Para que no te pierdas en el argumento, aquí tienes la primera parte de este relato: [Relato corto] H2O
Llegó agosto y con él mis vacaciones y la de los niños. Con las escuelas cerradas, la piscina se llenaba de esos pequeños seres malignos y gritones, maleducados que no hacían más que estorbar mi paz. Así que me planteé el hacer horario nocturno. Iba sobre las nueve de la noche hasta las nueve de la mañana. Pero eso no me satisfacía. Tenía muchas horas durante el día en las que no podía probar el agua.
Entonces decidí hacer algo que no me había gustado nunca: ir a la playa. Salía de la piscina, iba a mi casa a comer algo y justo después cogía el metro para ir a sumergirme otra vez en mi amada agua. He de reconocer que en la playa también había niños a cualquier hora pero solo en la orilla. Los primeros días iba probando sitios diferentes donde no me molestara nadie. A la semana y poco empecé a adentrarme en la costa. A unos pocos metros ya tenía toda la mar para mí sola.
Y entonces me di cuenta de algo asombroso. El mar me gustaba más que la piscina. No tenía final. Buceaba y contemplaba con mis gafas la fauna y flora marinas. Eran espectaculares. Ya ni siquiera nadaba. Llegaba y me metía dentro del agua admirando algas, plantas, pequeños pececillos y crustáceos que andaban merodeando a mi alrededor. Era maravilloso. Llegó el día en que se terminó mi suscripción al gimnasio y no la renové. Mi vida era el mar. El agua salada, la vida que no vemos bajo esa tela azul verdosa que es el mar.
Hubo un día que cambió todo. El día que olvidé mis gafas de buceo en casa. Llegué y me dí cuenta del desatino y no iba a volver atrás, así que buceé sin ningún tipo de herramienta. Entré en el agua. Exploré la zona. Y algo extraño pasó. Me dí cuenta al cabo de una media hora. Veía a la perfección sin las gafas.
Al principio me asusté puesto que buceando me había olvidado completamente de que iba sin ellas. Mis ojos se me habían adaptado al agua, completamente. No veía turbio ni desenfocado, lo veía todo nítido. Pensé que quizás era normal ya que había pasado tantas horas debajo del agua que mis ojos se habrían acomodado a esa visión marina. No se trataba de eso ni de lejos.
Yo era feliz. Buceaba debajo del agua y me sentía llena de energía, vibrante y eufórica. Como si toda mi existencia cobrara sentido al fin, como si hubiera encontrado mis raíces y mi hogar.
Una noche sobre las once decidí marchar a casa. Llevaba todo el día en la playa y me había olvidado incluso de comer, así que me fui y cené algo. Pero me había empezado a suceder algo. Fuera del agua ya no veía con tanta nitidez, las cosas se me hacían borrosas y notaba como si una capa de legañas me nublaran la visión. Me metí en la cama, creyendo que quizás necesitaba descansar. Pasaba demasiadas horas al día en remojo.
Dormí casi diez horas seguidas. Al levantarme noté un picor en el cuello por debajo de las orejas. Mirándome en el espejo descubrí un pequeño sarpullido en ambos lados de la cabeza. No me habían descubierto ninguna alergia hasta el momento, pero bien, pensé que el roce con alguna alga me lo había podido producir. Después de meditarlo creí conveniente descansar un par de días del mar y quedarme en casa poniéndome cremas en el cuello para aliviar el picor. Pero el sarpullido no mejoraba, es más, ahora estaba peor.
Parecía que se me estaban abriendo un par de heridas de unos cinco centímetros de largo y el picor había dejado paso a un escozor terrible. Abrí el botiquín del baño y busqué todas las pomadas para quemaduras y heridas que pude. Me empecé a aplicar una, después otra, y así hasta que me quedé sin nada. Y el escozor no cesaba.
Pero aquí no terminaron los síntomas, no. A lo largo de los días y las noches sentía que mi cuerpo estaba sufriendo cambios. Las heridas del cuello no eran lo único que me producía molestia. Ahora también brazos, piernas, tronco y pies, todo empezaba a picarme de una forma constante e irritante.
Me metía en la ducha y de mi piel se empezaba a desprender el vello y algo que parecían pieles muertas. Muy extraño. Como si no hubiera tomado un baño en meses, curioso ya que no salía del agua en horas. ¿Me habría picado algún tipo de animal como una medusa? ¿Me habría transmitido una extraña enfermedad? Pero, ¿qué tipo de enfermedad era esa? ¿Psoriasis? ¿Lepra? No… No era eso.
La última semana de vacaciones ya me encontraba muy mal. No quería salir de casa por miedo al aspecto que tenía. ¿Qué pensaría la gente? Estaba mutando en una bestia horrenda hasta el punto que ya ni quería mirarme en el espejo. Clara me había estado llamando y no le había cogido el teléfono. Todo era como una pesadilla.
