Las naciones europeas llamadas, sin que nadie las invitara, a civilizar el mundo destrozaron los lugares que conocieron la civilización mucho antes que los bárbaros europeos. No hay ejemplo más claro que el problema que crearon los británicos y franceses en Oriente Medio, o los españoles en el Sáhara Occidental.
No hay que acudir a los especialistas que nos apabullarán con sus palabras técnicas para entender que lo hecho en esas zonas del planeta fueron verdaderas barrabasadas contra el género humano. Lo peor de todo es que no solo lo sufrieron los contemporáneos a esas decisiones terribles sino que las siguientes generaciones lo siguen sufriendo como el primer día, o incluso peor, dadas las modernas técnicas de exterminio.
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El paralelismo entre palestinos y saharauis viene por el problema creado por las naciones colonialistas. Británicos y españoles permitieron que pobladores ajenos a los autóctonos se afincaran en los territorios administrados, los primeros de forma subrepticia y los segundos por invasión permitida.
Continúa el paralelismo en los cientos de miles de saharauis y palestinos que viven en campos de refugiados, y quien no sobrevive en uno de esos campamentos malvive en las zonas controladas militarmente por la potencia opresora marroquí o sionista. También corren paralelos los muros que los opresores levantan para aislar a los pobladores autóctonos, como evidenciando su encarcelamiento en la tierra de sus antepasados.
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Ningún medio de comunicación, público o privado, da cabida a las indignantes noticias generadas en esas zonas, si acaso maquilladas y sesgadas. Las huelgas de hambre de los luchadores saharauis o las marchas del retorno de los bravos palestinos no gozan del eco que deberían tener en el mundo que se enorgullece de ser el garante mundial de los derechos humanos. Por supuesto que por el único derecho humano que se moviliza es el de la libertad de empresa de sus multinacionales, así que difícil lo tienen esos dos pueblos porque esa libertad la garantizan a sangre y fuego sus opresores.
Para dificultarles más la lucha, el foco propagandístico se ha fijado en las naciones latinoamericanas que no comulgan con el neoliberalismo, multiplicando de esta forma el esfuerzo de los internacionalistas por mantener viva la llama reivindicativa ante la opresión mortal.