No nos defraudó. Su concepción del tiempo es tan medioriental como el monte Sión, pero todos lo sabíamos. Llegar 40 minutos tarde carece de la menor importancia en África, Lejano y Próximo Oriente, parte deLatinoamérica y también ante un público que te idolatra. La marea atlántica que ayer a las 22:30 de la noche esperaba a Ms. Lauryn Hill en el parque de Castrelos de Vigo sacudía su afecto mucho antes de que DJ Reborn disculpase la tardanza la estrella estadounidense con un excelente repertorio que la llevó directa a mi galería de descubrimientos.
El carácter, la simpatía y la fortaleza que la pinchadiscos neoyorquina irradiaba nos fundió en un paraíso de sonidos, ritmos y sensaciones exquisitamente eclécticos. Una creativa selección de músicas hiladas que nos hizo volar desde Brooklyn hasta Puerto Rico, pasando por Nigeria. Y viajar a través del tiempo, de los 80 a la actualidad. Sin perder la simetría sonora que debe caracterizar a toda buena mezcla. Todo ello formaba parte de un viaje ameno y calculado, destinado a mantener nuestra paciencia intacta.
DJ Reborn se permitió dedicarse una canción por su propio cumpleaños. Y poco después aparecería Lauryn,que venía a celebrar otro aniversario. La rapera oriunda de Nueva Jersey acudía a nuestra pequeña ciudad como parte de su gira por los veinte años de la publicación de «The Miseducation of Lauryn Hill», el disco que en el año 1998 le llevó a ganar cinco grammys y a consagrarse para siempre como la espléndida compositora y cantante polivalente que es.
Hill, que oscila entre el soul, el hip hop y el R&B con una elegancia y ambición envidiables, entró en escena para demostrarnos una vez más el valor de un estilo musical único, nutrido de las influencias y valores orgullosamente afroamericanos.
Con un peculiar vestido translúcido que se teñía según las luces y con una llamativa pamela, Lauryn pisó el escenario acompañada de sus músicos y saludando a su fiel DJ Reborn. El chapurreo de unas amables palabras pronunciadas en castellano encandiló a un público ansioso y humanamente fanático. Este tropel, ávido de afecto y espectáculo, berreaba en un tierno contraste con la dulce y coqueta voz de la cantante. Una voz que estaría a punto de abandonar su mirada hacia cielo de la tarima para desatarse en una serie de interpretaciones, cada cual más impresionante.
La lucha desde el espíritu y la hermandad
Lauryn Hill comenzaría su despliegue de poesía callejera con su «Intro» del disco, para después sumergirse en el inmenso y escalofriante mar de «Lost Ones». Más tarde, siguiendo con la temática reivindicativa, la cantante erigiría uno de los pilares básicos del CD con «Everything is everything». Posteriormente, nos introduciría en una de las piezas más antisistema del repertorio: «Forgive them father».
Las críticas al racismo y al capitalismo feroz representan la pura esencia del disco que hace dos décadas vendió 19 millones de copias. En él, Lauryn remueve la tierra para buscar la raíz de los problemas que atañen a las comunidades oprimidas afincadas en los suburbios de Estados Unidos. Sin embargo, su lucha no se limita a la rabia o las consignas, sino que va más allá.
Ahondando en temas filosóficos, históricos y políticos, muchas de las letras de «The Miseducation» hablan del afecto y la concordia que debe existir entre un pueblo, el afroamericano, que ha batallado por sus derechos manteniendo la entereza y la alegría intactas. Lauryn Hill fue y es una mujer sentimental a la par que fuerte, por ello, conoce el valor del afecto como escudo y arma contra la discriminación. La lucha por los derechos civiles se lleva en la sangre y esta debe pasar por el corazón.
La Lauryn activista aparece en escena y el público siente sus reflexiones como garras que apresan su ser. El tormento de las ideas a ritmo de rap escupe frases demasiado acertadas para ser verdad que aúnan lo cotidiano con lo profundo. La crítica, buena amante de las metáforas y el ritmo en los labios, se desvestía ante las masas, posándose con delicadeza en el rap, el R&B y el soul. Volando de un lugar a otro, pero ofreciendo siempre la mejor versión de Lauryn Hill con videoclips noventeros como fondo de pantalla.
La honda garganta de Castrelos
El parque de Castrelos de Vigo es un recinto abierto y el auditorio que nos acoge es amplio y escalonado, con aspecto de teatro grecorromano. En los peldaños más alejados las personas que asisten gratuitamente a los conciertos pueden disfrutar del espectáculo con el apoyo de varias pantallas, altavoces y, con suerte, avistando la lejana figura de los músicos que coronan el escenario. Esta profunda garganta inerte desciende hacia la llanura de los que sí abonaron el precio del concierto. Lugar con mejor visibilidad e infraestructuras.
Abajo, puedes apreciar hasta las gotas de sudor que humanizan a tu ídolo, sentir sus pasos dominando la escena, su voz penetrando con una calidad sonora semejante al tacto. Arriba, puedes sentir el rugir de las piedras bajo tus Vans, trabajar tu imaginación para encontrar un hueco de manera tan veloz como la arenilla lo ha encontrado entre tus pies, contonearte ignorando el nulo espacio entre cuerpo y cuerpo.
Lauryn Hill nos capturó a todos. Sin importar lo lejos que estuviéramos o los pisotones que le hubiéramos dado al de al lado. El asombro, como buen acto reflejo del alma, nos invadió desde el primer hilo de voz que se descosió de su espíritu. Nos demostró cuán potente puede ser una garganta perdida en la inmensidad de los aplausos.
