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La OEA mantiene en silencio la represión contra los estudiantes en Honduras

Fue durante el gobierno de George W. Bush el momento en que Estados Unidos (EEUU) tomó plena conciencia sobre su derrota en América Latina. Concretamente en Mar de la Plata durante la IV Cumbre de las Américas. El expresidente norteamericano llegaba para firmar un importantísimo Tratado de Libre Comercio (TLC), llamado Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), por el que el neoliberalismo iba a imponerse en el continente.

Era, como en las anteriores ocasiones, un trámite, ya que la mayoría de gobiernos latinoamericanos sostenían políticas seguidistas con respecto a Washington. Sin embargo, liderados por Hugo Chávez y apoyados por Néstor Kirchner y Lula da Silva, los países de América Latina rechazaron el ALCA. El poder y la influencia de EEUU en la región se estaba desmoronando.

Aprovechando la debilidad de la potencia del Norte, la izquierda fundó nuevas instituciones supranacionales que sustituyeron de facto a la Organización de los Estados Americanos (OEA). Fueron principalmente dos, la Unión de Naciones del SUR (UNASUR), que englobaba a las naciones suramericanas, y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

Las consecuencias de ello consistieron en que EEUU no fue capaz de orquestar golpes de estado exitosos, ni mantener en el poder a regímenes dictatoriales aliados, ya que las nuevas organizaciones suponían una potente acción que lo impedía, gracias a los acuerdos tomados por todos los países de América Latina de no reconocer los métodos antidemocráticos para llegar al poder, además de comenzar a realizar ejercicios militares entre ellos en vez de con Estados Unidos.

El silencio o el ruido que hacía la OEA según conviniera a EEUU ya no tenía impacto, porque los de las nuevas organizaciones como la UNASUR y la CELAC lograron superarlos. Las alarmas se encendieron durante el año 2008, cuando la izquierda de la órbita bolivariana ganaba el gobierno de un nuevo país casi a cada elección, consolidando una correlación de fuerzas favorable, que seguía desterrando a EEUU de la región en favor de otras potencias como Rusia y China.

Durante el gobierno de Barack Obama comenzó la contraofensiva estadounidense, liderando un golpe de estado contra el hondureño Manuel Zelaya, el eslabón más débil de los bolivarianos. La diplomacia estadounidense logró imponerse en Honduras, impidiendo el regreso el presidente constitucional, y sentando un precedente que sirvió para tumbar a otros gobiernos de izquierda como el de Paraguay. Con otras estrategias basadas en el lawfare, cayeron también Argentina, Brasil y Ecuador.

Una vez todos esos gobiernos progresistas fueron expulsados del poder, el escenario permitió la recuperación de la Organización de Estados Americanos como único foro diplomático del continente. Su actual secretario Luis Almagro, ha llevado a cabo una labor tan apegada a los intereses de la administración de Donald Trump, que ha sido expulsado de su propia organización política, el Frente Amplio uruguayo, por sus posiciones golpistas y a favor de la guerra en Venezuela.

De nuevo, la OEA acompañada por el entramado mediático de Estados Unidos, pone luz donde interesa al ejecutivo de la potencia del Norte, y baja la persiana en los lugares en los que no.

Ahora que la Alta Comisionada de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet ha estado en Venezuela y ha confirmado que las sanciones de EEUU agravan la situación en ese país, Luis Almagro acusa a Nicolás Maduro de represión sin aportar más pruebas que las acusaciones hechas por periódicos de ultraderecha, sin mencionar que hace apenas unas horas, las Fuerzas Armadas de Honduras han disparado fuego real contra estudiantes pacíficos.

Una situación que contraviene tanto la doctrina de los Derechos Humanos (militares llevando a cabo tareas de orden público), como la legislación del pequeño país centroamericano (represión de manifestación pacífica). La última vez que el diplomático uruguayo que dirige la OEA se pronunció sobre Honduras fue el pasado 23 de enero, para felicitar a la dictadura por reformar la legislación electoral dejando fuera a la oposición, lo que garantiza un nuevo fraude electoral.

En las anteriores elecciones celebradas en Honduras, los expertos de la OEA confirmaron el fraude, pero Luis Almagro silenció el informe de sus propios colaboradores.