Riotinto, aguas teñidas de sangre
Riotinto, en Huelva, es una zona especial de la geografía andaluza. Durante su historia ha sido escenario de diversos sucesos que forjaron una casta combativa. Las durísimas condiciones y la explotación de quienes trabajaban en las minas de cobre dieron lugar a sucesos como la primera huelga ecologista de la Liga Antihumista. Se recuerda también con dolor el 4 de febrero de 1888, El Año de los Tiros, que se cobró entre 100 y 200 vidas.
“¿Nombres? Yo no recuerdo ninguno entre mis labios. Solo el enorme, anónimo, del genérico esfuerzo. ¡Hombres de hollín y lodo! ¡Mineros de Río Tinto! Yo os guardo en el más alto mirabel del recuerdo”. Mineros de las Estrellas, de José María Morón.
Queipo de Llano, el mismo general de La Desbandá, era conocedor de esta realidad. Pero también veía la conveniencia de tomar la ruta por Huelva y Extremadura hasta Madrid. Además, el cobre serviría para pagar a sus aliados nazis. Y, por supuesto, las minas a cielo abierto tenían un buen aprovisionamiento de dinamita.
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La columna minera y la traición de Haro
Sabiendo de la sublevación militar, el personal de las minas patrullaba las calles, deteniendo a los elementos fascistas que detectaban. En la misma madrugada del 18 al 19 de julio se empezó a formar la Columna Minera. Una columna de aproximadamente 300 efectivos de milicias que se envió a Sevilla, para apoyar la defensa contra Queipo de Llano. Llevaban dinamita y con sus propias manos blindaron camiones, todo listo para dar la vida por evitar el advenimiento del fascismo.
El acuerdo era reunirse en La Palma del Condado, a unos 50 kilómetros de las minas, con el comandante de la guardia civil Gregorio Haro Lumbreras, fiel al gobierno legítimo, hasta ese momento. Hay que recordar que el comandante también participó en la Sanjurjada y en la represión de la huelga de 1934. No esperó a la columna minera, sino que avanzó hacia Sevilla, donde se unió a la rebelión franquista, tras engañar al barrio de Triana, en lucha, haciéndoles pensar que venían a liberarles.
Gonzalo Queipo de Llano hizo circular el rumor propagandístico que persiste aún a día de hoy: que los mineros venían a destruir la giralda y la catedral.
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El 19 de julio, a los mismos miembros de la guardia civil que deberían haberse unido a la columna onubense la emboscaron a la altura de la Venta Chica, en La Pañoleta (Camas). A las mismas puertas de Sevilla se apostaron con ametralladoras. El camión de la dinamita explotó al ser alcanzado por una ráfaga, causando una tremenda explosión, y acabando casi al instante con la refriega.
Murieron en ese momento 25 milicianos, de los que solo 6 se inscribieron en el registro civil. Setenta y uno serían capturados y sometidos a un brutal maltrato en el barco prisión Cabo Carvoeiro. De ellos, 3 no tenían relación con la columna y simplemente pasaban por allí. El resto conseguiría huir y escapar o se uniría a grupos de resistencia, en las urbes o echándose al monte como maquis.
Tras tomar las minas en agosto, se celebraría el consejo de guerra: condena de muerte para toda la columna, excepto un menor de edad, Manuel Rodríguez Méndez, condenado a cadena perpetua.
Haro sería recibido como “el Héroe de la Pañoleta”, y posteriormente recompensado con el puesto de Gobernador Civil de Huelva.
Resistencia de la cuenca minera
Mientras tanto, otra columna llegaba a Beas, que había caído ante los militares sublevados y se unirían al pueblo, logrando la rendición de 22 golpistas. Se crea un comité de defensa y la última Huelga General Revolucionaria. Aún intentaron una vez más recuperar Sevilla, entre el 20 y 21 de julio, pero con la única asistencia de bombas de mano caseras y sin suficiente armamento, se trataba de una misión suicida que no servía para nada a la causa. Sevilla cae ante Queipo de Llano el día 22.
Grupos de refugiados huyen en dirección Huelva. La capital onubense cayó el día 29, con duras represiones de nuevo, incluyendo desarme en 4 horas bajo pena de muerte, destrucción de toda imaginería opuesta a los golpistas y toque de queda y suspensión del derecho de reunión.
La cuenca minera era el último refugio. Las tropas franquistas la dejan estar hasta el 14 de agosto para avanzar hacia Badajoz, donde se sucedería otra auténtica masacre. El Comité de Defensa, aún sitiado, consigue desarmar a la guardia civil y someterla. Incluso pusieron en un serio aprieto a los franquistas en El Empalme, pese a su inferioridad numérica y armamentística.
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Tras sitiarla totalmente, el General Redondo comienza a tomar la cuenca minera. Los primeros bombardeos son el 20 de agosto y ya no pararon hasta una semana después. A cada avance franquista se intentaba recuperar terreno y rescatar las poblaciones caídas. Los mineros intentaron forzar la ayuda de los ingleses que gestionaban las minas, pero se encontraron con un muro de hielo.
Queipo de Llano no permitiría ninguna resistencia, y la lucha fue cruenta. La resistencia fue feroz, pero en minoría, por lo que la matanza serviría para enardecer a los publicistas del bando sublevado. Los fusilados se contaron por miles (1.400 solo en Nerva), y dejaron un rosario de fosas comunes en la zona. Otras formas de represión fueron la expropiación de todos los bienes, listas negras, encarcelamientos masivos, violaciones, vejaciones públicas y hasta actos de necrofilia.
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La guerrilla onubense
Pero no acabó ahí la historia, pues los maquis hicieron de la carretera a Badajoz un auténtico calvario para el franquismo, organizados en la guerrilla onubense. La respuesta de Queipo fue fusilar a 700 personas más por “afinidad a la rebelión”. Otros muchos participaron en La Columna de los 8000 y en la defensa de Madrid. Otros escaparon: Francisco Romero Marín, natural de Nerva, logró llegar a la URSS y llegó a coronel del ejército soviético.
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En 2007 se levanta un monumento en Camas a la columna minera. En 2014 se localizaron los restos de 9 de esos mineros. No se puede olvidar que Queipo de Llano sigue enterrado con honores en la Basílica de la Macarena. Y, mientras, el Río Tinto sigue haciendo honor a su nombre con la sangre de los héroes que excavaban su tierra, como aquél fatídico 1888.