Su simple presencia provocaba que las ovaciones subiesen un primer escalón y llegasen a la cima en el éxtasis de cada uno de los temas que surgieron durante la cita. Las energías de la cantante se mimetizaban con el color del ambiente. Los focos cromáticos se reflejaban en el espejo del aire y definían con acierto el carácter de la música. Mientras tanto, la masa se humanizaba ante mis ojos.
Lauryn Hill nos liberó a todos. La ex de los Fugees provocaba unas vibraciones que remarcaban nuestras diferencias. No cantábamos al mismo son. Mientras unos repetían las estrofas de la reina de las voces, otros tenían predilección por complementarla junto a los coros. Algunos rezagados culebreaban entre ambas opciones, sin decidirse, hasta que los aplausos resbalaban de nuestras manos y nuestros delirios coreaban «Lauryn» sin cesar.
Estos gritos de euforia aumentaban según la popularidad de los temas. Pero Hill y su maravillosa banda acompañante supieron distribuir a la perfección sus productos estrella. Los viejos adolescentes raperos no queríamos cantar una canción más alta que otra. Pero era inevitable. La fortaleza sentimental de la gente es un altavoz de energía demasiado potente. El mejor con el que puede contar un artista.
Un hermoso canto dedicado a Vigo
La dama de la pamela desenredaría el nudo del concierto con su parte más dramática y encantadora, introduciéndose de lleno en sus canciones más míticas. Esas que le hacer rebosar de ese talento tan enardecido y honesto, pero a la vez tan refinado y elegante. Las popularísimas «Ex-Factor» y «Can´t take my eyes off of you» animaron al público a corear a las órdenes del micrófono de la artista, que mostró aquí su lado más descarado y poderoso.
Minutos después de sumergirnos en esta vorágine, la ola se calmó a la luz del tema más personal del disco. Lauryn Hill alcanzó una vez la excelencia cantándole a su hijo, Zion. «To Zion» es el reflejo de aquella madre primeriza que componía una canción a su primogénito. Un tema envolvente, pulcro, vitalista. En él, Laurynejerce una maternidad pura, alegre y creativa. Canta desde el vientre vacío y el corazón henchido de orgullo y pasión por su recién nacido hace veinte años.
El tempo siguió creciendo hasta que llegó el génesis del éxodo del concierto. El tema más popular, el más gozado empezó a sonar con la implicación de todo el público y la banda, desde el coro hasta la DJ, pasando por los instrumentistas que acompañaron todas las canciones. «Doo-Wop (That thing)» estrelló los sentimientos de la gente en la histeria y el desahogo. Las gargantas aullaban secas y recitaban con rítmica memoria la canción ganadora de dos grammys.
Este relato sobre desencuentros y atracción entre sexos se mantuvo durante dos décadas como el tema de hip hop femenino más escuchado del mundo, siendo desbancado en 2017 por «Bodak Yellow» de Cardy B.No obstante, los amantes de este género sabemos que esta última canción no merece tal mérito. La calidad, el contacto con el mundo real y la finura obscena que emana de los versos de Lauryn Hill es sublime. Y una vez más, la cantante ha sabido plasmar sobre el escenario el inmenso valor de este tema.
A «Doo-Wop» le sucedieron canciones de la etapa de los Fugees que rescataron en la gente una nostalgia aún mayor. «Killing me softly with his song», «Ready or not» y «Fu-Gee-La» nos hicieron temblar de la emoción. Algunos llevábamos ocho canciones llorando, pero la sensualidad y el carácter de la intérprete norteamericana no nos permitía olvidarnos del llanto que se burlaba sobre nuestras mejillas.
Lauryn no estuvo perfecta, pero es tan grande su carisma y tan exuberante su alma artística que logró convertir los tonos no alcanzables para su voz en tonos innecesarios. Los fallos, en las personas que saben transmitir, se convierten en pura satisfacción falible, en un recordatorio de su naturalidad.
En medio de todo esto hubo hermosos discursos, un par de canciones dedicadas a Vigo y una falsa despedida. La despedida real fue dolorosa. En un ambiente que hasta ahora solo tenía un aroma a hip hop y alegría, el aire trajo de vuelta la atmósfera de canutos y bajo nuestros pies charcos de plástico y cerveza.
Los de las filas delanteras pudieron gozar del privilegio de saludar a la cantante, que firmaba discos con mucha ilusión. Nos quedamos viendo cómo las pantallas grababan aquella situación tan envidiable y tierna. Reconocí entre las afortunadas a una gran cantante local, Ify, de «La Chata Soul». Un grupo vigués que perfectamente podría haber sido telonero en este concierto. Sin faltarle a la magnífica Reborn.
La nostalgia en el fondo del pantalón
Los demás volveríamos a casa con un mundo bajo el brazo. Los que saltaban indecisos, los que gesticulaban ritmos, los que grababan las escenas más impactantes en un acto altruista para que el que no tuviese aquel día el honor de estar en la ciudad olívica. La mayoría eran jóvenes que solo pudieron vivir los 90 en diferido.
También volvieron los que sí vivieron el final de siglo durante la revolución de sus hormonas. Aquellos que recuerdan con afecto los cargadores de pilas, los yoyós de Oreo, las riñoneras de marca de whisky, los monopatines de colores chillones, los ordenadores de culo de vaso y el CD de Lauryn Hill recién regalado tras unas buenas notas.
Estos últimos se marchaban tristemente, entrecortando sus pasos, con las manos en los bolsillos, metidas muy al fondo. Como si buscaran sentir el tacto de un yoyó olvidado.