mediar palabra, se pusieron en marcha esta vez siguiendo todas una misma dirección. Al parecer, se dirigían a casa de la mujer que estaba en el centro del corro. Cuando llegaron, se encontraron a su marido tumbado en el sofá. Estaba sin trabajo y había encontrado un buen hobby en darle palizas a su mujer a diario. No pasaría mucho tiempo hasta que acabara con la vida de ella debido a su frustración. Más de doscientas mujeres entraron y desde la calle se volvieron a escuchar gritos.
En el edificio de enfrente también se escucharon gritos. Y en el de al lado, y en el siguiente, y en el siguiente. Cientos de mujeres en grupo vagaban por las calles. La mayoría de hombres se escondían en sus casas, otros huían con el coche a toda prisa hacía no sabían donde. No sabían hasta donde había llegado el “fenómeno”, tenían que averiguarlo. Puede que no llegaran a hacerlo.
Un científico que en sus ratos libres era radioaficionado empezó a mandar un mensaje por radio desde el sótano de su casa, aterrorizado, teorizando acerca de lo que estaba pasando.
—”Algunos físicos cuánticos han formulado teorías acerca de una gran red de cerebros interconectados entre ellos y estos a su vez conectados con el cosmos. Creían que pasarían miles de años hasta que el ser humano alcanzara un estado tan avanzado de inteligencia. Puede que lo que esté llevando a las mujeres a comportarse de esta forma sea algo más grande que nosotros mismos, algo etéreo. Puede que las teorías fueran ciertas. Me han comunicado fuentes fiables que todos los miembros masculinos del gobierno han sido asesinados, aquí y en otros países. Así como policías, jueces, clérigos y muchos otros, también civiles. Algunos hombres son inmunes a este fenómeno, no sabemos muy bien porqué“.
La voz del científico temblaba. A ratos se rompía.
—”Están llegando. Me han descubierto, no tengo mucho tiempo“—empezó a balbucear.
Se oyeron ruidos. Alguien intentaba abrir la puerta del sótano.
—”¡Acabarán con nosotros, nos harán pagar lo que hemos hecho! ¡Ellas lo saben! ¡Nos harán pagar por lo que le hemos hecho a este mundo y a ellas! ¡Nuestra era ha terminado! ¡Nuestra era ha terminado!“.
Los ruidos se intensificaron por momentos. Ahora estaban golpeando con fuerza la puerta.
—”No las podremos contener, no pararán hasta restablecer el orden natural de las cosas. Saben que lo hemos corrompido todo, ¡lo saben!“.
A los pocos minutos la puerta se vino abajo. Un grupo de estudiantes alumnas del científico entraron. El científico aulló:
—”¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡No pretendía haceros daño!“.
Las mujeres se abalanzaron sobre el hombre que gritaba aterrado. Mujeres que habían sufrido todas ellas los abusos repetidos de su querido profesor durante años. No iba a volver a suceder. Nunca más. La naturaleza es sabia y no podía esperar más. Por fin se iba a terminar el caos en este mundo. Por fin se iba a restablecer el orden natural de las cosas.
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