Mi cabeza es un océano de dolor incesante. Despierto de un sueño extraño. No sé cuantas horas llevo dormido pero el vacío en mi estómago me dice que muchas más de las que pueda imaginar. Salimos de casa hace ya cuatro meses y hemos venido a parar a este planeta desconocido del cual no teníamos noticia. No sé donde estoy, lo que sí sé es que estoy muy lejos de mi hogar y que quizás no vuelva jamás.
Me tienen encerrado en una especie de habitación cuadrada en la que las paredes son acolchadas y de color blanco. Hay cuatro cámaras, una en cada esquina. Me están vigilando, lo sé. Tengo esa extraña sensación de que alguien me está observando. Verán que me he despertado y vendrán a por mí, estoy seguro de ello.
Debo estar tranquilo y no ponerme nervioso. Es una situación muy angustiante. Estoy solo, no sé donde habrán metido al resto de mi equipo. Ni siquiera sé si siguen vivos.
Toda la vida creyendo que estábamos solos en el universo y de repente el mundo que conocías cambia por completo. Ningún científico antes había descubierto ninguna señal de vida alienígena. Sí que habíamos encontrado indicios de vida más allá de nuestro planeta en lugares que ahora están muertos. Cuerpos celestes que habían albergado vida hace miles de años, quizás millones. Pero esto… Esto no era imaginable.
Decidimos aterrizar aquí al ver la similitud de este mundo con el nuestro. Para una misión de exploración, este planeta azul lleno de oxígeno era una mina por descubrir. Los niveles de oxígeno no son tan altos como los nuestros pero con un mínimo de esfuerzo podemos respirar sin llevar escafandra.
Aterrizamos en un lugar lleno de vegetación, en una planicie dentro de una especie de bosque enorme. Sí, un bosque. Árboles y plantas. De ahí el oxígeno.
Salimos a la superficie para comprobar los niveles de oxígeno y efectivamente, tal y como nuestro ordenador nos había comunicado podíamos respirar sin mayor dificultad. Cuatro de mi equipo salimos a tomar muestras y otros cuatro se quedaron en la nave.
Estuvimos unas cuantas horas repasando la zona de arriba a abajo sin detectar ninguna señal de vida más allá de la vegetal cuando de repente escuchamos un ruido. Algún tipo de aparato aéreo se aproximaba hacia nosotros. Los cuatro que habíamos bajado a tierra estábamos ya demasiado lejos de nuestra nave para llegar a tiempo. El aparato empezó a dispararnos antes de que pudiéramos reaccionar.
Unos seres enfundados en un traje que les tapaba por completo cuerpo y cara bajaron por una escalera que salía de la nave. Llevaban unas armas extrañas. Nos dispararon con ellas a los cuatro de mi equipo que estábamos a la vista y solo recuerdo que me dormí al momento. Es evidente que las armas disparaban dardos con anestesia ya que aquí me he despertado, a saber cuantas horas más tarde.
Se oyen pasos y ruidos. Puedo escuchar a alguien hablar en un lenguaje extraño. A medida que se aproximan mis nervios aumentan. Tengo miedo. No sé qué va a pasar ni qué van a hacer conmigo.
La puerta se abre. Veo como se desliza por ella una de esas armas extrañas con las que nos dispararon la primera vez. ¡Dios! ¡Me ha dado! Tengo sueño…
Al abrir los ojos una luz me ciega. Giro la cabeza a un lado y al otro. Estoy en una especie de camilla. Me han atado para que no pueda moverme y me han puesto una vía múltiple en la muñeca derecha.
Una vez mis ojos se acostumbran a la luz, empiezo a analizar la habitación en la que me encuentro. Es grande y tiene un cierto parecido a un quirófano. Noto que estos seres disponen de una tecnología muy avanzada. No tienen nada que envidiarnos en ese sentido. Las paredes son blancas y parecen estar hechas con algún tipo de material plástico, quizás mezclado con goma y metal.
Hay un par de dispositivos periféricos de imagen que muestran muchos datos a la vez, sin duda provenientes de un ordenador enorme que hay al fondo de la habitación.
De repente se escucha un ruido. Una puerta se ha abierto detrás mío y ha entrado alguien. No consigo girar la cabeza para alcanzar a ver. Oigo que se aproximan a mí tres o quizás cuatro individuos, hablan entre ellos su particular idioma. Los latidos de mi corazón aumentan, puedo sentirlo en mi sien. Veo una extremidad asomando por encima de mi cabeza. Me tapa los ojos con una especie de venda. No puedo ver nada más. Dios, tengo miedo. No sé qué pretenden hacerme.
Alguien me está tirando de la vía y me hace daño. Está claro que me están inyectando algo. El líquido recorre mis venas y en cuestión de segundos puedo sentir un escozor mezclado con un dolor muy intenso. Empiezo a gritar. Ellos siguen hablando sin hacerme caso. No sé qué me han pinchado pero es horroroso. Grito socorro, ayuda, pero ellos no me entienden. Yo tampoco les entiendo a ellos.
Pasan los minutos y los seres siguen emitiendo ruidos indescifrables y yendo de un lado para otro. Al cabo de un largo rato uno de ellos vuelve a acercarse y vuelve a tirar de la vía. Me ha inyectado otro compuesto desconocido. Esta vez el dolor empieza mucho antes que la vez anterior. Me retuerzo en la camilla atado como estoy y vuelvo a gritar, esta vez un poco más fuerte. Puedo sentir mi piel aumentar de temperatura en pocos segundos. No sé qué están probando de hacer ni qué demonios es esa sustancia que me inyectan. Puede que estén divirtiéndose conmigo. O que quieran probar mi resistencia al dolor. ¿Qué tipo de seres habitan este planeta?
