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María era una gran usuaria de la deep web o internet profunda. Se estaba sacando un sobresueldo y esperaba poder dejar de trabajar en breve debido a los generosos ingresos que conseguía a través de ese medio.
Estaba sentada frente a su ordenador, colocado en un escritorio bastante amplio en una habitación que María había terminado por dejar como su “oficina” particular. Alrededor todo eran estanterías con libros, carpetas y papeles sueltos, sin ningún tipo de orden, toda la estancia parecía estar sumida en un caos desordenado sin fin. Los papeles parecían bailar sin ton ni son al lado de carpetas caídas por el efecto de la gravedad, parecían estar ahí como de paso. Todo revuelto pero cada cosa en su sitio.
Ella cobraba una miseria en la empresa en la que trabajaba. Tuvo que buscarse la vida para pagar las facturas… Y algo más. Siempre supo cual sería su verdadera profesión. Esa ocupación que desde que tenía ocho o nueve años supo que era su pasión.
En realidad, para María era un trabajo y un hobby a la vez. Siempre se ha dicho que la persona que puede ganarse la vida con aquello que le gusta es un privilegiado. Y así era para ella. Disfrutaba con lo que hacía. Lo disfrutaba mucho.
Mientras el chico permanecía inconsciente, María había cenado. Se había calentado una de ésas pizzas congeladas del súper que no valían mucho pero, después de pasar una experiencia como aquella, le había resultado como el más fino caviar de todos los tiempos.
Había una gran cantidad de degenerados alrededor del globo terráqueo que ostentaban con orgullo ser poseedores de una nada desdeñable cantidad de dinero en su cuenta bancaria, o en unas cuantas de ellas, que tenían la necesidad urgente de gastarlo en entretenimientos de todo tipo. Entretenimientos variopintos y aterradores. La cuestión era siempre gastar dinero.
María tenía activado un canal en directo de una cuenta ilegal de la deep web. Se había dedicado a ponerse en contacto con personajes excéntricos de todo el mundo y estos estaban ya expectantes para ver la función. Algunos de ellos estaban acostumbrados, disfrutaban con la “película” en directo que se les ofrecía. La veían como si estuvieran en un cine. Se sentaban en su butaca de su sala de proyecciones de su mansión y gozaban de manera prodigiosa.
Otros no disponían de tanto lujo. Se sentaban o tumbaban en su cama, en la habitación de un piso lúgubre y pequeño de alguna barriada pobre de alguna ciudad o pueblo deleitándose con las imágenes que su PC disponía para ellos. Algunos se tocaban viendo la sesión, llegaban a alcanzar el orgasmo entre todo aquel festival de sangre.
Otros eran novatos. Se conectaban por curiosidad más que nada. Al poco rato tenían que apagar la computadora porque no podían con aquello que veían. Los que lo hacían por primera vez, inequívocamente vomitaban durante largos minutos todo aquello que habían ingerido durante el día. Nunca podían soportarlo.
María ya era toda una experta en el tema. Llevaba haciéndolo unos cinco años y se había dado cuenta de que le encantaba. El chico seguía consciente con su cabeza enfocada en el teclear de la mujer. De repente el ruido cesó. Escuchó la silla de María desplazarse bruscamente y en pocos segundos apareció por la puerta del baño.
La mujer iba vestida de manera muy informal. No había prestado atención a su indumentaria ni a su apariencia. Era algo importante, sus espectadores no iban a estar pendientes de todas esas tonterías, no… El plato fuerte era bien distinto a todo eso. No iba a usar maquillaje. Maquillaje que desprestigiara los colores reales y vivos del festín. No era ese tipo de visionado, no. Era otro muy distinto.
Justo enfrente de la bañera había una webcam colgada de la pared enfocando toda la escena. Tres más rodeaban el baño. María era toda una profesional. La gente que le pagaba quería una panorámica de la situación, pagaban y lo hacían bien, ¿qué menos?
Lo cierto era que María no era mala persona. Se había convertido en toda una hacker y tenía acceso a la intranet de la policía local. Conocía los sospechosos de toda la ciudad y desde hacía unos días había uno que le había llamado la atención. Un chaval de veinte años de familia pija que se dedicaba a seguir a abuelas hasta su casa y a secuestrarlas para así poder robar sus pertenencias.
No contento con eso y a sabiendas que ninguna de sus víctimas recordaría nada, aprovechaba mientras estaban dormidas para tomarse ciertas “libertades”. Eso era algo que no constaba en ningún informe, pero era algo que María había observado hacía tan solo una semana antes, cuando el individuo se metió en casa de su vecina. Él no sabía que alguien lo había estado espiando desde la ventana de la cocina, pero así fue como María vio al individuo se aprovecharse de la señora Matilde, su vecina.
