Todos los políticos son iguales: una falacia al servicio del capital
“Todos los políticos son iguales”. Te repiten sin cesar. “Lo único que quieren es coger el sillón y no soltarlo”. “Solo piensan en tener poder y embolsarse dinero”. “A ti qué más te da quien gane, si todos son iguales y ninguno va a mirar por ti”.
Todos. Todos. Todos. ¿Todos?
La maquinaria del capitalismo engrasa concienzudamente todas sus piezas para no dejar ningún cabo suelto. De la misma forma que manipula el lenguaje para disfrazar la realidad, el sistema capitalista lanza frases aparentemente inocuas para perpetuar sus privilegios de clase.
>>El capitalismo manipula el lenguaje como arma para someter a la clase obrera<<
Todos los políticos son iguales: una falacia al servicio del capital
Tras esta frase repetida hasta la saciedad se esconde una herramienta del sistema para desmovilizar a la clase obrera. Una afirmación que se repite generación tras generación y que se ha instalado en nuestras mentes como un dogma que nos conduce a la apatía social, el hastío y la desconfianza hacia nuestros gobernantes, lo que se traduce en una falta de movilización política de la clase obrera que solo beneficia al capital.
Los reiterados casos de corrupción de las últimas décadas han acrecentado todavía más el descrédito institucional, provocando no solo una mayor desconfianza e indiferencia hacia la clase política en general, sino también una peligrosa percepción de ineficacia de las instituciones y la sensación de una completa falta de ética y honestidad de los políticos.
Esta desmotivación de la clase obrera es, sin duda, una victoria del capitalismo para perpetuar un sistema que les oprime. Es curioso que los partidos de extrema derecha se declaren “apolíticos” y suelan desmarcarse de los ejes ideológicos tradicionales, intentado apropiarse del descontento de una sociedad con la excusa de que “todos los políticos son iguales”. Ante esta supuesta homogeneización de la clase política, los “apolíticos” y los poderes fácticos pretenden seguir manteniendo los privilegios de una élite que no quiere desprenderse del poder.
La única fórmula de conseguir políticas públicas para los trabajadores consiste en que los propios trabajadores participen del sistema político. Los partidos que están a favor de los intereses del capital siempre acabarán sirviendo a los poderes fácticos, de una forma descarada en el caso de las derechas; o de una forma más sutil en el caso de la socialdemocracia, que simplemente enmascara su servidumbre bajo un postureo de justicia social y algunas acciones de marketing.
Los partidos de clase cuyo nacimiento, desarrollo y estructura difieren de los partidos tradicionales, aquellos creados por el pueblo, tienen que abanderar la lucha de la clase trabajadora por romper con el sistema que le oprime y acabar con el monopolio de la política por parte de las élites. Y sus líderes no serán iguales que los demás porque sus bases nunca dejarán que lo sean.
“Un buen político es aquel que, tras haber sido comprado, sigue siendo comprable”, dijo Winston Churchill.
“Hemos podido cometer muchos errores, pero a nosotras no nos compra nadie”, prometía uno de los principales partidos políticos de este país en las pasadas elecciones generales.
Quizás la solución a la apatía social que intenta expandir el sistema capitalista para conservar sus privilegios consista tan solo en esto: la participación del movimiento obrero en política de forma directa a través de representantes honestos.
Porque no todos los políticos son iguales.