Un día desperté y un dolor de cabeza insoportable se había adueñado de mí. Noté como me faltaba el aire, casi no podía respirar. Me metí en la ducha. El agua me calmó. Empecé a respirar con normalidad otra vez. Pero al salir el dolor de cabeza reapareció y también la falta de aire, así que decidí hacer algo que necesitaba hacer: volví al mar.
Mi cuerpo no se había colapsado por culpa del agua, me estaba diciendo que precisamente era lo que necesitaba. Llegué a la orilla de la playa como pude, tambaleándome entre la arena y las piedras. Intenté no llamar la atención y que no me viera la gente que por allí andaba. Al fin llegué y me zambullí.
La sensación que tuve no la podría definir con palabras. Al sumergirme se me pasó el dolor de cabeza, los picores y escozores. Nadé mar adentro unos metros. La costa se iba alejando de mi vista. El sol me cegaba, ahora aún veía menos. Bajo el agua mi visión era plena así que continué nadando sin salir ni siquiera a tomar aire. No me ahogaba. Estaba respirando. Al percatarme me asusté, pues no entendía qué era lo que me estaba pasando.
Pero poco a poco fui adentrándome más en el agua, a más profundidad y más mar adentro. Necesitaba saber más, ver más, conocer más. Me estaba transformando en un animal marino, sentía el mar como mi verdadero hogar. Peces y delfines nadaban a mi lado, cada vez nadaba más rápido y la playa había quedado kilómetros atrás. Nunca volvería a pisar tierra.
El agua cada vez era más fría pero mi piel se había endurecido y no sentía frío alguno. Cada vez iba más y más profundo y dejaba de verse paulatinamente la luz de los rayos del sol. Estaba oscureciendo por momentos. Empecé a ver peces extraños, especímenes dotados de luz propia que surcaban el fondo del océano ahora a mi lado. Pero la falta de luz no me impedía ver, mi visión era aterradoramente infalible.
Continué surcando el océano no sé cuántas horas seguidas hasta que hallé el fin. Algo extraordinario. De repente enfrente mío aparecieron unas extrañas cuevas hechas de roca marina que parecían formar un conjunto arquitectónico enorme. Parecía un poblado sumergido. Bancos de esos peces luminosos entraban y salían de las cuevas, iluminando levemente su interior. Eran profundas. Parecían no tener fin.
Detrás de uno de esos animales fluorescentes apareció de repente una figura que me heló la sangre. Tenía forma humana pero en lugar de piel y pelo una gran cantidad de escamas duras cubría su cuerpo. Tenía unos ojos grandes y no tenía boca ni nariz y de su cuello sobresalían dos branquias que no cesaban de moverse. Me quedé petrificada mientras ese ser iba avanzando hacía mí lentamente y tal y como lo tuve delante me puso una de sus manos en mi frente y dijo:
—”Hola. Te damos la bienvenida. No te asustes, estás en casa“.
Intenté abrir la boca pero no pude.
—”No te preocupes. Nosotras no necesitamos la boca para hablar, ahora mismo te hablo por telepatía y pronto aprenderás tu también. Cuando hayas terminado la metamorfosis. Veo que ya te han salido las branquias y las escamas. Eres muy joven, me alegro de tenerte entre nosotras“.
En ese momento un grupo enorme de seres como aquel que me estaba hablando salieron de las cuevas y se quedaron mirándome.
—”Queda mucho por enseñarte. Este será tu nuevo hogar y aquél de todas las mujeres que como tú se atrevan a dar un paso más. La tierra se muere hace siglos y dentro de poco solo quedaremos nosotras aquí abajo mientras los de ahí arriba se extinguen. Desde el momento en que el hombre pisó la tierra ésta estuvo destinada a morir. El hombre ha traído hambruna, guerras y muerte por doquier. Cuando ellos hayan desaparecido, nosotras seguiremos durante milenios manteniendo la vida en este planeta, como mujeres que somos, engendrando y creando vida. No tengas temor. Ahora te juntarás con la madre naturaleza y serás feliz por siempre jamás. Aún te quedan unas semanas de transformación, pero cuando hayas terminado, habrá sido como volver a nacer“.
Eso me dijo la maestra de los seres acuáticos y hasta hoy tenía razón. Muchos siglos han pasado ya, y allí arriba no queda nadie. En efecto, se mataron entre ellos. Pero la vida sigue aquí abajo, en el corazón del océano y ¿quién sabe? Puede que dentro de unos años, cuando la radioactividad desaparezca de la faz de la tierra, nos planteemos salir a la superficie…