La política de Jair Bolsonaro respecto a las armas impulsará más aún los asesinatos en Brasil
Según datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), en todo el continente americano (incluidos Estados Unidos y Canadá), durante el año 2012, ocurrieron el 36% del total global de muertes violentas, lo que equivale a un total de 157.000 homicidios. Esta cifra convierte al continente en la comarca más violenta del mundo, incluso más que los territorios que registran conflictos bélicos declarados, como el Medio Oriente, donde se encuentran Siria, Afganistán e Irak.
Sin embargo, esta escalofriante realidad no es nueva; desde 1955 hasta la actualidad, América en su conjunto ha registrado niveles de homicidios entre cinco y ocho veces superiores que los experimentados en Europa o Asia.
Ahora bien, la región comprendida entre el Río Bravo y la Patagonia, es decir, lo que se conoce como América Latina es el lugar donde se registran las mayores tasas de violencia. En esta geografía se encuentran las ciudades con más muertes violentas del mundo, muchas de las cuales están ubicadas en países como México (15) y Brasil (14).
Frente a esta realidad las preguntas que nos asaltan inmediatamente son: ¿cuáles son las motivaciones y cuáles son los instrumentos de esta violencia? Respecto a las motivaciones, es posible decir que aunque éstas son muy diversas, en términos generales en América Latina se relacionan con la violencia doméstica y de género, con la delincuencia común (riñas o robos –u otros delitos-), y también con el crimen organizado (narcotráfico, contrabando, trata de personas, entre otras).
Respecto a los instrumentos, algunas cifras muestran que la sociedad latinoamericana prefiere el uso de armas de fuego para infringir daño a otros. En efecto, el 60% de los homicidios y asesinatos cometidos registra el uso de pistolas o revólveres. Esto no es casual, ni tampoco es el resultado de una reciente de proliferación de armas pequeñas en la sociedad civil. En algunos casos el origen de la gran cantidad de dispositivos letales disponibles se remonta a los tiempos de la Guerra Fría, momento en el que se generó un abundante flujo de armas de fuego desde las potencias en conflicto, hacia las facciones afines a sus intereses y que luchaban al interior de países como Honduras, Nicaragua, Salvador, en la región centroamericana.
En otros casos, la proliferación de armas ha sido el resultado de una estrategia estatal de fomento de la industria armamentística local. Este es el caso de Brasil, que a mediados del siglo XX inició sus primeros intentos por desarrollar y consolidar una industria militar nacional.
En este proceso, una de las sub-industrias que más éxito alcanzó fue la de producción de armas de fuego, cuya marca más reconocida es Taurus. En relativamente poco tiempo, el gigante sudamericano se convirtió en el tercer país exportador mundial de armas de fuego (solamente por detrás de Estados Unidos y de Italia).
Sus compradores están en todo el mundo y también en su desangrado vecindario, lo cual le ha valido ingresos por miles de millones de dólares (según la organización Small Arms Survey, solamente en 2014, Brasil registró ventas por más de 500 millones de dólares).
El gigante sudamericano también tiene un importante mercado interno. Algunas estimaciones sugieren que existen casi 17 millones de armas de fuego en manos de ciudadanos comunes que no son parte de la fuerza pública; lo que lo convierte en el mayor arsenal latinoamericano.
La amplia disponibilidad de armas en la sociedad brasileña, innegablemente ha repercutido sobre las condiciones de violencia social del país, que registra aproximadamente unas 60 mil muertes por armas pequeñas al año, de las cuales el 70% son el resultado de la violencia armada. Estas pocas cifras muestran un escenario de guerra, sin que nadie la haya declarado formalmente.
Pese a lo dicho, el actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, liberó el porte de armas en la sociedad civil brasileña. Más allá de las motivaciones económicas y políticas que hayan informado al mandatario, es impresionante decir que él cuenta con el respaldo popular ¿Por qué? Porque Bolsonaro apela al temor primario de los brasileños: la violencia y la inseguridad. De hecho, su discurso sostiene que las armas permitirán la autoprotección de los individuos, y de lo más importante que éstos tienen: su familia.
Sin embargo, se ha comprobado que sin controles estatales estrictos y rigurosos, la proliferación de armas cortas tiende a convertirse en un problema de gran envergadura para toda sociedad y para todo gobierno, porque potencia la violencia en todas sus dimensiones.
¿Qué puede esperarse de estas decisiones populistas de “seguridad”? Probablemente el escenario más esperable lo describió el filósofo político Thomas Hobbes varios siglos atrás, y lo denominó “estado de naturaleza”, refiriéndose al tiempo en el que toda persona es enemiga de toda persona, donde la seguridad solamente puede ser suministrada por la propia fuerza e inventiva propia, donde ni el desarrollo; ni las artes; ni las letras pueden crecer y florecer, porque en su lugar se implanta el miedo continuo, el peligro de muerte violenta y una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta.