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La degradación del programa electoral, importante contrato entre elector y su representante

En una democracia parlamentaria plena, los miembros del parlamento se eligen íntegramente mediante sufragio universal.  Para ser escogidos por la ciudadanía, los partidos políticos presentan lo que conocemos como programa electoral, que es un contrato entre el votante y sus representantes: el elector otorga su representación a un determinado organismo para que le represente durante cuatro años, aplicando aquello a lo que se ha comprometido y siendo los puntos de dicho programa las medidas que este partido va a realizar.

La definición de democracia es la siguiente: “sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes“. Así, los representantes y gobernantes deben cumplir aquello a que se han comprometido en campaña, puesto que no reciben un cheque en blanco; deben regirse por su programa.

>>La degradación del programa electoral, importante contrato entre elector y su representante<<

O esa es la teoría. En la práctica, la mayoría de ciudadanos votan sin tener en cuenta los programas electorales, sin apenas leerlos. En el mejor de los casos, los electores se limitan a leer los resúmenes que los principales partidos mandan por correo las casas o, lo que es peor, a decidir su voto a partir de lo que ven en los medios de comunicación. También encontramos los que votan a un partido como si fuese un equipo de fútbol: “yo soy del PP“.

En ElEstado.Net, las últimas semanas se han publicado distintos artículos en los que se comparaban los programas electorales de los partidos con mejores previsiones electorales: Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Partido Popular (PP), Unidas Podemos (UP), Ciudadanos (Cs) y VOX. Pese a ello, sabemos que la mayoría de promesas caerán en saco roto, puesto que los partidos tienden a olvidar aquello prometido en campaña electoral.

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Es muy fácil culpar a los partidos de este hecho. A lo largo de las pasadas legislaturas, los partidos gobernantes nos han acostumbrado a menospreciar aquello prometido; recientemente, el consejero de economía andaluz, el naranja Rogelio Velasco, expresaba que “como tiremos de hemeroteca y pongamos con letras mayúsculas lo que […] han prometido durante campaña electoral, le aseguro que no quedaría ni uno sano, ni uno solo… Eso es un lenguaje, una forma de expresarse durante una campaña electoral”.

Pero esto es más culpa de la ciudadanía, los votantes, que de los políticos. Democracia no quiere decir votar cada cuatro años y dejar que, durante este tiempo, los políticos decidan según su antojo. Democracia es, también, fiscalizar la acción de dichos políticos y asegurarse que cumplan con aquello prometido en campaña.

Como se decía anteriormente, el programa electoral es un contrato entre un partido y sus votantes. Si un partido resulta vencedor, debe aplicar dicho programa. Evidentemente, si no recibe una mayoría absoluta debe pactar con los otros partidos; es necesario llegar a acuerdos para realizar sus políticas, aunque para ello deba hacer concesiones a otros grupos menos votados. No obstante, estos pactos no pueden propiciar un giro de 180º en las opciones propuestas en campaña, ni cambiar el sentido de las mismas.

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El problema de fondo es que la ciudadanía no se interesa en comprobar si los partidos cumplen con su parte. Entre los medios de comunicación de masas, que informan de lo que les interesa -la mayoría de estos medios, por cierto, controlados por las grandes empresas del IBEX35-, y la poca información que dan los propios partidos, los votantes se ven obligados a repasar, una vez terminada cada legislatura, aquellos puntos del programa electoral que se han llevado a cabo, y aquellos que no se han desarrollado.

Son muy pocos los ciudadanos que realizan semejante ejercicio, motivo por el que la mayoría de votos se deciden mediante dos opciones: el partido del que uno es, como si fuera un equipo de fútbol-, o según lo que ven en los telediarios y los periódicos durante la campaña electoral.

En conclusión, los problemas existentes actualmente en la política española se deben a dos factores: en primer lugar, la falta de talante democrático de los partidos políticos actuales, incapaces de llegar a acuerdos en los temas más acuciantes, lo que provoca un cambio de políticas cada vez que se cambia de gobierno, hecho que también es resultado de las décadas de bipartidismo que ha sufrido el país; y, en segundo lugar, el poco interés que muestra la ciudadanía para fiscalizar a sus representantes políticos.