La “pequeña Rusia”. El campo de concentración de Belchite (III)
Tras el final de la batalla de Belchite, las necesidades de alojamiento creadas por la destrucción del pueblo, y para dar cobijo a los prisioneros republicanos que iban a trabajar en las obras de construcción del pueblo nuevo, un destacamento de un millar de hombres, llevaron a la construcción de un campo de concentración que fue conocido popularmente como “la pequeña Rusia”.
El trabajo forzoso en los campos de concentración franquistas
Casi desde el comienzo de la Guerra Civil, el bando nacional creó un sistema de campos de concentración para el internamiento de presos políticos republicanos. Tras la guerra, ese sistema de campos se había convertido ya en un amplio y desarrollado entramado que, en febrero de 1939, según la Inspección de Campos, albergaba a más de 237.000 presos.
Este sistema de campos de concentración se basaba en la idea de que debía llevarse a cabo la normalización del trabajo de los presos, que fue acompañada de una elaboración ideológica que se basaba en la idea del trabajo como un “derecho” de los presos, y en el concepto de que necesitaba aplicarse una forma de “redención de las penas por el trabajo”. Según esa filosofía, era necesario “arrancar de los presos y de sus familias el veneno de las ideas de odio y antipatria, sustituyéndolas por la de amor mutuo y solidaridad estrecha entre españoles”.
El objetivo general del sistema de trabajo forzoso de los presos políticos era el castigo, aunque también se consideraban los conceptos economicistas de rebajar los gastos de manutención de los mismos, el aprovechamiento de la mano de obra esclava y la reeducación de los presos para su reinserción en el marco ideológico establecido por el régimen franquista.
Pero, en el marco de la reconstrucción de la postguerra, el sistema tenía también como objetivo dar visibilidad la responsabilidad del bando perdedor por los daños provocados por la guerra. Por tanto, los conceptos de redención de penas y de reconstrucción física, quedaron unidos en una peculiar concepción de la justicia. Esta unión se sintetizó en el concepto de que “aquellos que habían destrozado España” debían ser los “llamados a la reconstrucción de la misma”.
En noviembre de 1938 se publicaron las normas para el uso de los presos políticos republicanos en las obras de reconstrucción de las denominadas “Regiones Devastadas”. La filosofía de la Dirección General de Regiones Devastadas no era la reconstrucción de las poblaciones de forma similar a la trama urbana existente antes de la destrucción causada por la guerra. Se trataba, por el contrario, de mejorar la urbanización, buscando una adecuada “educación social”, a través de un nuevo urbanismo.
La “pequeña Rusia” de Belchite
En 1938, el jefe del Servicio de Regiones Devastadas anunció la creación de un campo de concentración en Belchite, para alojar a los presos que debían reconstruir la población destruida, y en abril ya comenzaban a llegar los primeros prisioneros.
Tras la caída del pueblo en manos de los sublevados, Auxilio Social construyó quince barracones para alojar a los vecinos considerados de izquierda, y que no habían abandonado el pueblo. Con el comienzo de las obras del pueblo nuevo se alojó allí al batallón de prisioneros republicanos obligados a trabajar en ellas.
El campo fue diseñado para alojar a unos 1.600 presos, además de los guardias del campo. El recinto estaba situado junto a los terrenos del pueblo nuevo y cerca del viejo, cerca de la estación de ferrocarril y de la zona de talleres. Los pabellones se situaban alrededor de un patio central: tres pabellones grandes y diez más pequeños que servían como dormitorios; otros tenían usos diversos, como cocina, comedor o enfermería. El patio estaba presidido por una capilla, adornada con un gran escudo franquista y la leyenda “Por el imperio hacia Dios”, una cruz de homenaje a los caídos y una gran bandera franquista.
El campo permaneció en funcionamiento desde 1940 hasta 1945, y durante su existencia se convirtió en el segundo núcleo de población más importante de Belchite, tras el pueblo viejo. En 1940 estaban recluidos en el campo 1.054 presos, además de más de un centenar de guardias. Dos años después el campo albergaba a más de 1.340 personas. En todo el tiempo en que el campo estuvo en funcionamiento, por “la pequeña Rusia” pasaron alrededor de 5.000 personas. El campo se convirtió en el centro de una serie de destacamentos penales mucho más pequeños, destinados a la reconstrucción de pueblos como Puebla de Albortón, Quinto de Ebro, Rodén, etc.
Los presos republicanos no fueron los únicos que ocuparon el campo. El nombre hacía referencia a las personas que estaban internadas en él: familias de Belchite consideradas de izquierda y los grupos de prisioneros republicanos encargados de la construcción del nuevo Belchite. Las autoridades locales no pusieron las cosas nada fáciles a las familias republicanas que habían quedado en Belchite y, más bien, procuró que abandonaran la población.
También se estableció un Batallón de Trabajadores extranjeros, el número 27, en el que fueron internados los prisioneros de las Brigadas Internacionales. El Batallón fue enviado al campo de concentración de San Pedro de Cardeña, en Burgos, y se convirtió, posteriormente, en el Batallón Disciplinario de Trabajadores núm. 75.
En noviembre de 1939, debido a la urgencia de las obras en Belchite, se ordenó el traslado de 460 prisioneros extranjeros, que fueron instalados en el antiguo seminario de Belchite. En este grupo había, en 1940, más de 800 personas, entre militares y presos civiles, de los que 150 eran españoles; y entre los extranjeros había de 31 nacionalidades diferentes, especialmente argentinos, franceses, polacos y alemanes. Los prisioneros del campo internacional fueron encargados con los trabajos más duros y peligrosos.
Debido a los problemas diplomáticos derivados de la reclusión de presos internacionales utilizados como mano de obra esclava, el campo internacional de Belchite tuvo una existencia muy corta: a finales de 1941 dejó de estar activo. El Batallón pasó a trabajar en Palencia y de allí al campo de concentración de Miranda. Aunque muchos presos extranjeros fueron liberados, el Batallón 75 fue uno de los que más tardó en ser disuelto.
El contacto de los habitantes de los dos Belchite (el nuevo y el viejo) con los presos era muy escaso. Los habitantes de esos pueblos necesitaban un salvoconducto especial para cruzar las zonas en las que podían estar trabajando los presos, de forma que se evitaba cualquier contacto entre ellos.
A partir de 1940, el régimen franquista apenas podía mantener a la importante población reclusa que seguía en los campos de concentración. Por eso, comenzó una política de liberación provisional, que se alargó durante toda la década. El indulto general proclamado en octubre de 1945 hizo que la redención de penas conseguida a través del trabajo no tuviera efecto en la mayoría de los casos.
A finales de 1965, al año siguiente de la inauguración oficial del Belchite nuevo, las autoridades franquistas ordenaron el derribo de lo que quedaba del campo. Aunque el municipio intentó conservar la capilla, el régimen no accedió a ello, y fue desmantelada.
Esto demuestra la voluntad de desvanecer cualquier rastro de la memoria del campo de concentración, una memoria que no resultaba conveniente cuando se acababan de celebrar los “XXV Años de Paz”.
Sin embargo aunque el campo desapareció, aún hoy en día se conservan algunas construcciones de los talleres anexos y barracones, que han sido utilizados con fines agrícolas y ganaderos. Sus instalaciones se conservan en la actualidad, y forman parte de las visitas guiadas a las ruinas del pueblo. Está formado por tres estructuras: un gran pabellón al que se adosan perpendicularmente otros cuatro, y tenía instalaciones como capilla y torre de vigilancia.