En el rato que estoy allí la operación se repite hasta diez veces. Estoy exhausto. El dolor hace que mis nervios se hayan disparado y ahora tengo sueño, solo quiero descansar.
Me he dormido. Al despertar me duele todo el cuerpo. Me han quitado la venda de los ojos, ya puedo ver. La luz es más tenue que antes, ya no me ciega. Me han dejado solo, lo cual es un alivio. Espero estar unas horas tranquilo. ¡Dios estoy muy cansado! Creo que me echaré una cabezadita otra vez.
Esta vez me despierta un ruido enorme. Una gran puerta se abre y entran los seres tapados arrastrando otra camilla. La que está encima es mi compañera de nave, la doctora del equipo de la misión de exploración. Ella también lleva vías en las muñecas. Veo que está dormida. La colocan al lado mío y se acercan a ella.
Uno de los seres coge lo que parece un instrumento quirúrgico y lo acerca a la pierna derecha de la doctora. La incisión la despierta y una fuente de sangre empieza a salir a borbotones del cuerpo al mismo tiempo que un grito atroz sale de su garganta. Otro individuo se acerca por el otro lado y copia la operación del primero en la pierna izquierda. La doctora grita y llora. Esos bichos asquerosos no tienen alma.
Lleno de furia hago un intento de escaparme de las ataduras pero me es imposible. Tiro fuerte pero no obtengo resultados. Grito a pleno pulmón. No me hacen caso. El primer individuo coge un instrumento cortante más grande que el anterior y se lo clava con fuerza en el pecho a la doctora, quién, en un último aliento de vida gira la cabeza y me mira fijamente hasta que sus ojos dejan de brillar. Una lágrima resbala por mi mejilla y una rabia poderosa invade mi ser.
Nunca antes había experimentado ese sentimiento de odio tan intenso. Tengo ganas de levantarme y hacerles pagar por lo que han hecho. En nuestro planeta la vida se respeta, sea de quien sea pues todas son inviolables. Desde la más primitiva a la más avanzada, no hay distinciones. Lo que he visto aquí me hace pensar que aquello que nos rodea en el espacio es maligno. Dios, parece que han disfrutado incluso torturando a la doctora. También a mí. No sé qué es lo que van a hacerme pero me imagino lo peor. Son bestias sin escrúpulos, sin ningún tipo de empatía ni amor. Me hacen sentir náuseas. Merecen la extinción. Se la merecen…
El cuerpo sin vida de la doctora yace encima de la camilla sangrando sin cesar. En las próximas horas veo un espectáculo terrorífico del que me hacen partícipe, pues esta vez no me vendan los ojos para que no pueda ver. Lo veo todo. Experimentan con el cuerpo inerte de mi compañera. Le practican incisiones, mutilaciones y todo tipo de cosas desagradables. Se lo están pasando en grande. Me pregunto si le encuentran alguna utilidad a todo lo que hacen.
Cierro los ojos. No puedo seguir viendo esto. De repente, algo me da un golpe en la cara. Abro los ojos y veo como uno de los seres me ha dado una bofetada con el brazo mutilado de la doctora. Se está riendo de mí. Lloro, lloro muy fuerte. Los tres individuos salen de la habitación dejando detrás suyo un reguero de sangre y vísceras. Puedo oírlos en la habitación contigua. Siguen riéndose. Esos malditos seres… Nunca imaginé que hubiera una especie en algún lugar del universo tan cruel. Sé cual será mi destino. Correré la misma suerte que la doctora. No sé cuanto tiempo me mantendrán con vida. Solo deseo que acaben rápido. Escucho, todavía les oigo reír…
—Ja, ja, ja, ja… Maldita sea Kevin, eres un puto científico loco. ¿Qué seriedad tiene pegarle un bofetón al marciano?
—Solo nos estamos divirtiendo un poco, ¿no? Llama a los de limpieza que saquen esa mierda verde de la sala.
—Los de la NASA no te subirán el sueldo por torturar extraterrestres. Solamente tenemos que recoger muestras. ¿Dónde están los otros dos?
—De camino. Mientras tanto, vamos a terminar con ese. Esos gritos hacen que me duela la cabeza.
—Oye Kevin, ¿crees que vienen de muy lejos?
—A ver qué nos dicen las muestras. El equipo ya está en ello.
—¡Eh Kevin! ¿Cuánto tiempo crees que viven después de cortarles la cabeza?
—No lo sé, pero vamos a averiguarlo.
Los biólogos de la NASA Roger Young y Kevin Carter volvieron a entrar a la sala de experimentación nº2 de las instalaciones del Área 51 en Nevada (EEUU), no sin antes coger un hacha del panel de instrumentos y armas para así poder seguir trabajando con el ser que había aterrizado desde otra galaxia hacía tan solo una semana.
La nave había podido ser interceptada antes de que despegara con sus integrantes dentro. El Presidente de los EEUU visitaría el complejo militar en pocos días de un manera, por supuesto, confidencial y secreta. Lo más interesante del descubrimiento había sido sin duda alguna la tecnología y las armas que se habían encontrado dentro del OVNI, las cuales serían estudiadas exhaustivamente para posibles futuros usos militares.