Corrección política y control comunicativo
En 1984, la distopía futurista crítica con los autoritarismos, de George Orwell, nos descubrió un concepto de ciencia ficción aplicada a la política, la Neolengua. Esta debía sustituir la Viejalengua. Se trataba de una versión modernizada y limpia en la que no aparecían determinadas palabras para que no fueran usadas por los ciudadanos y así poder controlar su pensamiento.
Un poco más tarde del año 1984, surge el término corrección política con el objetivo de adecuar el lenguaje y el comportamiento que pudiera ser excluyente, peyorativo o discriminatorio hacia las minorías más desfavorecidas.
En el Estado español empezamos a ver que en las películas se referían a las personas de raza negra como afroamericanos, a los indios como nativos americanos, etcétera. Parecía una excentricidad, como las taquillas en las escuelas y los bailes de final de curso.
Hasta que llegó aquí. De hecho cuando el lenguaje público empezó a adaptarse, se advertía una crítica feroz desde los Estados Unidos a la corrección política.
Es evidente que el lenguaje coloquial y de la calle es mucho más respetuoso de lo que era en los 80, pero siempre habrá elementos disruptivos como por ejemplo los insultos. Los insultos son agresiones y como agresiones buscan ofender, hacer daño a quien sea el receptor. Es fácil que un insulto caiga en un “ismo” como racismo o machismo, ni que sea de manera indirecta.
También los comportamientos cambian de manera fácilmente perceptible, solo hace falta ver la crudeza de Mad Men, por ejemplo, comparada con nuestra cotidianidad. La duda es si es la corrección política la que transforma nuestro lenguaje y nuestro comportamiento o la evolución natural de nuestros modos sociales.
Cualquier elemento con capacidad de influir en el lenguaje, puede influir en el pensamiento y en el comportamiento, y además es demasiado goloso para el poder. La corrupción de la corrección política lleva a extremos como que políticas de partidos de derechas acusen de machistas a políticos de formaciones que abogan y proponen claramente la igualdad entre hombres y mujeres, solo por criticarlas.
Las etiquetas para torpedear discursos del adversario están llevando a vaciar de significado algunos calificativos como machista, racista o xenófobo. Llega un momento en que no sabemos ni qué significan. Cuando todos seamos susceptibles de ser acusados de racismo y xenofobia, el significado de estas palabras perderá sentido y nadie podrá será un racista o un xenófobo, por lo que todo el mundo será racista y xenófobo.
Si la palabra racista, por ejemplo, carece de contenido, porque pasa a ser un simple insulto, puede un partido permitirse postulados y propuestas claramente racistas (primero los de casa, por ejemplo), y que su discurso quede impune. Nadie se escandalizará con tanto insulto y descalificación, por tanto las criticas legítimas y justas pasarán a ser ruido.
Es evidente que hay colectivos y activistas que se esfuerzan por explicar su discurso reivindicativo en el ámbito que corresponda, que reclaman la seriedad de los conceptos que mejor definen su discurso, pero este pierde sentido y fuerza si los términos están adulterados, manoseados y gastados.
Ocurrió lo mismo con el discurso clásico de la izquierda. Qué pereza da escuchar a los líderes sindicales el primero de mayo, como si no tuvieran argumentos para movilizar. Conceptos clásicos del activismo de izquierdas se escuchan desfasados. ¿esto beneficia a la clase trabajadora? ¿Perjudica a los partidos de derechas, a las grandes empresas o a la banca? Es fácil ver quién sale ganando.
El próximo jefe de Estado en España será una mujer, cuando muera o abdique Felipe VI, con ella vendrá una adulteración masiva del discurso feminista. De manera machacona se dirá que los republicanos son machistas, que lo que les molesta es que haya una reina como jefe de Estado.
Este es el legado de los creadores de Inés Arrimadas.