Así pues María esa noche se puso su mejor traje y unas joyas realmente llamativas para que el chico se fijara en ella y no en la mujer que había estado siguiendo en el metro y que era su objetivo principal, la señora mayor junto a la que esperaron el ascensor esa noche en la estación. María sabía que a ella no le haría nada, pues era demasiado joven y no entraba en las filias sexuales del chico. Lo que le había llamado la atención habían sido las joyas y eso era lo que perseguía.
María apareció con un maletín en la mano derecha. El chico la miraba atónito y seguía sin poder mover un músculo. Dejó el maletín encima de un armario pequeño y lo abrió. Un par de cuchillos de carnicero enormes centraron la atención del muchacho hasta que advirtió que no eran únicamente cuchillos lo que traía la mujer. Dentro del maletín había diferentes tipos de consoladores y artilugios sexuales varios, propios de prácticas de sadomasoquismo.
—En pocos segundos las cámaras empezaran a grabar. Acabo de mirarlo y tenemos cincuenta y siete espectadores esperando que empiece el show. ¡Enhorabuena! Contigo vamos a batir el récord.
El chico movía los globos oculares a un lado y al otro nerviosamente, puesto que era lo único que podía mover. Su corazón latía a mil por hora, no era improbable que tuviera un ataque. Por eso María le había pinchado diferentes medicamentos para que eso no ocurriera. Quería que el chico disfrutara la experiencia en vivo.
—No vas a salir de ésta, campeón. Y contigo disfrutaré mucho, ¿sabes porqué? Porque no me puedo quitar de la cabeza la cara de la señora Matilde después de lo que le hiciste. Sí, la señora de aquí al lado. Hay que ser muy idiota para volver al mismo edificio una semana más tarde. La mujer no denunció la violación pero ¿sabes qué me dijo un día después? Que de los nervios tenía un dolor en el vientre que no se le quitaba. Cuando le dije que fuera a urgencias me dijo que no, que no quería que la miraran ni la tocaran. Ella sabe lo que le hiciste. Es una lástima que no le pueda contar lo que te voy a hacer esta noche, no estaría bien que fuera a la policía. Pero al menos yo sabré que has recibido tu merecido, cabrón…
María volvió a su despacho y regresó con el ordenador portátil y un micrófono inalámbrico conectado a él vía bluetooth. Sacó una máscara de plástico blanco para taparse y se la puso junto con el micro.
—Bien, empezamos. Buenas noches damas y caballeros y bienvenidos a otra noche de espectáculo sin fin. A los habituales ya sabéis como funciona esto y para los nuevos (que veo que sois unos cuantos) la cosa funciona así: tenéis un chat donde ir comentando y dejando vuestras peticiones. Ya sabéis que las peticiones especiales son más caras. Tengo en la pantalla mi cuenta bancaria y vosotros tenéis el número, a quién me pida algo que considere extremo le tendré que cobrar un plus. Las peticiones que no se ajusten a lo establecido por contrato o se salgan de mis medios materiales se tienen que hacer con antelación, ya lo sabéis. A todo esto, ¿alguna pregunta?
En la pantalla del ordenador empezaron a aparecer mensajes de los espectadores.
—Por cierto, el muchacho es un violador de ancianas, a ver qué se os ocurre.
Los mensajes no paraban, el chat corría por la pantalla a medida que la gente escribía. Los violadores siempre eran bienvenidos.
María empezó a leer en voz baja. Se echó a reír.
—Hoy estáis particularmente inspirados, ya lo veo.
Se dirigió al chico:
—Muchacho, toda esta gente quiere hacer muchas cosas con tu aparato reproductor. No vamos a poder con tantas peticiones. Vamos a ir poco a poco.
Volvió a leer el chat.
—Vaya, el usuario476 ha tenido una muy buena idea. Creo que empezaremos con eso.
El chico sudaba sin parar. Era un verdadero pervertido y una mala persona. Las ancianas de la ciudad estarían a salvo a partir de esa noche. Ese chico no volvería a hacer daño a nadie.
—Lo de los asesinatos en vivo y en directo es mucho más divertido con un violador de ancianas—susurró María—. Vamos con la primera petición de muchas que tendremos esta noche antes de la ejecución final. Sabéis que podéis decidir el método de ejecución desde casa dejando vuestros comentarios en el chat.
María empezó a rebuscar en el maletín y sacó un consolador que venía recubierto con alambre de espino. Ese no faltaba en ningún show, era de los favoritos de los espectadores y más aún tratándose de violadores o pederastas. El chico seguía inmóvil, la droga tardaría horas en dejar de hacer efecto y le esperaba toda una noche de torturas por delante. Una lágrima ensangrentada empezó a resbalar por su mejilla, sería la primera de muchas…